Marbella: La operadora que nunca ha callado
Casi setenta años después, Luisa Prieto cita orgullosa a los personajes de papel cuché que vio pasar por la centralita; desde la princesa de Irán Soraya al marqués del Saltillo
Su familia llegó con un camión lleno de enseres que aparcó en la Plaza de los Naranjos
¿Qué tiene Marbella?
De pequeña Luisa se pasaba el día jugando entre las clavijas de los teléfonos. Llegó a Marbella a mediados de la década de los años cincuenta, cuando el hotel Marbella Club apuntaba el turismo como la baza indicada para el desarrollo del pueblo. Luisa no superaba los diez años de edad cuando Telefónica le propuso a su madre, operadora de la centralita de San Roque, primero, y de Ubrique, después, cambiar los aires gaditanos por Marbella, un destino para el que se auguraba un futuro promisorio. El número de abonados que contaba con un aparato de teléfono aún no alcanzaba el centenar, entre ellos se incluían la farmacia, el casino, el hotel y don Rodrigo, el párroco del pueblo.
La familia de Luisa vino con un camión repleto de enseres, que aparcó en la céntrica Plaza de los Naranjos, muy cerca del Ayuntamiento les esperaba una casona de dos plantas que albergaba el local con el cuadro de clavijas y la vivienda. Tuvieron que pasar al menos dos meses durmiendo en el salón hasta que los anteriores encargados del locutorio dejaran el inmueble.
–Marbella entonces era maravillosa, sentíamos que formábamos una familia, no éramos amigos, sino una familia entera, que siempre tenía las puertas abiertas, en la que se respiraba respeto y solidaridad. Gente sana y trabajadora. Luisa reivindica los valores heredados de su madre que se había quedado viuda de su padre.
Casi setenta años después, Luisa Prieto cita orgullosa a los personajes de papel cuché que vio pasar por la centralita; la princesa de Irán Soraya, el marqués del Saltillo, el torero Manolo González, el único de la lista que cuenta con un monumento en Marbella, Carmen Sevilla o Edgar Neville. Luisa no olvida una mañana en la que, de malos modos y muy mal encarado, entró al locutorio el dramaturgo y director de cine para quejarse de que en la noche anterior no había podido tener una conferencia porque en la centralita no le atendieron.
–Yo hacía el turno de la noche, habría llamado a las dos o tres de la madrugada, y seguramente se produjo una avería, se excusa Luisa.
El trabajo de operadora, concebido como una labor propia de las mujeres, se convertía en una tarea familiar. Para poder cubrir el servicio las 24 horas del día, Luisa tenía que dedicar las noches a ayudar a su madre. Entre los asiduos visitantes al locutorio no faltaban varios ministros franquistas con residencia en la zona o nobles como la duquesa de Osuna.
–Ella venía todos los días a hablar por teléfono y a tomar café con mi madre. Vestía siempre de negro, con un mantillo, pero era muy graciosa.
El casino del pueblo tenía asignado el teléfono número seis. De ahí llamó un día un señor para establecer una conferencia con una señora, a la vez que llamaba otra mujer para comunicarse con el mismo hombre del casino.
–No me di cuenta y los conecté a los tres. La segunda señora resultó ser su mujer. Ahí esta se enteró de que su marido tenía una amante.
Recuerda perfectamente una noche de 1963, en la que se que el sueño la venció en su hamaca. Tenía 17 años. Al día siguiente llegó un hombre extranjero, que increpó a gritos a su madre. Debajo de la camisa asomaba la culata de una pistola.
–Mi madre al ver el revólver y le amenazó con llamar a la policía. El hombre se marchó rapidito.
De él solo conocían que vivía en un chalé por la zona de El Calvario, y que a partir de la una de la madrugada solía comunicarse con Inglaterra, Portugal o Gibraltar. A Luisa esto le parecía raro, hasta que un día vinieron a la centralita tres hombres, se presentaron como Ricardo, José Luis y Joaquín, policías de Interpol, interesados por el extranjero. A la madre de Luisa le pareció que más que investigar, alguno de los funcionarios quería ligar con su hija y les conminó a marcharse.
Muchos años después, en 1990, Luisa bajaba por Nagüeles en su Renault 5, detrás suyo venía un joven en bicicleta, le llamó la atención ver a un hombre hojear el periódico, sentado en la puerta de un chalé. Lo reconoció como la persona que hacía más de 25 años había increpado a su madre y portaba una pistola. Siguió conduciendo. El silencio se rompió cuando ya lejos oyó dos detonaciones.
–Cuando llegué a casa me enteré de que habían asesinado a uno de los asaltantes del robo del tren de Glasgow.
La víctima era Charles Wilson, que se le conoció como el hombre silencioso, porque durante el juicio no pronunció más de seis palabras. Condenado a treinta años de prisión se escapó para ser capturado en Canadá cuatro años después y pasar diez años en la cárcel. Llevaba una década residiendo con su mujer en Marbella, cuando un hombre en bicicleta acabó con su vida en el jardín de su casa.
