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Para Ana de Miguel y María Krauel, profesoras del colegio de las Esclavas de Pedregalejo, el viaje a Roma para ver a La Esperanza ha sido, literalmente, una carrera de obstáculos. Todo ha empezado con un revés: perdieron el primer vuelo que las llevaba a Barcelona, desde donde enlazaban con la capital italiana. “No sabemos lo que va a pasar ahora”, decían con resignación y una risa nerviosa. “Nos reubicarán, pero ya no vamos a poder cenar en Roma esta noche, que lo estábamos deseando”, dicen con humor.
El plan, desde el principio, fue un rompecabezas montado con ilusión y presupuesto ajustado. En vez de pagar los más de 700 euros que costaban los vuelos directos, buscaron rutas alternativas. “Sobre el 25 de enero, dijimos: hay que hacerlo, vamos a mirar combinaciones, esto no nos lo podemos perder”, cuentan. Y lo consiguieron: por apenas 200 euros, trazaron un itinerario complejo, lleno de escalas, márgenes estrechos y apuestas contrarreloj.
Pero los imprevistos no tardaron en llegar. A la pérdida del primer avión se suman las dudas: ¿podrían reubicarlas? ¿Conseguirían llegar a tiempo para vivir ese encuentro tan esperado? “No sabemos si el vuelo de Barcelona a Roma se retrasa, o si hay que comprarse otro. Estamos cruzando los dedos”, comentaban entre risas, sin ocultar el estrés.
La vuelta, además, no será más fácil: Ana hará Roma-Alicante, Alicante-Madrid, y a las 6 de la mañana del lunes ambas estarán cogiendo un tren a Málaga para ir directas al trabajo. “Una auténtica odisea que empieza mal con el vuelo de salida”, dicen con humor. “Era la única forma de hacerlo sin pagar precios desorbitados. Aun así, hemos tenido que pedir unas cuantas horas en el cole”.
Y todo, por un sentimiento compartido. Aunque ninguna pertenece a la cofradía de La Esperanza, Ana es del Sepulcro y María de Estudiantes, ambas confiesan: “La Esperanza me duele y me toca. Nos picamos entre amigos y sabíamos que si no veníamos, nos íbamos a arrepentir toda la vida”.
En Roma las espera una gran comunidad. “Nos metieron en un grupo enorme del Sepulcro y hay un sentimiento de hermandad precioso, incluso con cofradías de León y Sevilla”, cuenta Ana. La emoción es palpable: “Ese momento en el que la Virgen pase por el Coliseo nos va a parecer Photoshop, vaya”, bromean.
Saben que será una procesión distinta, sin callejear, sin conocer las rutas, con controles más estrictos y zonas restringidas, pero lo asumen como parte del viaje. “Nosotras somos mucho de seguir el trono por callejuelas, pero allí nos adaptaremos. Y además, celebramos Papa nuevo, no nos podemos quedar", admiten estusiasmadas las amigas.
Pese al cansancio, el caos de conexiones y las horas de espera, tienen claro que todo merece la pena. “Es algo único, que no volveremos a vivir. El esfuerzo es grande, sí, pero la Esperanza lo vale”, concluyen las jóvenes profesoras.
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