Estoy de muerte, amigo
Más de uno al leer en Twitter la crónica del '#elamericanoquenoaguantaelcartojal' -un joven californiano aficionado al Málaga y a la bebida por excelencia en Feria- se habrá visto reflejado
LA historia viral arranca como cualquier día en la Feria de Málaga: bebiendo rápido y a tragos largos. Valeriano Cánovas y Michael García se conocieron en 2013, en el estadio de Anfield. "¿De dónde eres?", le preguntó García. "De Málaga", le contestó Cánovas. "Oh, Málaga está jugando los cuartos de final de la Champions. ¿Está difícil conseguir entradas?", le espetó emocionado. García, natural de California, estaba gastando todos sus ahorros en un tour europeo para ver fútbol: Premier, Bundesliga, Serie A... Hasta llegar a La Rosaleda. "Me gustó mucho estar en un partido de Champions. Además, la gente fue muy amable y sentí una conexión muy especial con el Málaga. No es el Madrid, pero es mi equipo de España junto con el de allá, el San José", admite.
Tras el intenso viaje exprés de dos días, donde vibró mientras recibía junto a decenas de aficionados al equipo blanquiazul en el estadio, se marchó a ver más partidos. "Me prometió que volvería para vivir una Feria de Málaga", comenta Cánovas, su "compañero futbolero de juergas". Lo hizo tres años después, tras dejar el trabajo y ahorrar lo suficiente como para volver a hacer una gira futbolera y regresar a la ciudad de su Málaga. "Es una bonita historia de malaguistas por el mundo. Aunque de aquí hasta el domingo intentaré que pille algún coma etílico", escribió Cánovas el miércoles por la noche en la red social Twitter. Un día después tuiteaba lo siguiente: "Estoy en una ambulancia ahora mismo [...]. No era mi intención. No ha aguantado ni tres botellas de vino dulce". A continuación, el joven malagueño hizo un seguimiento cronológico con el hashtag#elamericanoquenoaguantaelcartojal para explicar lo que había ocurrido detalladamente, incluida la fotografía walking dead del californiano tirado en el baño de un bar y un "selfie sexy en la ambulancia" de camino al hospital de campaña instalado en el Real. "Allí le pincharon vitamina B12 y suero", detalla su compañero inseparable. La historia de Michael -y la de muchas personas durante la Feria malagueña, aunque lo neguemos a la par que nos reímos al ver las instantáneas junto al gracioso hashtag- no acaba aquí. Continúa.
"Un tío se me acercó para hacerse fotos conmigo -sí, amigos, hablamos de una historia viral- y creo que fue en ese momento cuando a Michael le dieron el alta. En seguida entré a buscarlo y una médico me dijo que ya se había marchado", narra Cánovas. Michael no llevaba nada encima: ni cartera, ni móvil, ni dinero. Al ser mayor de edad se había podido ir al rato de encontrarse bien. "Imagínate. No sabía cómo llegar a mi casa. ¿Cómo lo iba a encontrar en el Real de noche, justo antes de un día festivo?", cuenta el joven malagueño. Se lo encontró poco después "más o menos igual" que en el baño de aquel bar de la calle Beatas: convaleciente y acostado en el suelo, con las piernas a la vista.
Una estampa no muy difícil de ver a esas horas en el Cortijo de Torres o a las cinco de la tarde en pleno centro, como hoy volverá a pasar. A ojos de muchos, la crónica de la tremenda cogorza de Michael es graciosa. Sí, lo es. Y mucho. La gente se ha reído, ha comentado, ha retuiteado e, incluso, ha creado memes con su cara. Sin embargo, no es gracioso ver a un familiar o amigo en estado de coma etílico, ni tampoco vivirlo en propias carnes. No incito a beber moderadamente, desde luego, allá cada uno con su hígado, pero tampoco animo a consumir alcohol de manera descontrolada pensando en que se va a terminar como Michael en un hospital de campaña tan ricamente. Tampoco gusta ver el centro convertido en la ciudad sin ley al estilo Foesta de la Primavera granadina. Durante estos días, se ha podido ver a algunos insurrectos -por llamarlos de una manera educada- utilizar los grandes contenedores a modo de puertas para construirse un baño instantáneo personal "con portero y todo". Un desmadre donde la falta de concienciación ciudadana se observa a simple vista. Cada gesto, cada vaso al suelo, cada gota de vómito, cuenta.
Justo el ambiente contrario, al menos al mediodía, se observa en el Real. La tranquilidad campa a sus anchas junto al terral y al olor a orín de caballo. Incluso los flirteos se hacen más llevaderos con unas sevillanas de fondo y las despedidas de soltero parecen convertirse -a simple vista- en una tranquila reunión familiar en cuanto se pisa el recinto de más de 800.000 metros cuadrados. "La economía está mal, así que hemos preferido celebrarlo aquí. Nos quedaremos hasta que el cuerpo aguante", comenta en tono amable la futura novia, vestida con el traje malagueño y una peineta velo nupcial "hecha a mano". Su filosofía, la de gastar lo menos posible, también la siguen los pocos jóvenes que se acercan al Real durante la franja horaria de 13:00 a 16:00. "Venimos por la paella... Gratis. No queremos gastar mucho de día y aquí hay muchas casetas que ofrecen siempre tapitas o degustaciones a buen precio", comenta en tono pícaro una joven pelirroja mientras elige en cuál de ellas meterse.
Pero vamos a dejarlo claro, aquí, en el Real, a esas horas, los verdaderos protagonistas son los niños vestidos de flamencos, además de los caballos, la tapita gratis o La Bicicleta. A ellos les basta con su cacharrito de agua y unos cuantos charcos -los mismos que horas más tarde se convierten en bombas antizapatos limpios- donde chapotear para ser felices. Alguno incluso fantasea con bañarse en las fuentes. "Papá, mira esa noria. Quiero", le comenta un chavea a su progenitor mientras observa una gran fuente con forma de azud. El padre renuncia a meterla y el chiquillo patalea un poco. Minutos después, se olvida, esta vez montado en su carricoche. Quién fuera niño y no borracho.
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