La petición de la pequeña Noa
el prisma
Más de un mes lleva mi hija de casi 4 años, camino al colegio, topándose con la misma mancha vómito en una acera en la que la suciedad está incrustada como si fuese parte consustancial del suelo.
EN origen debió ser una sustancia viscosa, proporcionada en compuestos líquidos y sólidos, ciertamente nauseabunda al olfato y asquerosa a la vista. Muy probablemente una señal inequívoca de un desajuste en la ingesta de bebida alcohólica, que en exceso puede generar episodios espasmódicos. Quién no ha soltado una buena pota alguna vez en su vida. En ocasiones, más allá de la vergüenza inicial y de la culpa momentánea, se acaban convirtiendo en recuerdos que siempre nos acompañan, por ser indisimuladamente sinónimo de esa primera borrachera de la que llegamos hasta a pavonearnos. Tonterías de juventud.
Eso mismo puede estar pensando el sujeto que hace poco más o menos un mes decidió aliviar su maltrecho organismo soltando su vómito sobre la acera de la calle por la que a diario he de caminar para llevar a mi hija al colegio. La pequeña Noa, a punto de cumplir sus 4 años de edad, es observadora como la que más, perspicaz y atinada. Por eso supuso para su siempre orgulloso padre una sorpresa mayúscula cuando le dio por hacer ver que esa mancha ya impresa en el pavimento desgastado de la acera se mantenía intacta con el paso de los días. A lo sumo, los coloridos tonos del primer encuentro se tornaban oscuros y la sustancia casi viva se transmutaba simplemente en una plasta ya reseca.
El comentario disimulado dio paso conforme el sol y la luna se daban mutuamente el relevo a un aviso permanente. Como si se tratase de un vehículo que de improviso enciende los cuatro intermitentes para alertar de una circunstancia anormal, Noa reaccionaba conforme los pasos nos acercaban a lo que tiempo atrás formó parte del estómago del sujeto desconocido.
Así hasta que hace apenas unos días, a la pequeña Noa, en este caso en compañía de su madre, percatándose de que la mancha seguía donde siempre había estado y probablemente bastante asqueada de la situación, le dio por afirmar: "mamá hazle una foto a la calle y dile algo al alcalde". Tras asimilar la seriedad de la petición, no quedaba otra que soltar una carcajada.
Al día siguiente, esa misma niña inquirió a su madre: "¿se lo has dicho ya al Ayuntamiento?" De alguna manera, la inocencia de una niña de casi 4 años es la de todos los malagueños. La suya es, por decirlo de algún modo, una paciencia inocente, solo desbordada de manera simpática cuando, testigo de un itinerario que se repite a diario, solo ve suciedad por donde pisa. Y claro, harta seguramente de que sus padres civilizados le digan que no se ensucia, que no se tiran los papeles al suelo, que lo que se mancha se limpia, se percataría de que algo raro pasa en esta ciudad cuando lo que ve al pasear camino al colegio nada tiene que ver con lo que sus padres le piden.
Su mirada infantil debe sonrojar aún más a quienes debieran cuidar de que los casi 90 millones de euros que anualmente se destinan de las arcas municipales a alimentar a la empresa Limasa, supuestamente dedicada a recoger la basura y limpiar las calles, estuviesen mejor empleados. La sabiduría de la pequeña Noa contrasta con el desatino demostrado con el transcurrir de los años en un asunto crucial para dignificar una ciudad. No hay barrio que se sienta orgulloso de sí sin estar adecentado. Y esa es una afirmación que, probablemente, solo ciertos lugares del Centro pueden permitirse. Esto mismo debieron pensar algunos vecinos de Puerta Blanca, en la zona de Carretera de Cádiz, para salir a la calle y manguera en mano, baldear las aceras más próximas a sus viviendas.
Por mi experiencia, las ocasiones en las que he visto operarios baldeando las calles de la zona en la que vivo son un acontecimiento. Sin embargo, en la última semana, ha sido habitual toparme con varios trabajadores con la indumentaria verde y azul de Limasa afanados en retirar la cera dejada por el paso de las procesiones en ciertos itinerarios del casco antiguo.
Por eso, cuando la pequeña Noa le pidió a su madre que le mandase una foto al alcalde, es de justicia hacerlo. Aquí está. Justo encima de estas líneas. El alcalde ya sabe desde hoy que hay una macha de vómito que ha pasado a formar parte de una calle, como si se tratase de una loseta más. Es tal la imbricación que existe que de limpiarla ahora se me haría raro. Parecería que es otra calle, que en realidad la pequeña Noa no va al mismo colegio. Casi mejor, señor alcalde, déjela como está, evite que la baldeen, haga lo posible para que la manguera no haga su efecto sanador sobre este resto de suciedad. Y proponga, cuando usted pueda, alguna figura de protección para ese algo que tan bien identifica a esta ciudad.
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