Málaga: todo está bien

Calle Larios

En algún lugar del mundo debe ser posible sostener que Málaga es una ciudad maravillosa, llena de oportunidades, y, al mismo tiempo, que cada vez se lo pone más difícil a quienes la habitan

Málaga: la mano dura

Venga, a ver quién le pone un 'pero'.
Venga, a ver quién le pone un 'pero'. / Javier Albiñana

Málaga/Cada Semana Santa señala el momento del reencuentro con amigos y familiares que vienen a Málaga a pasar unos días. A menudo corresponde hacer de anfitrión a cómplices que tienen sus raíces aquí pero que han tomado suficiente distancia, quizá después de años de residencia en otra parte, con lo que sus ojos se dejan conquistar por el asombro como si fuese la primera vez, como si no fuesen de aquí. Resulta siempre interesante que tales visitantes accedan a compartir sus impresiones: uno, al final, tiende a ver en la ciudad en la que vive los mismos paisajes, las mismas costumbres, con lo que la panorámica se hace progresivamente más homogénea, anodina. El toque de atención que te prodiga alguien que apenas pisa Málaga un par de días al año resulta, entonces, impagable, en la medida en que te permite calibrar un juicio más afinado sobre tu propio ecosistema. Sucede que, además, Málaga parece inclinarse siempre a una metamorfosis acelerada: los comentarios del tipo “¿aquí no había antes otra cosa?” son habituales, con lo que esas miradas encuentran siempre razones tangibles para justificar su asombro. Para los nativos, sin embargo, también esa metamorfosis deviene en impasible rutina: especialmente en el Centro, uno ya se acostumbra a que el último local cerrado terminará convirtiéndose en otro bar u otro restaurante. Y, al final, uno pierde sin remedio la cuenta de lo que había y de lo que hay. Las ocasiones en que un nuevo comercio local o familiar, por ejemplo, se sale de la tónica habitual se cuentan con los dedos de una mano. Pero, a lo que íbamos: por lo general, los dictámenes que sobre Málaga anuncian esas miradas invitadas suelen ser muy, muy elogiosos. La ciudad mantiene su proyección como espacio de gran calidad de vida, dotado de numerosos atractivos, una oferta gastronómica amplia, una generación cultural dinámica y los signos propios de una localidad amable; y así lo corroboran quienes vienen a pasar unos días, antes de volver a sus plazas con el convencimiento absoluto de que el caso de Málaga es, ciertamente, ejemplar.

Lo más difícil es ajustarse a unos criterios objetivos, porque los mismos nos van a obligar incurrir en la paradoja

Que entre los habitantes de una ciudad las conclusiones puedan ser distintas, desde el matiz a la oposición frontal, no obedece solo a una norma histórica, sino a una perspectiva inevitable. Por lo general, cuando uno se va de vacaciones por ahí todo parece revestir un encanto especial. Lo más difícil es ajustarse a unos criterios objetivos, porque los mismos nos van a obligar a incurrir en la paradoja, y no existe territorio más incómodo. Es muy difícil negar que Málaga es una ciudad de enorme atractivo, cosmopolita, abierta, esperanzadora. Málaga siempre está haciéndose y eso ha jugado, sin duda, a su favor, en el sentido de que siempre se compone en tiempo futuro. Basta visitar otras ciudades de Andalucía y España, en las que esa composición futura parece venderse más cara, para entender por qué sus mayores virtudes son anheladas y envidiadas. Este, digamos, esplendor, no solo se ha asentado en las bondades naturales de la capital de la Costa del Sol, sino que ha guiado las políticas que han determinado y consolidado esta proyección, la divulgación de un relato de éxito al que, insisto, costaría mucho ponerle un pero. Esas políticas han podido ser más o menos acertadas, han podido llegar tarde o a tiempo o seguir direcciones más o menos correctas, pero, en cualquier caso, han sido suficientemente eficaces para mantener el relato a salvo, no solo de cara al escaparate exterior sino, lo que sin duda tiene mucho más mérito, respecto a la percepción que muchos malagueños tienen de la ciudad en la que viven. El modelo asumió en su momento unos objetivos de estandarización en criterios de alta gama y los objetivos se han cumplido. O, mejor, están cumpliéndose, con horizontes progresivamente más elevados para los plazos siguientes.

Lo más difícil es ajustarse a unos criterios objetivos, porque los mismos nos van a obligar a incurrir en la paradoja

Todo esto debería formar parte de una evaluación del estado de las cosas que aspirara a cierta consideración de objetividad. Ahora bien, tal evaluación quedaría incompleta si no consideráramos que el modelo nunca asumió otros objetivos distintos del modelo mismo. Málaga asumió un plan de regeneración finalista que, sencillamente, pasó por alto otras cuestiones no menos fundamentales para la vida en las ciudades. Así, sigue pendiente una revisión del modelo de desarrollo aplicado en Málaga en términos de regeneración social. Porque, para que los objetivos de estandarización en alta gama se cumplieran, hubo que dejar a mucha gente fuera. O, dicho de otro modo: el modelo requería el regreso a una economía de herederos como única alternativa a la exclusión. La posibilidad de que el modelo de éxito revirtiera en los ciudadanos nunca estuvo sobre la mesa. Ese otro objetivo ni siquiera se contempló. Todavía hoy, la imposibilidad del acceso a la vivienda, por ejemplo, se considera un daño colateral, un efecto inevitable, un peaje que han de pagar todas las ciudades que aspiran a un cierto nivel de desarrollo, qué le vamos a hacer, es lo que hay; pero lo cierto es que su subsanación nunca ha figurado entre los objetivos, no ha habido ningún apartado en el modelo que ofreciera a los ciudadanos la certeza de que ellos también se beneficiarían del modelo. Las administraciones públicas solo han reaccionado cuando la estandarización ya estaba garantizada, es decir, cuando ya era demasiado tarde, y ahí tenemos los Asperones en convivencia con los áticos de súper lujo. Y es una pena, porque, al contrario que otras grandes capitales europeas lastradas por una inercia de siglos, Málaga si pudo incluir criterios de igualdad social en su plan de desarrollo cuando tuvo a tiro la ocasión de reinventarse en un tiempo récord. Pero no lo hizo. Miró para otro lado, seguramente por miedo a que el invento se chafara. Así que, bueno, si se trata de ser imparciales hay que admitir que, efectivamente, el modelo tan admirado y elogiado funciona, sus objetivos se cumplen y el escaparate responde; pero, al mismo tiempo, habría que admitir que se trata de un modelo excluyente y, por lo tanto, incompleto. Ninguna ciudad en la que se ofrece a la población la opción de residir a cincuenta kilómetros para seguir trabajando aquí, como si se tratara de una capital de primera cuando su accesibilidad y su movilidad solo pueden considerarse de tercera, puede catalogar su historia como de éxito. La cuestión debería dirigirse ahora a la consecución de un modelo social, de inclusión y bienestar, pero no, ni por asomo: lo único que importa es que la estandarización escale otro puesto en la alta gama. Muchos serán los llamados y pocos los elegidos. Y, al cabo, qué importa: todo está bien.

stats