Málaga: un hueco en un portal
Calle Larios
Para refundar la ciudad, lo más difícil será asimilar la idea de que la prosperidad, contra lo que nos han inculcado, no está asociada a la inhabitabilidad, ni a la exclusión, ni al privilegio, ni a la transformación de Málaga en su aeropuerto
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Es una mañana calurosa de primeros de octubre y enfilo por la calle Echegaray. Cada vez que paso me acuerdo de CincoEchegaray, la librería que había aquí y que tanto disfruté. Pero ahora reparo en un signo muy distinto: en prácticamente todos los portales de lo que ahora son en su mayoría edificios de apartamentos turísticos hay mantas amontonadas, cartones, botellas de plástico y otros objetos, a veces dejados ahí de cualquier manera, otras dispuestos en un extraño pero significativo orden, respetado a conciencia. Quedan de hecho algunos usuarios durmiendo todavía, o recogidos en tales nidos a la espera de que pase otro día más. Apenas dos minutos antes, en la calle Granada, una joven delgadísima, cubierta de mugre hasta los pies descalzos y negros y con el pelo largo convertido en un campo de batalla, yacía tendida frente a una de las casas históricas, al lado de El Pimpi y del fragor de turistas que buscan la experiencia más instagrameable de su escapada. Uno se pregunta de dónde ha salido esta gente, cómo han llegado hasta aquí, qué buscan, qué han dejado de buscar. Málaga se ha apresurado a igualarse a las grandes capitales en su capacidad de generar masas de desarraigados, parias que parecen haber renunciado a las convenciones elementales de la cordura y la dignidad. Algunos son de aquí, otros han llegado de lejos. No importa. Málaga es ya esa ciudad en que las mentes y los cuerpos tienen la certeza de no pertenecer, de no ser de parte alguna, de estar de paso no por una aspiración de nomadismo sino por la aceptación de la que la vida propia no vale nada. En esta tesitura, tal y como hemos visto en aquellas otras ciudades enormes, o dispones de liquidez para subirte a la rueda del consumo más voraz o lo más probable es que la soledad se te lleve por delante la cabeza o algo más. Sé de lo que hablo. He visto a amigos y familiares durmiendo bajo esas mantas. En teoría, las ciudades estaban para unir el esfuerzo de todos, para que nadie se quedara fuera. Pero decir que Málaga es una ciudad es igual ya mucho decir.
Llego hasta el Hotel Málaga Palacio. He venido para hacer una entrevista. Tengo algo de tiempo aún, así que leo el periódico. Veo que lo que fue el bar El Racimo en la calle Mármoles se va a convertir en un McDonald’s. Recuerdo una conversación reciente con alguien de la Fundación Ciedes que me contaba que el Plan Estratégico 2030 garantizaba la conservación de la identidad de Málaga, que la transformación urbanística de la ciudad no ponía en peligro la preservación de sus esencias ni de su memoria. Lo del recambio de la antigua Plaza de las Nieves de Alcazabilla por la principal terraza del centro y la del Café Central por otro pub irlandés debían ser, por tanto, meros accidentes. Lo importante es que vamos a tener un McDonald´s en La Trinidad y que el próximo Lunes Santo podremos ver por aquí al Cautivo con un Big Mac. El centro quedó ya convenientemente liberado de los últimos restos del comercio y la hostelería local, así que, tal y como se había prometido, el mismo impulso regenerador empieza a expandirse más allá, a los barrios. Cuando no hace mucho prometieron medidas para descongestionar el centro y conducir a los turistas a itinerarios alternativos, se estaban refiriendo a esto. Ya sabemos que todo obedece a las leyes de la oferta y la demanda y que Málaga no iba a ser menos, pero, quién sabe, a lo mejor hay políticas eficaces, capaces de impedir que lo que hasta ahora era una ciudad se convierta en un aeropuerto. O, tal vez, la ecuación se resuelve sola: si el Aeropuerto de Málaga se queda pequeño, lo más fácil es hacer de toda Málaga su Aeropuerto. Con estos mimbres, para qué nos vamos a complicar la vida y hacer política. Lo importante es el consumo. Es el consumo el que permite que las cuentas cuadren, no la política. La política, nunca.
En las últimas dos décadas hemos asistido al desmembramiento consciente y esmerado de la naturaleza urbana de Málaga hasta llegar a esto: ya no hay ciudad, sino algo más parecido a un centro comercial en el que tampoco hay ciudadanos, sino clientes, y en el que únicamente tiene sentido quedarse si se está dispuesto a gastar la cantidad adecuada. Darse un paseo por Málaga se parece cada vez más a meterse en un outlet sin tener intención alguna de comprar nada: todo el rato te preguntas qué puñetas estás haciendo aquí. A menudo me preguntan mi opinion sobre los mecanismos para una reversión, sobre la posibilidad de que Málaga vuelva a ser una ciudad. Y bien que me gustaría tener una respuesta: al cabo, lo único que hago es pasear y contarlo, lo que acredita a cualquiera para contrastar la evidencia de que hemos pasado de patear una ciudad a sobrevivir en un crucero descomunal, pero poco más. Mi impresión, sin embargo, es que ya no podemos recuperar Málaga. Lo único que podemos hacer es refundarla. No será fácil, claro. Requerirá muchos años de trabajo y de asimilación de la idea de que, para ser una ciudad próspera, Málaga no tiene que expulsar necesariamente a nadie, ni servir de privilegio a unos pocos, ni renunciar a su memoria, ni quedar a merced de la inhabitabilidad. Esto será lo más difícil: la pedagogía. Pero debería valer la pena.
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