Málaga: el día de los inocentes

Calle Larios

Quizá sea el momento de preguntarnos cómo se le puede dar la vuelta a la ciudad, si hay alguna manera de que las inercias más perniciosas, las que más tienen que ver con la exclusión, queden erradicadas

Que nos toque el gordo (o lo que sea)

Una fiesta de verdiales para poner Málaga patas arriba.
Una fiesta de verdiales para poner Málaga patas arriba. / Álvaro Cabrera / Efe

Pues sí, esto corre que se las trae: hoy ya es 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, y hoy se celebra un año más la Fiesta Mayor de Verdiales en el Puerto de la Torre. Hay casi ya un tópico en buscar las raíces antropológicas del verdial, una de las expresiones folklóricas más antiguas del mundo; pero lo cierto es que, de ser verdad todo lo que Miguel Romero Esteo dejó escrito al respecto, tendríamos en el oficio de cada panda una historia alucinante. Hace ya muchos años el asunto me interesó de veras y me puse a estudiarlo con todo el alcance del que fui capaz (no mucho, ya advierto). Encontré bailes y cantes tradicionales parecidos a los de nuestros verdiales en distintos enclaves mediterráneos, desde el sur de Turquía a Nápoles, en donde las indumentarias también emplean lazos de colores, espejos y sombreros similares. Me resultó especialmente interesante la fiesta napolitana asociada a la tarantela, donde todos elementos se dan a raudales y donde también es frecuente encontrar a un director o alcalde que va dando los turnos entre los participantes para que hagan lo suyo. El compás de la tarantela no tiene nada que ver con el fandango propio de los verdiales, pero sí es igual de frenético e hipnótico (la asociación entre la tarantela y los efectos desestabilizadores de la picadura de la tarántula parecen ir en la dirección correcta, al menos según no pocas fuentes). Como se pueden imaginar, meterse en estos berenjenales daría como para no salir nunca, pero tampoco es una mala manera de perder el tiempo. En cualquier caso, me gusta pensar que algo tan nuestro como el verdial comparte signos e identidades con otras manifestaciones populares, seguramente hermanadas, quizá con una raíz común.

Me gusta pensar que algo tan nuestro como el verdial comparte signos e identidades con otras manifestaciones populares

Otro elemento afín a todos estos tesoros folklóricos es su (hipotética: tomemos todo esto con alfileres, por si acaso) vinculación con las Saturnales romanas, festividad que se celebraba cada solsticio de invierno y que fue cristianizada como el Día de los Santos Inocentes. Las Saturnales paganas se correspondían con ritos asociados al campo, como los verdiales, y en ellas se celebraban fiestas populares, de concurrencia masiva, marcadas por un elemento de nuevo común a muchas tradiciones mediterráneas: el caos. El del solsticio de invierno era un día para invertir los órdenes: los ricos se hacían pobres y los pobres, ricos; los que gobernaban se hacían esclavos y los esclavos gobernaban; los filósofos pasaban por tontos y los tontos, por filósofos. Había en la Saturnales, parece, cierta herencia del komos griego, una especie de desfile dionisíaco en el que, igualmente, todo el mundo se hacía pasar por su contrario (en el komos griego está el origen de la palabra comedia). Así, por ejemplo, los esclavos tenían derecho a comer en las mesas de sus señores solo en el día del komos. La tentación de encontrar en los verdiales un testimonio de estos aquelarres paganos es recurrente (la figura del alcalde de las pandas invita a tomarlo en cuenta, así como la denominación, ya en desuso, de las pandas de tontos), aunque cunde, me temo, demasiado entusiasmo en este sentido. Ya puestos, sin embargo, y disculpe el lector todo el rollo soltado hasta ahora, igual podríamos tener en consideración la posibilidad de invertir los órdenes, que para eso es el día. Y la misma Málaga nos basta para proponer algunos experimentos.

