Málaga: un refugio para Antígona
Calle Larios
Cada verano, la compañía Pata Teatro demuestra que es posible abrir espacios virtuosos de la mano del patrimonio histórico para el encuentro cívico de manera que todos salgamos ganando
Afortunadamente, quedan entornos de resistencia contra la especulación
Málaga: las casas son personas
Málaga/Una amiga de Barcelona que pasó por Málaga hace unos días para una visita fugaz compartía conmigo sus impresiones en estos términos: “Me ha sorprendido que la presión turística en el centro sea mayor incluso que la que soportamos en Barcelona. Todo el rato me he estado preguntando dónde se habían metido los malagueños”. Y, claro, uno solo podía darle la razón: para quienes vivimos aquí, en el centro no hay mucho que hacer, por más que nos guste pasear por la Alameda y por la calle Larios. Casi todo lo que uno puede encontrar, desde la actividad comercial hasta la oferta gastronómica, es, salvo muy contadas excepciones, lo mismo que cabría ver en un aeropuerto, al gusto de un turismo mayoritario, sin muchas inquietudes y de combustión inmediata. La cuestión es que el modelo sigue, según el plan previsto, un proceso de expansión que está transformando ya no pocos barrios, de la Trinidad al Perchel, en escenarios asépticos y sin identidad con tal de que el visitante más acomodaticio, el que viaja para hacer lo suyo sin que le molesten, se sienta como en casa (por cierto: sorprende, ahora que por fin se empieza a abordar el problema de la vivienda en Málaga, que no se señale como merece la relación directamente proporcional entre la transformación de la ciudad en un centro de ocio de baja estofa y un encarecimiento disparatado de los alquileres: muy posiblemente la solución pasa por la redefinición del espacio público como tal, es decir, como bien común, y no como producto destinado al consumo inmediato). Pensaba todo esto pocos días después de hablar con mi colega barcelonesa, cuando fui al Instituto Vicente Espinel (el Gaona de toda la vida) para ver en su patio histórico la representación de Antígona a cargo de Pata Teatro. A lo mejor queda algún incauto que desconoce aún el ciclo Clásicos en Verano que la compañía escénica malagueña lleva celebrando desde hace doce años en diversos espacios monumentales de Málaga y que desde hace ya algunas temporadas ha encontrado en el sensacional patio del Gaona su sede más estable, pero aquí estamos para recordarlo. Este año, la agrupación que lideran Macarena Pérez Bravo y Josemi Rodríguez, con más de veinticinco años en una trayectoria premiada y reconocida a nivel nacional, presenta desde el pasado 1 de julio y hasta el próximo 3 de agosto un buen puñado de funciones diarias (con descanso los domingos) de la tragedia de Sófocles, rematada con fragmentos de las versiones de Bertolt Brecht, Jean Anouilh y hasta un guiño a La tumba de Antígona de María Zambrano. Además de Rodríguez y Pérez Bravo, completan el reparto dos jóvenes intérpretes, Silvia Ure y Javier Cereto, mientras que la nómina de creadores malagueños en los apartados técnicos, vestuario, música, ayudantía de dirección, escenografía, personal de sala y demás disciplinas es abultado. Es decir, que si hubiera que atender a proyectos capaces de crear empleo en Málaga, habría que prestar atención también a lo que hace Pata Teatro cada verano, con una media de 4.500 espectadores por temporada y sin asomo alguno de especulación de la mano de un patrimonio histórico devuelto para su disfrute a sus legítimos propietarios: todo aquí es honesto y todo el mundo aquí sale ganando.
Y me acordé porque lo que demuestra Pata Teatro cada verano es que sí es posible abrir en Málaga espacios virtuosos y seguros para el encuentro más inspirador, que sirvan de refugio en una ciudad cada vez menos amable y más impersonal. Las manifestaciones, los discursos, los posicionamientos ideológicos, las soflamas en redes sociales y demás fórmulas al uso pueden servir para acallar la conciencia, pero la recuperación de la ciudad para los ciudadanos precisa, al menos, de dos elementos: buenas ideas y unas ganas enormes de trabajar duro para llevarlas a cabo. Hoy admiramos el éxito de los Clásicos en Verano en el Gaona con devoción mariana, pero quien crea que a los Pata esta respuesta del público les ha caído del cielo se equivocan: Josemi Rodríguez y Macarena Pérez Bravo han dedicado esfuerzos titánicos durante lustros, con toda en contra, para convencer a las administraciones que debían ceder los espacios, a los patrocinadores implicados y a la sociedad malagueña de que un ciclo de estas características podía funcionar. Todavía, de hecho, muy a pesar de lo ya logrado, tienen que defender cada edición como si fuese la primera y empezar de nuevo a gestionar la próxima temporada nada más echar el telón de la presente. Y si podemos extraer de todo esto una lección, cabría volver al clásico: aquí nadie regala nada. Lo que la sociedad civil logre preservar para sí frente a la lógica extractiva del sector tecnoinmobiliario se ganará a base de pensar mucho y arremangarse en consecuencia.
En gran medida, que estemos como estamos se debe a que, durante demasiado tiempo, la ciudadanía malagueña ha practicado una absoluta dejación de funciones, convenciéndose a sí misma de que tampoco era para tanto y de que alguien haría algo llegado el momento. Se ha dejado libre un espacio que los especuladores han ocupado con menos resistencia que Ibn Ziyad en el Guadalete y, por supuesto, ninguno ha perdido su oportunidad. Cuando el personal ha querido caer en la cuenta, sorpresa: todos los indicadores del desarrollo urbano invitaban a los simpáticos malagueños a irse a vivir a Coín o a Casabermeja. Para contrarrestar todo esto hace falta imaginación y coraje, que es lo que Pata Teatro lleva derrochando desde hace ya tanto con tal de que la gente pueda llevarse un rato inolvidable cada verano. Quienes sostienen que para cambiar las cosas basta un mero signo distinto en el voto de las próximas elecciones municipales no han entendido nada. Pensar y actuar: será así, o no será. Mientras tanto, una buena manera de ejercer la ciudadanía es ir al Gaona a ver Antígona, una obra que, entre sus muchos valores, invita a reflexionar sobre hasta qué punto vale la pena someterse a las leyes cuando son injustas. Y, quién sabe, a lo mejor de aquí nace otra buena idea que alguien, con tesón, obstinación y dedicación, decide llevar a cabo en otra calle, en otro barrio, en un aula, en una oficina cualquiera, en otra esquina.Y estaremos ahí para disfrutarla en nuestra Málaga.
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