Victoria: la vida en una calle

Calle Larios

En su evolución urbanística, Málaga está logrando, en no pocos casos, convertirse en una ciudad más cómoda y atractiva, pero a estas alturas habría que preguntarse para quién

Málaga: sueño de una mañana de verano

La calle Victoria: y sin embargo, se mueve.
La calle Victoria: y sin embargo, se mueve. / Javier Albiñana

El verano se manifiesta en su faceta lúdica y sus vacaciones, pero también en sus incomodidades: la calle Victoria ya está cerrada al tráfico y seguirá así hasta septiembre, mientras arreglan el maltrecho colector de Carretería. Uno lo siente sobre todo por los usuarios de la EMT, porque el rodeo que deben dar ahora las distintas líneas de autobús no es precisamente pequeño. Pero ya se sabe que el bienestar general requiere a menudo enormes dosis de paciencia particular. La cuestión es que con todo esto ha vuelto el debate sobre la posible peatonalización de la calle y, como sucedió con Carretería, los argumentos vuelven a escorarse entre las distintas posturas con argumentos razonables. Por una parte, la posibilidad de consagrar la vía al paso peatonal, al menos en su mayor parte (algo que ya se da muchos días del año entre desfiles procesionales, eventos deportivos y otras licencias del calendario), resulta apetecible en la medida en que, sí, es un gustazo enfilar la calle sin miedo a los vehículos, por no hablar de las opciones disponibles para hacer del trazado un verdadero refugio medioambiental. Por otra, y como quedó demostrado también en Carretería, la asimilación de la calle Victoria al trazado peatonal del Centro abundaría, sin remedio, en su desnaturalización, en la erosión de identidad a favor del mismo atrezzo insípido, de hostelería chusca e inhabitabilidad palmaria, que ya conocemos. Quizá habría que admitir que, en cierta medida, este modelo ya ha sido asimilado: el uso turístico, que a su vez ha facilitado la rehabilitación de varios edificios, ha devorado aquí el parque de viviendas con una fuerza significativa, igual que han hecho los depósitos de equipajes con algunos locales, pero aún quedan ciertos comercios y bares de singularidad suficiente y meritoria.

La calle Victoria es un signo enquistado de la ciudad vieja que presume de su carácter imprescindible en la más nueva

Viví unos años en la calle Victoria, cuando todavía se podían recoger camperos en Los Paninis. Después me quedé en el barrio, muy cerquita, y aquí seguimos. El Jardín de los Monos sigue formando parte de mis paisajes cotidianos, que ya no concibo sin sus colores; paro de vez en cuando en San Lázaro, me gusta tomar algo en la Esquinita del Chupa y Tira cuando no hay mucha gente y revisar la mesa de nuevas adquisiciones de la librería Re-Read. Se fueron muchos establecimientos, y echo mucho de menos algunos, pero siempre me gusta explorar los que llegan. Por su estrechez y su necesaria condición de lugar transitado por miles de personas cada día, ya sea a pie o en coche, la calle Victoria es una anomalía paradójica, un signo enquistado de la ciudad vieja que presume de su carácter imprescindible en la más nueva. Y creo que por eso precisamente me gusta más, por el modo en que su memoria se vierte de manera natural en resistencia. Aquí no cabe un rascacielos, vaya por Dios. Es muy cierto que la peatonalización, aunque fuese parcial o semi, como la de Carretería, la transformaría para siempre, pero también lo es que la calle cambiará inevitablemente, igual que lo hará Lagunillas y hasta Barcenillas el día en que le den por husmear ahí. Lo que en una ciudad no se mueve, muere. Pero siempre podemos preguntarnos en qué dirección vale la pena desplazarnos.

A lo mejor resulta que un día, bueno, nos vamos de paseo a una calle Victoria en la que nadie se sienta extraño

O, para ser más directos: si el día de mañana, a tenor de lo que dé de sí la experiencia de cierre al tráfico de este verano, se decidiera peatonalizar la calle Victoria o introducir cualquier otra innovación que la haga más cómoda y atractiva, sería genial que el proceso estuviera presidido, cual oráculo, por la pregunta para quién. Porque, bueno, si se trata de convertirla en objeto de especulación, de aprovechar el tirón del hotel de Piqué y de hacerla subir los escalones que hagan falta hasta meterla de lleno en el alto standing, pues igual resulta preferible dejarla como está. Porque lo que nos vendieron como exclusivo ha resultado ser un páramo bastante feo, la verdad. Lo que sí podemos hacer, tal vez, es hacerla apetecible no para los inversores, sino para los ciudadanos. Es verdad que la calle Victoria es incómoda al paso: sus aceras son también estrechas y las aglomeraciones de turistas constantes, así que continuamente hay que poner un pie y un ojo en la calzada para avanzar, con lo que la peatonalización, tal y como expresan muchos vecinos, resultaría una solución idónea. Pero si la peatonalización pasa por volver a darle un bocado a la Málaga que conocíamos para entregarle las prebendas al negocio hortera de la Ciudad Redonda, nos quedamos mejor con las aceras estrechas. Que terrazas por las que no se puede pasar, selvas de ruido, despedidas de soltero desbocadas y otros efectos indeseables que nos han colado con el señuelo de la Málaga culta y tecnológica ya tenemos de sobra en otras calles. Quién sabe: a lo mejor resulta que un día, bueno, nos vamos de paseo a una calle Victoria en la que nadie se sienta extraño. En la que echemos de menos algunas cosas que perdimos, pero celebremos las que tengamos. Es doloroso el modo en que la Málaga más promocionada ha ido pulverizando a la Málaga más querida, hasta sus últimas esquinas, pero de alguna forma tendremos que entendernos. Si es que creemos que realmente nuestras calles valen la pena sin tener precio.

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