Rockberto: una voz rota para Málaga
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Al frente de Tabletom, instauró una poética en la que muchos malagueños, al fin, pudieron sentirse acogidos con tal de llamar a las cosas por su nombre
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COSTABA hacerse a la idea, pero aquel 11 de junio de 2011 falleció a los 60 años Roberto González, más conocido como Rockberto , voz de Tabletom durante más de treinta años y emblema fundamental de la contracultura malagueña.
Su voz cantó para siempre himnos como El vampiro, Málaga, La parte chunga, Reggae las macetas, Mezclalina y Me estoy quitando, en los que tantos malagueños pudieron sentirse acogidos, al fin, como en brazos de un lenguaje propio. Pero, en sus breves hechuras, Rockberto conquistó también a numerosos músicos del panorama nacional y se hizo admirar a base de genio y originalidad, muy a pesar de la desgana del gran público, de la nula conexión con el mundo discográfico, de la mala suerte y de que, como cantó en su último disco con Tabletom, “aunque tengo arreglo, no hay manera”.
Tabletom, ciertamente, nunca fue un grupo de éxito. Y no lo fue a pesar de la bendición de la crítica y de otros muchos grupos y músicos españoles, que supieron ver en los hermanos Pedro y José Ramírez a dos de los instrumentistas más poderosos y abrumadores del panorama nacional, respectivamente en la guitarra y la flauta y el saxo. Roberto González, que se despidió aquel día de junio de este mundo con 60 años como 60 soles, constituía el contrapunto perfecto, el duende barroco que alentaba a las musas. Aunque quienes únicamente veían en él al loco pasado de todo se equivocan: González era un cantante de precisión magistral, capaz de meterle mano al blues y al jazz además de al rock y, lo que le hizo merecer un puesto en la Historia, capaz de entonar a Valle-Inclán y Rubén Darío como nadie pudo jamás siquiera haberlo pretendido.
De Roberto González y Tabletom (cuya formación se fue enriqueciendo a lo largo de los años con incorporaciones tan valiosas como las del flautista Agustín Carrillo y el bajista Carlos Becerra, aunque resulta inolvidable la presencia en las primeras filas, allá a finales de los 70, del saxofonista Javier Denis y del guitarrista José Fernández Lito) queda, además del recuerdo imborrable de la presencia menuda del cantante en el escenario, una discografía tan breve como ecléctica, sacada adelante casi a pellizcos, con no poca dificultad y sin demasiadas ayudas. El álbum de debut, Mezclalina (RCA, 1980) catapultó a la banda al escaparate del rock andaluz, entonces aún muy en boga antes del definitivo estallido de la movida (la producción de Ricardo Pachón resultó decisiva), pero ya demostraba que lo
De precisión magistral, entonó a Valle-Inclán y a Rubén Darío como nadie se atrevió jamás de aquel grupo contenía mucho más: los largos desarrollos de los temas contenían mucho de King Crimson y Yes pero también de jazz e incluso de música contemporánea.
La poética, implacable, remitía a un mundo sometido por la violencia y el terror cuya única escapatoria posible consistía en el abandono de la ciudad y el regreso al campo. Tabletom llevaba por aquellos años esa misma utopía a la práctica: Rockberto y hermanos Ramírez convivían junto a otros músicos y amigos en un cortijo en Campanillas, en plan comuna. Nada, claro, volvió a ser lo mismo en la música malagueña.
El segundo episodio discográfico de Tabletom felizmente llevado a buen puerto tardó doce años en llegar: Inoxidable (1992) materializó el fichaje a cargo de la discográfico de Mario Pacheco, Nuevos Medios, y contenía los hits más duraderos del grupo. Los temas, más breves y sobre todo cantables, propiciaron una mayor respuesta comercial aunque la exigencia musical mantuvo sus constantes. Tras la grabación del álbum en directo Vivitos y coleando en 1995, la actividad discográfica de Tabletom se estabilizó dentro de Nuevos Medios con La parte chunga (1998), 7.000 kilos (2000) y el recopilatorio Lo más peor de Tabletom (2004). Después, sin embargo, el grupo decidió recuperar su independencia y romper con la discográfica. Su último trabajo con Rockberto, Sigamos en las nubes (2008), era una absoluta autoproducción grabada en un estudio de Los Montes de Málaga con un Rockberto empeñado en dar guerra.
Sin Rockberto, los hermanos Ramírez decidieron mantener viva la llama, cambiar por completo la formación de Tabletom y reclutar como cantante y frontman al incombustible Salva Marina. En 2016, el álbum Luna de mayo demostró que la música y la vida seguían adelante. Y nosotros, claro, seguimos en las nubes.
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