asuntos sociales La casa gestionada por Cáritas Diocesana celebra esta semana su décimo aniversario

Un hogar para devolver la esperanza

  • Pozo Dulce ha acogido desde 2001 a 254 personas que vivían de manera permanente en la calle, la mayoría alcohólicos, con enfermedades físicas y mentales · 34 hombres y 6 mujeres tienen aquí techo y ayuda diaria

Antonio dice con sarcasmo que bebía desde que nació. El alcohol destrozó su matrimonio y poco después acabó con el resto. Vivió en la calle hasta que hace cuatro años llegó al Hogar Pozo Dulce. Poco después dejó la bebida. "A penas me acuerdo, pero cuando paso por un bar lo primero que me viene es el olor a alcohol", reconoce. En la soleada azotea de lo que ya es su casa tiene macetas de tomates, patatas y ajos. Su pequeño huerto le recuerda a su Álora natal. En la habitación, junto a sus enseres guarda las hierbas aromáticas con las que aliña las aceitunas. Antonio ha recuperado su esperanza.

Como la suya otras 39 historias difíciles pueblan esta casa de estancia permanente que Cáritas Diocesana fundó hace ya una década. En la sala de la televisión fuman en silencio y un hombre espera a que termine la lavadora para tender la ropa. Las camas están todas hechas, las habitaciones recogidas y los baños limpios. En el salón más grande alumnos de un instituto escuchan la charla de un voluntario.

"Todos somos vulnerables, todos tenemos posibilidades de pasar un proceso duro en la vida que acabe en la calle", explica Begoña Corral, la educadora social del centro. Y los testimonios sirven para sensibilizar a los jóvenes y dejarles claro que "la gente no llega a esto porque quiere o son vagos, sino que se ven en una situación de desesperanza tal que no tienen recursos ni personales ni sociales para afrontarla", añade Corral.

Las personas que llegan a este centro son indigentes "altamente cronificados", lo que significa que llevaban de 2 a 10 años sin hogar. La mayoría presenta problemas graves de alcohol, problemas de salud mental y física y no se acercan a los recursos que hay en Málaga para paliar este tipo de situaciones. "Son de un nivel cultural medio, no bajo, muchos tienen estudios y algunos carreras universitarias, pero vienen de una desestructuración social y familiar, se encontraron con una suma de rupturas que los llevó a esto", comenta la educadora.

Desde el pasado año la Puerta Única es la que coordina el ingreso en esta residencia pero se continúa haciendo un trabajo constante en la calle y también a través de las parroquias. Una vez aquí, comienza un trabajo individualizado que llevan a cabo un total de 11 trabajadores, 55 voluntarios y 8 monjas Hijas de la Caridad. Las normas son mínimas para que se adapte con facilidad gente que ya está acostumbrada a una existencia anárquica.

"Éste es un centro abierto, del que pueden entrar y salir cuando quieran, pueden tener animales de compañía, para ello hicimos perreras, y no dejamos a nadie fuera porque beba o venga indocumentado", asegura Begoña. El fin es adaptarse a sus necesidades e iniciar un proceso lento que saben en el que darán casi tantos pasos atrás como hacia delante.

Psicólogos, educadores y trabajadores sociales intentan que recuperen las habilidades perdidas, subirles la autoestima, volver a los hábitos de higiene, salud y habilidades sociales. Hacen terapias de grupo, algunos asisten a rehabilitación para superar su adicción al alcohol con asociaciones como Area y Amar, también participan en talleres y actividades. Como otra de las acciones del proceso de recuperación está la colaboración en las tareas domésticas.

Menos del 10% de las 254 personas que han pasado por el Hogar Pozo Dulce desde 2001 ha logrado rehacer su vida, encontrar un trabajo y una vivienda propia. Sin embargo, aseguran los responsables que los éxitos no se miden por las personas que se marchan. Clara sigue en la casa nueve años después pero su historia es un claro ejemplo de superación. Tiene 58 años, de ellos 15 los pasó sin techo en Francia. Cuando llegó, recuerda Begoña, no sabía nada de español. Estuvo cuatro años sin saber cómo se llamaba ni de dónde venía. Pero recobró la memoria con ayuda médica y volvió a encontrar a su madre, que vivía en Suiza.

Algunos han recuperado a sus familiares, otros no lo harán nunca. Pero todos tienen en esta casa de la calle Pozo Dulce una puerta abierta para tener otra oportunidad.

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