Calle Larios

La Málaga de quince minutos

  • En gran medida, plantear la revolución de la proximidad en la ciudad significa atender a una cuestión ya hecha

  • Pero, de nuevo, hay que distinguir entre ciudadanos y clientes

  • Málaga: fuera del escaparate

Otra solución es ir a todas partes en patinete en lugar de hacerlo a pie.

Otra solución es ir a todas partes en patinete en lugar de hacerlo a pie. / Javier Albiñana (Málaga)

Es más que probable, querido lector, que en los últimos días haya leído alguna referencia a la idea de la ciudad de quince minutos, acuñada por el urbanista Carlos Moreno, asesor (entre otras responsabilidades) de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo. El mismo Moreno explica al detalle su propuesta en su ensayo La revolución de la proximidad. De la ‘ciudad mundo’ a la ‘ciudad de los quince minutos’, recientemente publicado en Alianza Editorial. En su obra, el autor defiende un modelo de sostenibilidad urbana basado en el mismo criterio de proximidad: en la medida en que los ciudadanos tuvieran todos los servicios públicos, las infraestructuras, las dotaciones y, lo más espinoso, el puesto de trabajo, a una distancia no superior a un paseo de quince minutos a pie, el tráfico (y las consecuentes emisiones de dióxido de carbono) se reduciría de manera drástica y se resolverían la mayor parte de los problemas vinculados a la movilidad. Ciudades como París y Buenos Aires se han comprometido a llevar la idea a la práctica, aunque, por supuesto, el planteamiento no es nuevo: Barcelona viene desarrollando un modelo similar desde 2016 con sus superislas, una propuesta de articulación urbana que ha sido imitada después en otras ciudades europeas y cuyos resultados, siempre que la puñetera jauría política lo permita, empieza a arrojar algunas conclusiones interesantes. Todo esto, claro, ha obtenido una respuesta contundente por parte de quienes ven en las ciudades de quince minutos una excusa para crear guetos a partir de los distintos estratos económicos, pero, en el fondo, no hay que ser muy avispado para darse cuenta de que esos guetos existen desde hace mucho y que precisamente ahora los hallamos poderosamente distanciados: fenómenos como el aumento del precio de la vivienda han abierto brechas insalvables de desigualdad ya no entre comunidades, ni siquiera entre provincias, sino en el seno mismo de las ciudades, donde las diferencias de renta per capita entre barrios y distritos nos habla de urbes a muy distintas velocidades dentro de una misma. Cabrían un par más de consideraciones: la primera es la necesidad de admitir que la revolución de la proximidad se juega todas las cartas al teletrabajo, cuya implantación es, de nuevo, desigual y directamente proporcional al nivel de crecimiento económico de cada urbe (es decir, el punto de partida para establecer ciudades de quince minutos no es el mismo en todas las ciudades, ni puede serlo); y la segunda tendría que ver con la misma noción de ciudad: en muchos municipios pequeños, donde la ausencia de servicios fundamentales que en las ciudades se dan por hechos llega a ser sangrante, la posibilidad de llegar a los mismos en un viaje de media hora en coche ya sería una revolución palmaria en lo que a proximidad se refiere. Y, a lo mejor, dejar de entrada fuera de juego a estos vecinos, titulares en principio de los mismos derechos, no es tal vez la mejor manera de empezar el partido.

Málaga es una de las ciudades españolas en las que más tiempo invierten los trabajadores en acudir cada día a su puesto

En cualquier caso, cabría preguntarse cómo diseñar una Málaga de quince minutos. Y lo cierto es que, al igual que en buena parte de las ciudades de su entorno, esta revolución entraña atender a una cuestión ya hecha, al menos sobre el papel: ya en su Plan Estratégico, Málaga asume su propia vertebración urbana a partir de claves como la movilidad y la proximidad. Hasta ahí, bien. Luego, como sucede a menudo, la ciudad presenta sus propias paradojas: Málaga es, según los datos del INE, una de las urbes españolas donde los ciudadanos más tiempo emplean en acudir a su puesto de trabajo, con un total de 49 minutos diarios para la ida y la vuelta (la palma se la lleva Madrid con 62 minutos). Sin embargo, al mismo tiempo, es una de las ciudades donde más ha crecido la implantación del teletrabajo en los últimos años, aunque conviene destacar una clave al respecto: que haya más gente trabajando en su casa no se debe tanto a una reconversión empresarial desde dentro como a una llegada abultada de profesionales que, atraídos por el buen tiempo y la calidad de vida, tienen la posibilidad de instalarse aquí con su puesto de trabajo bajo el brazo. Que en Málaga la proximidad sea una cuestión naturalmente factible se debe a su propia fisonomía, a sus límites bien definidos y difícilmente superables; aunque habría que ver cómo la tendencia a la megalópolis trazada en proyectos como el Eje Litoral modifican el paisaje al respecto. Pero no hay que olvidar, en cualquier caso, que la desigualdad entre los barrios de Málaga en lo que se refiere a infraestructuras y servicios es igualmente notoria, por lo que, en la práctica, sólo podemos hablar de una ciudad de quince minutos de manera cada vez más parcial. Por mucho acceso que se tenga al teletrabajo, si para resolver cuestiones esenciales, ya sean administrativas, educativas, comerciales o de cualquier índole, tienes que coger el coche, no hay revolución que valga. Precisamente, la teoría de Carlos Moreno incide en una nueva relación con el trabajo, menos esclavista y más sana, para la consecución de ciudades más vivibles. Por pedir, que no quede. 

La sustitución de población nos lleva a considerar como privilegio de cliente lo que debería figurar como derecho ciudadano

En el fondo, la proximidad, como derecho y aspiración, acusa en Málaga la misma inclinación que afecta ya a buena parte de los derechos y aspiraciones: su disfrute queda cada vez más al alcance de quien pueda pagárselo. Y la tensión parece crecer más entre esos empleados y directivos recién llegados, con sus profesiones altamente remuneradas y la cotización en otras latitudes, y una gran masa de población incapaz de acceder a una vivienda. El horizonte inmediato se plantea así en clave de sustitución, distribuido entre una ciudad financiera, de alto poder adquisitivo y vinculada al sector tecnológico, donde los habitantes podrán ciertamente prescindir del coche al tener cerca todos los recursos necesarios, y que progresivamente se irá extendiendo desde el centro hasta los barrios; y una periferia ingente, asentada ya en otros municipios limítrofes y nutrida de la población expulsada que no pudo hacer frente al precio exigido, donde los desplazamientos en coche para acudir al trabajo serán aún más largos (alguien tendrá que poner las copas, cuidar los jardines y limpiar las calles en Málaga, aunque viva en Cártama o en Alhaurín el Grande) y donde el teletrabajo brillará por su ausencia. Recordemos que el alcalde de Málaga veía una solución idónea para la reducción de la emisión de dióxido de carbono en la construcción de rascacielos destinados, principalmente, a nuevos profesionales de alto standing llegados a la ciudad en lugar de un bosque urbano que dinamizaría un entorno especialmente necesitado. De este modo, si una mayor atención presupuestaria a los barrios le bastaría a Málaga para tener su ciudad de quince minutos sin temor a guetos, la aceptación sin más de la sustitución de población nos lleva a considerar como privilegio del cliente lo que debía ser derecho ciudadano. Nada nuevo bajo el sol. 

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