El sueño cumplido de las hermanas Barranco tras aprobar, a la vez, las oposiciones: "Pensábamos que sólo una tendría plaza"
Judit le daba el pecho a su bebé a la vez que cantaba los temas, mientras que María, a sus 23 años, ya es funcionaria
Hermanas y opositoras en busca de una plaza de profesor en Málaga: "No hay que rendirse; aunque falles hay que seguir intentándolo"
Amamantando a la pequeña Marta, recién nacida, cambiando pañales y con un ojo en sus otros tres hijos, de 4, 3 y 2 años, aunque con el apoyo incondicional de su marido y su suegra. Así ha sido la recta final del arduo camino hacia las aulas en Málaga que a Judit le ha otorgado, después de tres intentos, una plaza como maestra de Primaria. A ella y a María, que a sus 23 primaveras ya es también funcionaria. Las hermanas Barranco han aprobado, a la vez, las últimas oposiciones docentes convocadas por la Junta de Andalucía. Las dos aseguran estar aún “en una nube”, después de tanto tiempo convencidas de que el suyo era un sueño “imposible”. “Pensaba que mi hermana lo iba a conseguir, porque yo lo tenía muy complicado y ella había sacado muy buena nota el año anterior que se presentó”, confiesa Judit, a la retaguardia de otras aspirantes más jóvenes y “con más tiempo para estudiar”.
Ambas reconocen haberse ayudado “en todo” lo que les ha sido posible, teniendo en cuenta que optaban por especialidades diferentes –una inglés y, la otra, francés– y se presentaban en dos ciudades separadas por kilómetros de distancia. Lejos de verse rivales, admiten la sensación “agridulce” que les habría supuesto que una de ellas se quedara atrás en el proceso. “Lo hubiéramos celebrado igual, pero intentando no hacerle daño a la otra porque es bastante duro saber que los demás lo han logrado y una tiene que seguir. A mí me ha ayudado sentir que estábamos juntas en esto, cada una con su situación personal”, afirma María, con la emoción aflorando en la garganta.
Hijas de padres profesores, aunque nunca ejercieron, han querido seguir la tradición, también, de sus otras hermanas. Son siete. De ellas, cinco pasaron por el proceso para hacerse con un hueco en la enseñanza. El propósito de las otras es también acabar en el estrado.
Un 9,23, “la nota más alta” del tribunal
Para Judit, que tiene 30 años, compaginar el encierro en una habitación con la crianza de cuatro niños pequeños ha sido el gran reto de su vida. Una cesárea en enero, cinco meses antes, y una fiebre de 39 y medio el fin de semana previo al examen la pusieron a prueba. Convenció, pese a todo, a un tribunal que la puntuó con un 9,23, “la nota más alta”, aunque el baremo de puntos le bajaría después la media a algo más de un 7. Fue la semana pasada cuando ella y su hermana supieron que eran suyas dos de las vacantes en Andalucía y que, una vez publicadas las resoluciones definitivas, tendrán apenas unas semanas para organizar su incorporación a las clases el 1 de septiembre.
En el caso de Judit, llegar a la cima no ha sido fácil. Sus hijos ya se habían acostumbrado a verla entre apuntes y a renunciar, precisa, a ir a la playa o al parque juntos, aunque eso a ella no la eximiera de una sensación de culpa autoinducida, con cansancio acumulado y abusos, a veces, del café. Se planteó, no en pocas ocasiones, abandonar el barco. “Es un tiempo que dejas de dedicarle a los tuyos y las oposiciones son una incertidumbre hasta el final”, argumenta.
“Mami, eres nuestra reina favorita”
Pero no lo hizo. El día del examen, Judit llegó a la Facultad que le había sido asignada “histérica” y “justa de tiempo”. “Me puse a preguntar a gritos dónde estaba mi aula, hasta que me relajé e intenté no pensar más que en la parte teórica que tenía que decir de carrerilla”, recuerda. Al salir de la prueba recibiría la primera de las recompensas: en el rellano aguardaban para abrazarla su marido y sus dos hijos mayores, que sostenían entre sus manos una pancarta con un mensaje indeleble en su memoria: “Mami, eres nuestra reina favorita”. “Lo escribió el padre en inglés, pero buscaría en Chat Gpt, porque mucho no sabe”, bromea. Él ha sido, recalca, su “incentivo” en la búsqueda de la plaza, la persona que la sacaba del fango del que no veía salida cuando el derrotismo se apoderaba de ella, como de cualquier opositor. “Yo tenía pocas esperanzas en mí y él siempre me animaba. Me decía que lo importante era intentarlo y que, si fallaba, no se iba a decepcionar”, detalla.
María acabó el año pasado sus estudios y, a continuación, probó suerte. “El año pasado salí incluso más contenta que éste, con un 8,5, y no saqué plaza”, relata. Asegura que es “más cabezota” que su hermana Judit y, durante la preparación, se propuso en todo momento “ir a por todas”. Estudió 20 de los 25 temas que se le exigen. "Sabía que me la sacaría, porque yo quiero esto”, sentencia.
También, no obstante, su nivel de autoexigencia le ha pasado factura. Pese haber visto ya su nombre publicado entre los seleccionados de la especialidad de francés, ha tardado en conciliar el sueño. “Al terminar todo me despertaba y mi cabeza seguía pensando en los temas”, narra. Aspira a casarse y a tener “los hijos que Dios quiera”. Mientras, engaña a ese instinto de maternidad cuidando de sus 22 sobrinos –uno de ellos en camino–.
María quiere recuperar cada minuto perdido. “No he tenido tiempo de viajar ni de quedar con amigos o familia. Este verano me gustaría ver a todos y retomar el deporte”, apostilla. Como su hermana encara el verano con un cóctel de emociones en el que se funden el miedo, la euforia y la incertidumbre a un ritmo frenético, pero con la tranquilidad de saber que el trabajo ya está hecho.
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