Calle Larios

Málaga: talar los árboles, secar los jardines

  • Tan en serio se ha tomado la Junta de Andalucía el cambio climático que ha decidido talar 20.000 árboles en Málaga para instalar una depuradora

  • Mientras, las pocas zonas verdes quedan abandonadas a su suerte

  • Málaga y los héroes cotidianos

  • Málaga o el no lugar

A lo mejor merecen nuestros amados turistas un arbolito que dé sombra (además de la multa).

A lo mejor merecen nuestros amados turistas un arbolito que dé sombra (además de la multa). / Javier Albiñana

Entrar a buscar refugio en el Maskom cuando el terral azota en la calle es una opción legítima y, más aún, imprescindible para la supervivencia. Así que allí me las vi, buscando entre las bebidas frías y los productos congelados alternativas para pasar por caja y dar por buena la visita. Al ponerme en la cola para efectuar la compra advertí que otros muchos habían tomado la misma decisión: salvo un par de turistas franceses, jóvenes, canijos, repelados, blanquísimos, educados y simpáticos, que habían llenado hasta arriba los carritos de provisiones para su escapada malagueña, prácticamente todos los demás llevábamos apenas un par de artículos de fácil despacho, ya saben, pasaba por aquí. Los franceses comenzaron a dejar sobre la cinta de la caja su ingente cargamento de pizzas, pan de molde, embutidos, latas de cerveza, latas de atún y otras viandas, lo que tenía sentido en la medida en que pasar unas vacaciones en un apartamento turístico del barrio debe ser lo más parecido a la Tercera Guerra Mundial. Me precedían en el desfile, eso sí, dos vecinas de las de armas tomar, de las de calores a mí, tonterías las justas; de ésas que se saben de memoria la ficha del registro civil de cada contribuyente, de las que parieron a menudo cuando aquello sí que significaba jugársela en cada envite, señoras por derecho con más poder en sus casas que Pedro Sánchez en las Españas, que no hablan, sino sentencian. Y su conservación giraba, por supuesto, sobre el tema único: el calor. Así que convenía pegar la oreja y extraer conclusiones: “Pues nada, si en vez de plantar árboles lo que hacen es levantar torres y construir casas que no puede comprar nadie, lo que nos espera es más calor todavía”, afirmó la primera, a lo que respondió la segunda: “Y lo curioso es que mucha gente parece estar contenta con eso”. Nada que añadir, señoría. De alguna forma, la población se resiste a abandonar la idea de que las zonas verdes pueden contribuir a reducir la ebullición. Así de obstinada es la gente, al menos cierta gente, la que no termina de creerse que los rascacielos constituyan la mejor solución para todo. Yo recordé entonces que la Junta de Andalucía acaba de abrir el periodo de información pública sobre el proyecto de la Edar de Málaga Norte, que pasa por talar y destoconar (extirpar de raíz) más de 20.000 árboles en la Vega de Mestanza, junto al Guadalhorce, para instalar una depuradora. A pesar de la oposición vecinal, del riesgo que entraña instalar semejante estructura en una zona inundable y de que existen otros enclaves más favorables y económicos, sigue su marcha lo que únicamente puede considerarse un crimen medioambiental, que se llevará por delante un pulmón fundamental para la capital malagueña (además de Cártama y Alhaurín de la Torre) y la fauna asociada al enclave. Porque ya no se trata sólo de la renuncia a nuevas zonas verdes, sino de talar nuestros árboles. De intervenir en Monte Victoria para que deje de parecer un paraje natural y el atropello urbanístico sea más consecuente. O en Cerrado de Calderón. O, llegado el momento, en los Montes de Málaga.

"Si en vez de plantar árboles construyen casas que no puede comprar nadie, lo que nos espera es más calor", afirma la mujer en la cola

Como en una coincidencia propia de guionistas malos, al llegar a casa y depositar mis adquisiciones en el congelador mi móvil me advirtió de que alguien ha compartido conmigo una misiva de Fernando Valladares, profesor de Ecología en la Universidad Rey Juan Carlos e investigador del Museo Nacionales de Ciencias Naturales del CSIC. Se trata de una carta abierta en la que Valladares advierte de las consecuencias del proyecto publicado en el BOJA el 24 de julio para la Vega de Mestanza: “La zona lleva décadas consolidando un modelo agrícola sostenible de largo plazo y constituye un valioso patrimonio ambiental y cultural no sólo para los habitantes de la zona sino para todos. La biodiversidad constatada en la Vega de Mestanza y la estabilidad de los extensos cultivos de cítricos, muchos de ellos en ecológico, confieren valor y excepcionalidad a esta zona y por tanto es bajo todo punto de vista muy desaconsejable continuar con el proyecto destructivo. Se suma a todo lo anterior la irreversibilidad de la degradación ambiental planteada, lo cual debe llevar a extremar las precauciones y a plantear con urgencia los estudios de alternativas”. Recuerda Valladares que la Vega de Mestanza ocupa, en el término municipal de Málaga y las zonas aledañas de Alhaurín de la Torre, un área “donde concurre una gran aglomeración humana y un grave déficit de zonas verdes y ecosistemas naturales o seminaturales que mejoren la calidad de vida de los habitantes y que amortigüen los impactos del cambio climático y la contaminación”. Y no está de más subrayar que este déficit se traduce cada año en un creciente número de vidas humanas que sitúa a Málaga a la cabeza de uno de los rankings más catastróficos de Europa. Afortunadamente, tenemos otros rankings más chachis con los que podemos congraciarnos. 

Se trataría de una pedagogía con cierta gracia: para qué queréis un bosque urbano si sois incapaces de cuidar lo poco que tenéis

Ante tales premisas, cabría considerar que el estado de abandono que acusan las zonas verdes que sí tenemos, algunas en estados verdaderamente deplorables como los Jardines de Picasso, atestados de ratas, secos en su mayor extensión y reducidos a un vertedero de facto, no obedece a la fatalidad, ni siquiera a una política ambiental nefasta, sino a una directriz consciente para mover a la población a ver sus espacios naturales como indeseables. Se trataría de una pedagogía dotada de cierta gracia: para qué queréis un bosque urbano si sois incapaces de mantener lo que poco que tenéis. Siempre podemos culpar a los ciudadanos de sus desoladoras costumbres para con su entorno, pero también podríamos preguntarnos hasta qué punto la gente es más cerda en Málaga que en otras ciudades que sí lucen sus jardines bien cuidados. Lo que está claro es que los desalmados a los que todo parece importarles un pimiento le hacen el juego a los garantes de nuestras peores políticas. Qué difícil se hace a veces amar a esta ciudad.  

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