Málaga: lo nuestro es de todos
Calle Larios
Que la hospitalidad sea aquí una virtud general nadie lo pone en duda
Otra cosa es que la identidad abierta sea una cuestión por hacer, lo que entraña no una derrota, sino una oportunidad
Málaga: levantar cabeza
Málaga/Fue una lástima que el debate en el Congreso sobre el apoyo a la candidatura de Málaga con vistas a la Exposición Internacional de 2027 quedara recogido en los medios, fundamentalmente, a cuenta de la decisión de Vox de dirigirse a los aliados políticos de Pedro Sánchez como “filoetarras”, pero a estas alturas ya conocemos de sobra la estrategia del partido de Santiago Abascal como para sorprendernos: se trata, siempre, de recurrir al exabrupto para torpedear el debate, y en ese sentido la aspiración malagueña no iba a ser menos. No sé si fue este trazo grueso el que motivó la abstención en la votación de la moción de ERC, Junts, Bildu, CUP y BNG, pero en todo caso el espectro independentista del Congreso perdió una oportunidad única para mostrar cierta sensibilidad hacia lo que pasa más allá del terruño, aunque ya sabemos que la solidaridad con los “pueblos” de España no ha sido nunca su fuerte. Más lamentable resultó, en todo caso, la imagen de un hemiciclo prácticamente vacío ante los diputados que comparecieron para argumentar y defender el proyecto: quedó claro que entre el nacionalismo periférico y el nacionalismo centralista, ensimismado cada cual en lo suyo, Málaga cuenta poco menos que una higa en el debate nacional, pero al menos ya sabremos qué responder la próxima vez que vayamos a Madrid, a Santiago o a Bilbao y nos vengan con que hay que ver cómo está Málaga, qué bien, qué esplendor, si es que todo el mundo se quiere ir allí. Pues mire, según y de qué modo, si ni siquiera son capaces de escucharnos ni de mostrar su apoyo, mejor no, no vengan, quédense en su casa que ya nos las apañaremos como podamos. Me gustó mucho, eso sí, la intervención del diputado de Ciudadanos, Guillermo Díaz: yo también me considero afortunado de vivir en una ciudad donde las cuestiones identitarias no son relevantes, donde no se habla de colonos ni se considera extranjero al que piensa distinto. Incluso las escasas tentaciones regionalistas que reclamaron la constitución de la provincia de Málaga como comunidad autónoma con tal de no tener nada que ver con Sevilla quedaron en su día en lo que quedaron: Málaga comparte con el resto de Andalucía, felizmente, una identidad sosegada y una relación de saludable agnosticismo respecto a sus símbolos, independientemente de las rencillas interprovinciales que, por otra parte, se dan en cualquier casa. En su alocución, Díaz trasladó la cuestión de la identidad a la de la hospitalidad, al señalar a Málaga como un territorio de acogida en el que cualquiera puede sentirse de aquí con la mayor facilidad y hacer suyas tradiciones, códigos, fiestas y aficiones. Y es en este punto donde, tal vez, el debate merece mayor relieve y un cierto detenimiento, en parte porque se trata de definir, otra vez, qué ciudad somos y qué ciudad queremos ser.
Es posible que Díaz se refiriera al turismo y señalara como objeto de esa hospitalidad al visitante ocasional, aunque todo apunta a que su argumentación se daba en un plano más hondo. Málaga es hoy, ciertamente, un destino señalado, escogido, deseado o asumido por muchos para instalarse y prosperar, dadas las oportunidades que ofrece. Digamos que es relativamente fácil destacar la buena acogida que Málaga es capaz de brindar en comparación con otros territorios donde, merced al cáncer nacionalista, es hasta cierto punto sencillo que uno se sienta extranjero. Pero, para ser honestos, convendría poner en juego más claves además de la estrictamente nacionalista. Si tomamos en consideración otras variables, como el acceso a la vivienda, sólo podríamos concluir que Málaga restringe su bienvenida a una minoría que disfruta de un poder adquisitivo muy elevado: para la mayor parte de los profesionales de cualquier sector, un traslado a Málaga se convierte en un problema muy serio. Y, aunque este problema no sea exclusivo de nuestra ciudad, sí cabe lamentar que en Málaga crezca el precio de la vivienda más que en el resto del territorio nacional y que hablemos, al mismo tiempo, del espacio urbano donde menos soluciones se proponen. El grado de acogida brindado al ingeniero informático holandés al que le cuadra en los balances su traslado a las futuras oficinas de Google o Vodafone en Málaga no es el mismo, por tanto, que el que pueda constatar una maestra interina o un empleado de una compañía de seguros. Al final, como todo en la vida, la letra pequeña de la hospitalidad tiene que ver con el volumen de la nómina. La principal diferencia de este obstáculo respecto del identitario es que afecta también, en iguales términos, aunque con consecuencias más devastadoras por razones evidentes, a los oriundos, obligados a irse a vivir a otra parte. Y ya puestos, sería deseable que dejáramos de valorar al fin el nivel de integración de nuestros invitados residentes en función de cuánto les gustan los espetos o los camperos, de si tienen el carnet del Málaga o de si son hermanos del Cautivo o de la Esperanza, del mismo modo en que hay muchos nacidos aquí a los que estas cuestiones les traen sin cuidado. Hay maneras de ser de Málaga, de amar esta ciudad y de contribuir a su desarrollo que ni siquiera sospechamos.
Un servidor, en fin, tomaría el guante lanzado por Guillermo Díaz para considerar que la identidad de Málaga como ciudad abierta y hospitalaria está por hacer. Pero no habría que ver esto, nunca, como una derrota, ni como un jarro de agua fría, sino como una oportunidad. Lo malo de creernos los más acogedores es que corremos el riesgo de considerar que ya hemos tocado techo, pero quién sabe, igual estamos en condiciones de construir una ciudad decididamente integradora en un orden social, económico, urbanístico, medioambiental y cultural. Una casa que haga honor a su raíz mediterránea y garantice que aquí nunca nadie se sentirá extranjero, fuera de sitio, ajeno ni expulsado, una Málaga adscrita a la mejor versión de la polis griega, lugar y refugio donde lo nuestro sea de todos, incluidos los que tuvimos la suerte de venir al mundo aquí. Una Málaga que no se venda al mejor postor, que no se deje embaucar por fondos de inversión, que ponga el coto a la exclusión en el centro de cualquier debate. Ya lo sé, mierda, llega la Navidad y me pongo sensible y utópico hasta lo insoportable, esos ángeles que ha puesto Teresa Porras en la calle Larios me tienen subyugado. Pero a lo mejor cada paso dado en esta dirección significa un avance sin vuelta atrás hacia la Málaga que nos merecemos.
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