La puerta del cielo
La T-3 es un templo de la postmodernidad construido en acero, hormigón y cristal que tiene en la altura su mejor aliada · La Málaga soñada afloró en la inauguración con solemnes invocaciones a Picasso y los turistas
Cuando visite usted la T-3, cosa que debería hacer cuanto antes, se encontrará, entre otros atractivos, con la palabra más larga jamás construida en cualquier idioma, y si no lo es poco le faltará: el término alemán Mehrsteuerzuruckerhaltungburö puede traducirse como Oficina de devolución del IVA y luce radiante en las señalizaciones de la nueva terminal del Aeropuerto de Málaga. Semejante fórmula, casi letanía, añade enteros al carácter espiritual, casi religioso, que exhala este edificio, obra del arquitecto Bruce S. Fairbanks, que ayer pasaba más que desapercibido entre tantos consejeros, ministros y representantes de la administración pública. Ciertamente, lo primero que llama la atención de esta mole de 250.000 metros cuadrados es su altura, digna de la catedral más sinuosa. En otros trabajos recientes desarrollados a través del Equipo GOP como la sede del Grupo Ortiz en Madrid, el Parque de Bomberos de Parla y el Hospital de La Moraleja, también en Madrid, Fairbanks había culminado interesantes estructuras en torno al espacio abierto y la altura; sus conclusiones pueden leerse ahora de manera clara en la T-3. Hasta el diseñador Adolfo Domínguez, que andaba ayer en la inauguración sabiamente retirado de los aduladores, y que había acudido para inaugurar su tienda, se felicitaba por el hallazgo: "El equipamiento es espléndido, sobre todo por la altura. Se trata de una apuesta decidida por la arquitectura ecológica, ya que aquí la ventilación se produce de manera natural y no hará falta demasiada climatización artificial". Acertaba Domínguez en su diagnóstico: es cierto que los aeropuertos, como inmuebles destinados únicamente a esperar, son los primeros exponentes arquitectónicos de la postmodernidad; y mucho se ha escrito sobre la categoría de no lugar de estos ámbitos, pero cabe felicitarse, de cualquier forma, por que la mirada pueda recrearse aquí hacia arriba. Resulta desconcertante, cuanto menos, que el conjunto quede presidido por el descomunal Whopper Restaurant (el tercero de la cadena Burger King a nivel mundial y el primero que se instala en un aeropuerto) que sale al paso del viajero nada más acceder a la T-3, como recurso pagano y demasiado entregado al marketing en este lugar donde, insisto, ciertas almas podrían encontrar su conexión con el universo; en su lugar yo habría puesto algo más piadoso, no sé, tal vez un gran azulejo de la Virgen del Carmen. ¿Y si, por una vez, no hubiera que ir tan de prisa en una terminal? ¿Y si el espíritu pudiera recrearse, ensimismado, antes de embarcarse con destino a uno de los lugares del mundo que ofrecerán precisos los paneles? Por si acaso, La Moraga de Dani García tiene sede (muy acogedora, por cierto) justo al lado. Ahí están, la comida rápida y la gastronomía de diseño, cogidas de la mano como en un claroscuro goyesco. Alguna culpa tuvo, estoy seguro, el imponente torreón del Whopper (por mucho que, a sus pies, la barra remita a los más populares cuadros de Edward Hopper, presente también en el mismo nombre del invento) del tropezón del rey. Su envergadura da, desde luego, para quedarse mirando y perder comba en el pie.
La verdadera T-3, de cualquier forma, quedará inaugurada cuando el primer turista se descalce y se acueste a lo largo de la primera hilera de asientos, dispuesto a la espera hasta la hora de embarque. Lo de ayer se pareció bastante más a una misa, con un silencio digno de arciprestazgo castellano cuando entraron los Reyes en la estancia (parecía que alguien iba a entonar de un momento a otro "Hacia ti, Morada Santa..."), las correspondientes moniciones y homilías pregonadas desde el púlpito (hábilmente traducidas al lenguaje de signos), la decorosa puesta en pie cuando el protocolo lo requería y la estelar intervención de Don Juan Carlos como obispo emérito de la comarca. Alguien debería haber adornado el estrado con flores. Eso sí, si hubieran entrado niños, el acto se habría asemejado a una boda: sus señorías, casi todos, aparecieron conjuntados como los invitados de más rango, y en las sillas figuraban los nombres y cargos en el mismo emplazamiento de las posaderas para que no hubiera lugar a dudas. Hubo felicitaciones para todos, pero nadie repartió peladillas.
El vídeo promocional que se proyectó en la enorme pantalla dispuesta para la ocasión emitía mensajes de ésos que ponen los vellos de punta, de los que hablan de Málaga con tal nivel de laudatio que sale uno haciendo ascos al Puente de Triana. Mientras el respetable rendía sus ojos a envidiables estampas de la urbe (el río Guadalmedina, eso sí, corría lleno de agua fresca y limpia bajo el Puente de Tetuán; lo que no arregle el desencuentro institucional, lo soluciona el photoshop), una voz grave como de gobernador civil afirmaba lo siguiente: "Picasso y los turistas nos enseñaron que el mundo contiene mucho más de lo podíamos imaginar". Por algún lado, claro, tenían que salir: alguien, al fin y al cabo, tenía que salvarnos. Luego se contaba la historia del aviador que hace 91 años hizo un aterrizaje de emergencia en la finca del Rompedizo mientras pilotaba el avión que cubría el vuelo Toulouse-Casablanca, con todo su componente azaroso, verdadero origen del Aeropuerto de Málaga. Y mientras los presentes mantenían el mismo silencio riguroso, los responsables de la seguridad hacían su trabajo con vistosos perros amaestrados (se vieron también humanos agentes de policía alemanes e italianos, invitados en el marco de una planificación europea seguramente para tomar nota de cómo se las gastan nuestros cuerpos armados), personas trajeadas y con sus acreditaciones colgadas como escapularios se movían de acá para allá como llegando tarde a donde quiera que fueran, las guapísimas azafatas se situaban estratégicamente en el aforo, como para regañar a algún notable si le daba por levantar el tono más de lo deseable, y los periodistas tomaban sus notas y transmitían sus directos en la zona especialmente habilitada para tal efecto. Un mundo en miniatura. El universo, como quiso Shakespeare, contenido en una cáscara de nuez.
Tras la ceremonia, llegó el convite. Al fin se pudo ver el duty free más grande de España, las tiendas (especialmente remozada y atractiva la sede de la librería Luces), todo el arsenal de perfumería dispuesto para quien espera al último momento para cumplir los regalos, mientras la plana mayor de la sociedad malagueña se tomaba una cervecita (un alto mando de la Guardia Civil observaba con recelo; por si acaso, el Ayuntamiento había paliado la reciente retirada de vehículos oficiales con un autobús de la EMT fletado para su Corporación). Y así quedó abierta la puerta del cielo: su intimidatoria altura se presta a elevar una oración al Santísimo, pero, por si acaso, más allá rugen ya los motores que conectan Málaga con el mundo. A volar, que son dos días.
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