La tentación del licántropo
Hubo eclipse de Luna en Málaga, pero incluso así la Luna siguió siendo Luna, o lo fue más todavía l A menudo basta ensombrecer algo para hacerlo más visible l Dicen que el 'luar' (alguien debería adaptar esta palabra portuguesa) de esta ciudad es único en el mundo l Por eso sabe de nostalgia


PASEABA tan feliz el pasado miércoles de vuelta a casa, caída ya la noche, por la calle Alcazabilla, cuando comprobé que a la altura de La Aduana una feliz pandilla de turistas jóvenes y británicos (por qué extraña razón lo uno parece condición sine qua non de lo otro) hacían fotografías al unísono a algo que estaba quieto en el Paseo del Parque. Mi sentido arácnido me indicó que allí había algo digno de ver, y me encaminé al cruce. Lo que aquellos mozalbetes capturaban con sus cámaras digitales era el eclipse de Luna, que en Málaga se vio especialmente bien, con sus tonos anaranjados, su inspiración de ausencias, la conjunción de sus sombras. Y pensé: es curioso. La Luna suele estar ahí casi siempre, salvo cuando sus ciclos naturales la ocultan. A menudo se la ve llena, reinante, oronda como un animal antediluviano en celo, despidiendo todo su luar (alguien debería de una vez traducir esta hermosa palabra portuguesa al idioma castellano) sobre el mar, en la bahía, para alimentar las mareas y los periodos menstruales. Sin embargo, es ahora, cuando no se la ve, o cuando se la ve menos, cuando resulta más digna de observación por la mayoría. Dicen que la Luna de Málaga, o precisamente su luar sobre las olas en lLa Malagueta, es un fenómeno único, más único que el eclipse, irrepetible, incomparable en todo el mundo. Yo lo comparto. He visto muchas lunas, en orillas mediterráneas como la que nos acoge, en Esmirna, en Djerba, en Éfeso, pero ninguna de ellas se derramaba sobre las aguas como una leche servida por los dioses. A menudo, desde Gibralfaro, he dado la razón a los fenicios adoradores de Noctiluca y a los hombres-lobo. De hecho, ¿a qué mejor destino podría aspirar un licántropo que a este rincón donde la Luna conquista el cielo más que ocuparlo? Será que el verano se acerca, pero no puedo evitar cierta melancolía cuando recuerdo encuentros familiares y de amigos celebrados en la arena de la playa, bien en un chiringuito o con cualquier cosa que lleváramos a cuestas, desde El Palo hasta La Misericordia, para celebrar el comienzo de las vacaciones o simplemente la existencia, mientras la noche se cerraba solemne sobre las cabezas. En esta memoria habita la Luna, que siempre estuvo allí, como estuvo millones de años antes y lo seguirá estando dentro de otros tantos millones de años. En aquellas bacanales de la infancia y la adolescencia, con el estío en pleno apogeo, se podía compartir la hipótesis de Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke en 2001: Una odisea del espacio: la Luna nos mira. Algo en ella nos mira. Y luego cuenta lo que ha visto.
¿Por qué escribo esto? Porque cuando vi a aquellos turistas (o estudiantes, vaya usted a saber) haciendo fotografías al eclipse caí en la cuenta de que, si tuviera que irme de Málaga por una temporada larga, o para no volver jamás, la Luna sería algo que echaría terriblemente de menos. Pocos motivos despertarían en mí tanta melancolía, estoy seguro. Y se trata de algo, la Luna, que veo a diario, y en lo que apenas reparo, salvo ciertas noches en que a uno le da por mirar y la descubre soberana y alta y quisiera decir a todo el mundo "mirad la Luna". Si tuviera que abandonar mi ciudad echaría de menos algunas calles, algunos rincones sagrados de mis primeros años, los paisajes en los que viví mis episodios fundamentales, las esquinas más visitadas, pero, sobre todo, la Luna, o ese luar sobre el mar que da sentido pleno a la naturaleza. Cierto: a menudo, los elementos en los que menos reparamos son los que más nos dolerían en la ausencia. Basta que la Luna se esconda unas horas para que reclame más nuestra atención. Lo decía el subcomandante Marcos: "Mire lo que son las cosas; para que nos miraran, nos tapamos el rostro". La cotidianidad es el peor enemigo del asombro. En fin, va siendo hora de domar la licantropía. Hay todo un Sol ahí fuera para morir abrasado.
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