Las chabolas volvieron a la Misericordia: todo lo que sube, baja.
Las chabolas volvieron a la Misericordia: todo lo que sube, baja. / Javier Albiñana

En realidad, en Málaga es relativamente fácil que lo que esté abajo se ponga arriba y luego vuelva a a caer. Pensemos en el primer equipo de fútbol de la ciudad, por ejemplo. O en el joven Mansour Konte, que después de rescatar a una vecina en la riada del año pasado y de representar al Rey Baltasar en la Cabalgata se vio abocado a dormir debajo de un puente, sin más opciones ni más esperanzas (tuvieron que salir al quite los medios de comunicación para que alguien al fin le facilitara un alojamiento digno, pero siempre corresponderá recordar a todos los que siguen bajo el puente, cada noche, y nunca salieron en una Cabalgata de Reyes). Digamos que aquí es relativamente fácil cambiar de posición en el escalafón social, pero siempre en una misma dirección y en virtud de la ley del embudo: muchos que están mal terminan peor, pero lo contrario, el ascenso, siquiera la estabilidad, es ya un privilegio al alcance exclusivo de una minoría. La dificultad del acceso a la vivienda ha generado una frustración generacional que se paga cara, yéndote a vivir a otra parte o intentando hacer malabares con unos ingresos mermados en función de la oferta y la demanda. Nunca estará de más, tampoco, recordar que muchos malagueños se han visto metidos en situación de exclusión social desamparados a cuenta de un modelo financiero que pasaba por convertir las viviendas en ocio para turistas o en productos de lujo, cualquier cosa, al cabo, que espacios en los que residir. Y que tanto la proyección entusiasta del modelo como la inacción política cuando ya era demasiado tarde han dejado a gente en la calle. Así es como pervive en Málaga el statu quo, entre el enriquecimiento especulativo de unos pocos y la asistencia a Cáritas y otras organizaciones de una mayoría creciente que ni en sus peores pesadillas creyó que llegaría a verse así. La supuesta economía dinamizadora de la Costa del Sol es un coladero para que todo siga igual. Sí, a lo mejor tenemos la oportunidad de hacernos una foto en el alumbrado navideño de la calle Larios, o de salir en la Cabalgata, o de encontrarnos con algún famoso en una terraza. Pero es bastante probable que, al final, todo eso se disuelva y terminemos buscando una recachita bajo el puente. Es jodido pensar esto, y más aún en Navidad. Pero un servidor, que ha visto a familiares y amigos dormir debajo de esos mismos puentes, quiere tenerlo presente de vez en cuando, por si acaso.

Es bastante probable que, al final, todo eso se disuelva y terminemos buscando una recachita bajo el puente

De modo que, si quisiéramos replicar en Málaga las Saturnales romanas y el komos griego; esto es, si nos apuntáramos al juego de la inversión de los polos sociales y económicos, no haría falta ninguna medida revolucionaria, ni grotesca, ni desesperada, ni siquiera radical. Es más, a lo mejor no hacía falta ni romper el statu quo (o quizá no del todo), ni desproveer a nadie de sus propiedades, ni intervenir el mercado, ni esas cosas que tanto temen los garantes de la marca Málaga. A lo mejor bastaba con gobernar y participar en la vida pública desde un elemental criterio de igualdad. Esto es, bajo la conciencia, clara y firme, de que aquí nadie es menos por tener menos, ni nadie es más por tener más; de que ni la ciudad ni sus espacios públicos son un premio al más ambicioso, ni al más listo, ni una tarta que podamos cortar en pedazos; de que todo el mundo tiene derecho a vivir aquí por un precio razonable, lo que quiere decir que no se puede convertir la vivienda en un objeto de especulación ni de alto standing; de que la polis se sustenta desde sus orígenes en el principio de que quien tiene más debe contribuir más; de que ni los derechos ni las obligaciones pueden convertirse en productos de compraventa; de que esto no es una carrera por ver quién llega el primero a donde los poderes económicos de turno indican; de que si uno solo se queda fuera, todos nos quedamos fuera. Y, sí, Málaga cuenta, merced a su normativa y a su identidad democrática, con instrumentos eficaces para trabajar en este sentido. Otra cosa es que haya voluntad y ganas, pero confiemos, por una vez, en la posibilidad de un rotundo y a favor de todos. Y con todo esto, ya ven ustedes, tendríamos unas Saturnales de órdago, el mundo puesto patas arriba, todo a favor para empezar de nuevo, echarnos unos cantes, brindar con los amigos y esperar que el destino nos sea propicio. Que empiece la fiesta. 

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