Málaga: después de la moratoria
Calle Larios
Queda mucho trabajo por hacer hasta convertir nuestra ciudad en un espacio habitable, pero igual conviene subrayar que las medidas políticas pendientes requieren una sociedad civil a la altura
Málaga no es Venecia (todavía)
En parte, tuvo su gracia: solo unos días después de que la Asociación de Viviendas y Apartamentos Turísticos de Andalucía transmitiera al alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, su preocupación por la mala imagen de la provincia que un reportaje de la BBC había proyectado en su emisión, el alcalde respondía con la ya anunciada moratoria por la que, en los tres próximos años, no se concederán más licencias a nuevas viviendas de uso turístico. Curiosamente, el mismo día del anuncio habíamos puesto en contacto a una amiga de la familia que residía en el extranjero y que necesitaba encontrar con urgencia un alojamiento en Málaga para incorporarse a su nuevo puesto de trabajo con una vecina que había decidido poner en alquiler una habitación de su casa, a un precio por supuesto justo y razonable. Una vez que nuestra amiga se instaló en la habitación y conoció a su casera, comentamos todos en voz alta lo que es una evidencia desde hace muchos años: encontrar alojamiento en Málaga depende ya de las redes de amigos y vecinos que seas capaz de poner en marcha. Fuera de ese, digamos, cuidado de cercanía, el mercado es ya un monstruo imposible de contener: para redondear la jornada, el mismo día vimos circular el anuncio de un alquiler de un estudio de cincuenta metros cuadrados en Cristo de la Epidemia, al lado de casa, por dos mil quinientos euros al mes, una cantidad que solo puede entenderse desde la más absoluta y desprejuiciada especulación. Hace ya mucho que Málaga dejó de ser una ciudad para vivir: el derecho a la vivienda quedó cancelado una vez que la residencia se consagró como predilección mercantil y privilegio exclusivo, con el aplauso de una extracción social, no sé si mayoritaria pero sí ruidosa y ferviente, que hacía valer sus opciones a un trozo del pastel. La moratoria es un paso adelante en la buena dirección, por supuesto. Pero un paso tan insuficiente que resulta ineficaz.
Cabría preguntarse ahora por todos los que desde el gobierno local y sus aledaños tildaban de turismófobos a quienes desde hace años vienen pidiendo esta medida y muchas más; por todos los que consideraban la vivienda turística poco menos que una democratización del turismo, como si el derecho inexistente al turismo tuviera legitimidad suficiente para imponerse al sí reconocido derecho a la vivienda; por los que negaban que hubiera conexión alguna entre la proliferación de viviendas turísticas y el encarecimiento brutal del alquiler en Málaga, a la cabeza de España. Ahora resulta que sí había un problema. Su reconocimiento es, de nuevo, un paso interesante, pero igualmente insuficiente. Es tanto el daño causado, tan profunda la ruptura del tejido social en la ciudad, al igual que en todos los municipios de la Costa del Sol, que solo se puede seguir avanzando con más medidas concretas: para empezar, la identificación y cierre de las viviendas turísticas ilegales, el control y seguimiento de las viviendas compradas con capital extranjero y la reducción del negocio de los alojamientos turísticos hasta la revocación de las licencias. Es importante tener claro que la transformación de viviendas en hoteles ha generado problemas muy graves de exclusión y de convivencia. Y que la atracción de un turismo de calidad pasa, precisamente, por presentar a Málaga como una ciudad libre de este sistema parasitario e indeseable. Se puede lograr. Costará tiempo y esfuerzo, pero es el momento idóneo para hacer política.
Y eso atañe también, claro, al primer sujeto político de la ciudad: su sociedad civil. Por mucho que hayan vendido el caso de Málaga como una historia de éxito, lo cierto es que lo único que ha funcionado aquí como tal es la propaganda: la vía libre a la especulación se ha saldado con miles de malagueños que se han tenido que ir, que no han podido volver, que se han enfrentando a subidas inasumibles de los precios de sus alquileres mientras el alcalde les indicaba amablemente la puerta de salida afirmando que tampoco era tan grave. Ahora, la recuperación de la ciudad como lugar para vivir pasa por la actuación razonable y consecuente de una población suficiente madura, que no va a ir a lo suyo, que va a atender a las necesidades de los otros, que no va a alquilar sus inmuebles a cualquier precio, que no va a acudir a la ilegalidad con tal de ingresar su propiedad en el parque de viviendas turísticas, que no se va a mover únicamente por llevarse la porción más grande, que va a entender que es mucho mejor pasar por tonto para ciertos indeseables que pasar por usurero sin escrúpulos para una mayoría. Ya es hora de que Shylock deje de gobernar esta ciudad, si es que queremos darles a nuestros hijos la oportunidad de que vivan aquí si lo desean. Y habrá que reclamar todas las garantías y la mayor protección para los propietarios que decidan alquilar sus viviendas, por supuesto, pero eso pasa por cambiar el afán recaudatorio por la medida más justa. Después de la moratoria todo está por hacer, pero ya ven, uno peca de optimista a la primera de cambio: me gusta pensar que algún día veremos Málaga libre de viviendas turísticas, con más oportunidades para todos en lugar de tantos beneficios para unos pocos. No hay que olvidar que esta moratoria fue la respuesta a las manifestaciones por las que muchos malagueños reivindicaron en la calle el derecho a la vivienda de todos. Habrá que insistir, por tanto. Valdrá la pena.
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