Para Luisa era el hombre cuyo rostro nunca había olvidado;
–Porque la vez que vino al locutorio pasé muchísimo miedo.
A los17 años se le presentó la posibilidad de trabajar como telefonista en el Banco Rural y Mediterráneo.
–Tuve que acostumbrarme al vocabulario de los hombres, con el tiempo yo también gritaba y hablaba como ellos. He tenido un jefe en la oficina que trataba mejor a las prostitutas que al resto de clientes y eran muchos los desmanes que cometía con todos los empleados. Un día a mí me dijo que no me iba a ir de vacaciones en agosto, como tenía previsto, porque a él no le salía de los cojones. Todos le temían pero yo me planté. A través de la compañera de la centralita del banco en Madrid conseguí una cita con el mismísimo presidente. (En 1981 el Banco Exterior de España había absorbido al banco Rural y Mediterráneo). Me recibió en Madrid don Francisco Fernández Ordóñez. Le comenté que el banco en Marbella no funcionaba como antes, que el director no trataba bien a los clientes ni a los empleados.
Entre las quejas que llevaba Luisa, había una que le parecía grave, que su jefe le otorgara un crédito de dos millones y medio de pesetas a una famosa del espectáculo y que no le reclamara el pago a cambio de que ésta le invitara a una gran fiesta.
–Le llevé la revista Semana, ahí estaba el jefe en la fiesta con su camisa rosa. Cuando a Fernández Ordoñez, en 1985, lo nombraron ministro de Asuntos Exteriores me mandó un fax diciendo que estaba a mi disposición.
Su desparpajo le llevó a que su nuevo jefe le encomendara buscar alojamiento para el vicepresidente del banco cuando no había una habitación libre en todo el pueblo. Luisa recurría entonces al conde Rudi del Marbella Club. Y otras veces a los contactos que aún conservaba en Telefónica para evitar que un cliente del banco se marchara del pueblo. Se trataba del consejero de un ministro egipcio con vivienda en Marbella que había decidido irse porque no le pondrían teléfono antes de dos años. Luisa consiguió que en diez días le instalaran la linea.
Por el banco vio pasar al pianista Arthur Rubinstein o al rey de Burundi, quien en los primeros sesenta venia a pasar las vacaciones al edificio Mediterráneo y compartir reuniones en el Marbella Club con Hohenlohe y los duques de Windsor.
–Con su chilaba blanca y su escolta ya estaba en la puerta desde muy temprano, antes de que abriera el banco.
También vio al empresario José María Ruiz Mateos, acompañado de otras tres personas, entrar y sentarse en un despacho vacío del banco.
–¿Qué hace usted aquí?, le pregunté.
–Aquí vengo, a ver si me echáis, me contestó.
–Aquí no se echa a nadie, solo a los impresentables. Con eso le dije todo.
Ha comido varias veces con Carmina Ordóñez, junto a Antonio Arribas, su amigo de los Chorys, y ha conocido a Rocío Jurado cuando llegó a Marbella. Entonces no era famosa ni cantaba.
–Bailaba en un tablao flamenco del centro y todos los días iba a la centralita a llamar a su madre y a su abuela. Cuando murió su abuela se fue y no volvió más. Éramos grandes amigas a las tres de la tarde siempre iba a recogerme para almorzar en mi casa. Mi madre me decía:
–Dile que coma aquí, con nosotras, angelito. Y comía conmigo cuando llegaba del banco y me ayudaba a fregar los platos. Era una amiga del alma.
Muchos años después, en 1975, la volvió a encontrar en la casa del torero Antonio Bienvenida.
–Se había organizado un homenaje para el torero Andrés Vázquez, intimo amigo de mi familia de Zamora. Le hicimos una fiesta sorpresa en casa de los padres de Bienvenida. Yo estaba preparando el ágape para el homenajeado y mucha gente invitada. Entonces golpean la puerta y abro. Era Rocío Jurado con Pedro Carrasco. Como ella no me reconoció, le dije;
–¿Tú no le dedicaste una canción a una amiga tuya de Marbella? Tan vieja y fea estoy que no te acuerdas de mí. Soy Luisa, tu amiga, a la que recogías del banco. Se echó a llorar y se abrazó a mí. Le recriminé que no hiciera por verme cuando venía a actuar a Marbella. Estuvimos bailando hasta las seis de la mañana. A la semana siguiente a Bienvenida lo mató una vaquilla a la que fue a tentar en una finca de El Escorial. Era un hombre sencillo y encantador.
En un momento la vida de Luisa se torció. Sufrió un brusco giro, que le llevó a trabajar en el Ayuntamiento, donde hace ya unos años se ha jubilado de conserje.
–Si voy allí a las nueve de la mañana no salgo hasta las dos, saludando a todos los compañeros. He estado de conserje y he sido feliz en ese trabajo como antes lo había sido en Telefónica o en el banco. Ahora solo presume de tener 18 nietos, entre propios y adoptados.
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