Málaga

Legionarios, a vivir: la casa que auxilia a veteranos de la unidad en Málaga

El exmilitar Iván Hoya manipula una suerte de maqueta legionaria en su salón.

El exmilitar Iván Hoya manipula una suerte de maqueta legionaria en su salón. / JAVIER ALBIÑANA (Málaga)

Iván Hoya no olvida las misiones de paz en las que intervino. Seis meses de masacres en Bosnia. Siete meses de miserias en Kosovo. Toda una vida de angustias. Recuerda los niños, los enfermos, la falta de comida. "Mira —desaparece del salón y vuelve con una ración de combate militar entre las manos—, cuando nosotros les tirábamos una de éstas....", le sigue un silencio de unos segundos. Es lo último que sale de sus labios antes de quebrarse. 

"No me gusta hablar de este tema... —se excusa—. Son momentos asquerosos de la vida... —continúa—. De la puta guerra... —sigue tirando del hilo—. Aquí lo tenemos todo. Estamos de puta madre. Hasta que llega un rey, un gobierno, un gilipollas, y manda a un país entero a morir —para unos segundos y toma aire—. Pero bueno... hay que tirar p'alante". 

Y, precisamente, en eso se las gasta. Hoya (44 años) vive bajo el mismo techo junto a seis caballeros legionarios más, cada cual intentando curar sus respectivas heridas por zarpa de fiera, en una casa auspiciada por la Fundación Tercio de Extranjeros, en el barrio de la Cruz Verde. 

De estos particulares convivientes podría afirmarse que, a pesar de haber estado desamparados en algunos momentos de sus vidas, poseen ahora como padre putativo al coronel retirado Juan Díaz, presidente de la fundación, y cuyo proyecto de trasladar el abnegado valor del compañerismo legionario a la sociedad civil —con el sagrado juramento de no abandonar jamás a un hombre—, lleva más de una década auxiliando a exmilitares de esta unidad que se encuentran en problemas. 

La idea originaria, no obstante, fue del general Tomás Pallás, al que la organización homenajea con una placa en la fachada de la vivienda. Aunque él apostaba por que la iniciativa echase a andar desde el Estado, como es el caso de la Legión Extranjera de Francia, que, lejos de olvidarse de aquellos que sirvieron a su país, da asilo y empleo en viñedos a sus veteranos. 

El cabo José Antonio Sánchez Paz viendo la televisión. El cabo José Antonio Sánchez Paz viendo la televisión.

El cabo José Antonio Sánchez Paz viendo la televisión. / JAVIER ALBIÑANA (Málaga)

Una casa que, según cuenta Díaz, fue fruto de una donación y que "tenía problemas". "Al principio estaba okupada, pero nos encargamos". También están haciendo reformas con un doble propósito: reparar unas grietas provocadas por una obra en la propiedad contigua e instalar un montacargas. Esta última novedad —el inmueble tiene tres plantas y una escalera empinadísima—, cada vez más acuciante. 

El último piso, más similar a un museo legionario que a una sala de estar convencional, sirve como destacamento al cabo José Antonio Sánchez Paz (65 años), enfermo de EPOC y con movilidad reducida que, día tras día, sobrevive encerrado en esta suerte de torre de marfil entretenido frente al televisor.

Siempre en compañía de la máquina de oxígeno que le ayuda a sobrellevar su enfermedad incurable, y que además le obliga a permanecer prácticamente en silencio desde hace ya demasiados meses. Sus colegas le ayudan en todo lo posible. Al menos, parece indicar con la mirada, es mejor que estar tirado en la calle. Lo sabe bien. 

Otro caballero legionario que lleva a gala el poder de superación que caracteriza a la unidad es Jesús Clavijo (55 años): "Lo he pasado mal, pero aquí sigo. Es como me hicieron y la sangre que llevo no me permite venirme abajo".

Alto, fuerte, de semblante marcial; con la fisionomía perfecta, al cabo, para dedicarse al noble arte del escarmiento sin tener siquiera que tocar a nadie, como así hizo tras su paso por el Tercio, trabajando de portero de discoteca, escolta, defensa personal y, en la actualidad, como seguridad privada.

Una labor que, a veces, se lleva a casa: "En el barrio la gente nos acepta. Aquí hay mucho lejía. Pero alguno ve la bandera en el balcón y no le gusta. No es problema. Si no está Iván estoy yo para asomarme a la ventana y decirle al que sea: ¿no te gusta o qué te pasa?".

Hoyaz sosteniendo una bandera de España. Hoyaz sosteniendo una bandera de España.

Hoyaz sosteniendo una bandera de España. / JAVIER ALBIÑANA (Málaga)

Los contratiempos no le quitan el sueño: "La Legión allá donde va es querida y odiada". Hecho que, afirma, ocurría hasta en Fuerteventura, su antiguo destino, lugar en que de cuando en cuando "se formaban unas peleas tremendas entre la tropa y los majoreros". "Es la salsa de la vida", dice riendo.  

La conversación tiene lugar en uno de esos escasos días de lluvia en Málaga. Y, no falla, el cielo despliega su artillería en el instante más inoportuno. Justo cuando más aprieta, la furgoneta de Cáritas Castrense enfila la calle en que se ubica la vivienda, y Clavijo, enfundado en una sudadera con capucha para no mojarse demasiado, sale al exterior a recibir la entrega: frutas, leche y algunas pizzas. 

Le echa una mano Sergio Guerrero (46 años), quien se sienta a charlar un rato largo después de la improvisada labor de mozo de descarga. Este caballero legionario, natural de Llodio, una de las poblaciones más golpeadas por el terrorismo etarra en los años del plomo, llevó en secreto su pertenencia al Tercio los casi cinco años que duró su estancia. "Que yo era militar lo sabían cuatro personas y, cuando volvía de permiso, le decía a mi madre: no tiendas la ropa por fuera a ver si nos van a quemar la casa". 

Entonces, se desempeñaba en Melilla, primero sirviendo en el mesón de los Regulares y después en el de la Legión, pero unos exiguos contratos de trabajo, con una cotización por debajo de la acordada, lo harían venir a Málaga a ganarse el pan. No salió bien. 

"Aquí llegué engañado... Me prometieron que cogería un quiosco de chucherías con todo incluido y era mentira... Estuve 40 días durmiendo allí dentro, en el suelo", lamenta. Ahora, además de encontrar una mano amiga en sus compañeros, trabaja como friegaplatos en un conocido restaurante del Centro Histórico. 

Corrió peor suerte Juan Carlos Arroyo, que se une con poco ánimo a la improvisada tertulia castrense. No sin antes abrir —todavía temprano en la mañana— una lata de cerveza Rambler, la marca blanca de supermercados Día. Le da un trago, repone fuerzas y empieza a contar. 

De su etapa en el Tercio destaca la mezcla entre rudeza y recompensa. "Cuando llegas, piensas: ostras, esto es duro. Aunque al final te acostumbras. Más tarde me arrepentí de no haberme quedado más tiempo. A veces pasan estas cosas, pero luego ya no hay marcha atrás…”.  Sigue llevando la unidad dibujada en el antebrazo derecho. 

Detalle de un cartel de reclutamiento antiguo de la Legión. Detalle de un cartel de reclutamiento antiguo de la Legión.

Detalle de un cartel de reclutamiento antiguo de la Legión. / JAVIER ALBIÑANA (Málaga)

Y ahora la parte mala: nada en su aspecto hace presagiarlo, pero Arroyo sufrió años atrás un accidente gravísimo. Un tren se lo llevó por delante mientras viajaba en coche. Vive con secuelas, placas de titanio repartidas por el cuerpo y dolores constantes; pero vive... 

Saca su móvil y empieza a deslizar su dedo índice por la pantalla. "Mira, esto es en unas maniobras que hicimos en Almería…". "Aquí, en Melilla". "Esto, hum…, creo que es en Albacete; hum…, sí, debe de ser Albacete". En todas las fotografías se ve al mismo soldado: joven, fuerte, vigoroso. Sólo cambian el fondo y la compañía.  “Tengo más, ¿quieres verlas?”. 

No da tiempo. El teléfono le suena en las manos y la charla se corta. "Perdón, un momento" —se aleja un poco—. Llaman del hospital: lo citan para una radiografía de tórax —regresa—. "Bueno, eso es todo lo que te puedo decir. He quedado con un hombre para hacer un chapú". 

Y vuelta a la realidad. Las vivencias de estos caballeros legionarios son parte de una historia común. No importa que cada uno sirviese en el Tercio en un momento distinto. Se comprenden a la perfección. Ninguno ha olvidado lo bueno, ni tampoco lo malo. Por eso, tanto ellos como la fundación que les auspicia, siguen creyendo en el espíritu de compañerismo que recoge su credo, reconvertido para la ocasión a la vida civil: con el sagrado juramento de no abandonar jamás a un hombre. 

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