La Viking odisea IX: Destino Estocolmo

Es un viaje cuya belleza no se limita a los paisajes, pues vive en las carreteras, los lagos y las leyendas que esconden los bosques

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Castillo de Örebro.
Castillo de Örebro. / Juan López Cohard

Teníamos que desandar los 358 Km que separan Oslo de Voss. Volvimos a recrearnos con aquella serpenteante carretera que atravesaba espesos bosques oscuros y verdes valles de pastos vivos y claros. Pasamos los cañones del Tocagel y volvimos a contemplar la catarata de Vøringsfossen. Nos enfrentamos de nuevo con la travesía del Parque Nacional Hardangervidda, ese vasto desierto donde hace siempre un frio que pela.

No hay nadie que haya pasado por allí que no se haya llevado de recuerdo un abrecartas con el mango de pata de reno o, directamente, una cornamenta completa. Pasamos Gol, el pueblo de donde salió la iglesia medieval del Museo Vikingo, y llegamos a Oslo. Estábamos a unos 160 Km de la frontera sueca. Seguimos la ruta sin pasar por la capital y nos encontramos con unos paisajes de ensueño.

Antes de llegar a la frontera, en la zona llamada Femund Engerdal, se pueden contar más de 900 lagos, siendo el más grande el lago Femunden, que está muy cerca de la frontera y es el tercero más grande de Noruega. Nos adentramos con las caravanas entre los inmensamente altos abetos hasta encontrar un hueco donde parar a comer.

Hay que advertir que, la acampada en Suecia, era libre. Comimos a base de unos bocatas de salchichón de Málaga y otros de salmón de Bergen. Por allí, curioseando, vimos unas especies de pirámides de tierra, de un metro y medio de altura aproximadamente, que descubrimos eran termiteros. Nos dio el síndrome de ¡que viene la marabunta!, y nos fuimos pitando.

Atravesada la frontera, ya en Suecia, el paisaje se vuelve aún más intimo y mas apacible. Llegamos a Arjänj, un pueblo de unos 10.000 habitantes, rodeado de bosques y prados ondulados en los que, por estas fechas agosteñas, huele a hierba recién cortada y a resina de pino. En el aire flotan la mitología y las sagas vikingas y, aún más, el misterio de las leyendas sami.

Los samis o lapones, son un sobreviviente pueblo indígena que habita en el norte de Escandinavia. Sus orígenes datan del 7.000 a.C., y eran pastores nómadas de renos y pescadores; con los vikingos tuvieron contactos, pero a partir del siglo XVI, con el nacimiento de los estados nacionales, éstos intentaron absorber al pueblo sami para que perdieran su lengua y forma de vida, pero no lo consiguieron. Hoy día tienen sus derechos reconocidos, mantienen su lengua, su cultura y su religión animista, chamanista y politeísta.

Pasado Arjäng nos encontramos con Arvika, una ciudad industrial de unos 25.000 habitantes. Entre su industria se encuentra la fábrica de Volvo. Está a orillas del lago Glafsfjorden, único fiordo sueco navegable, de hecho, cuenta con el puerto de más profundidad del país. Como aún nos quedaban casi 400 Km por hacer hasta Estocolmo, decidimos buscar un camping y quedarnos a dormir por las orillas del lago.

El paisaje era de ensueño. El reflejo de los árboles en el lago transmitía una paz relajante que te transportaba a un mundo idílico. A eso se le añadía la divertida representación que te ofrecían las ardillas saltando de árbol en árbol, corriendo a tu alrededor como si quisieran jugar contigo y allá a lo lejos, en el contraluz de la puesta de sol, se recortaban algunas siluetas de renos con sus altivos cuernos.

El cielo, al atardecer, está en su apogeo romántico, arde en tonos de coral y amatista. Las nubes, tornadas en color anaranjado, se deslizan lentamente como barcos de algodón sobre el firmamento. En este momento, el paisaje sueco parece una pintura viva: árboles recortados contra el fuego del ocaso, renos en los campos, y una lejana brisa de mar báltico.

Después de cenar, disfrutando de la plácida noche nórdica, comencé ya a pensar en Estocolmo. La mañana siguiente llegaríamos a la capital de Suecia. En plena cristianización, en el siglo XIII, fue elegido rey de los suecos Birger Jarl al que se le atribuye su fundación, hacia el año 1250, como una fortaleza para protegerse de las invasiones piratas. Ya entrado en recordar el nacimiento de Estocolmo, me vino a la mente los orígenes del reino sueco. Lo había leído en una de las sagas.

Suecia era en la Alta Edad Media el territorio donde se asentaban tres regiones: Sueonia, centro considerado la cuna del reino, donde se encuentran Estocolmo y Upsala; Vestrogotia, sur occidental donde habitan los gautas (godos) y clave de la cristianización escandinava; y Ostrogotia, tierra de los gautas orientales cuya principal ciudad es Linköpin. El primer rey que tuvo bajo su poder estas tres regiones fue Erik Segersäll o Erico el Victorioso (945-995).

Comenzó gobernando junto a su hermano Olof. Tras la muerte de éste, gobernó en solitario. Pero el hijo de Olof, Styrbjörn el Fuerte, reclamó para si el trono, a lo que se negó en rotundo. Su sobrino, aliándose con los guerreros mercenarios que habitaban la isla de Wolin (isla en el Mar Báltico, hoy polaca), le declaró la guerra y ambos ejércitos se enfrentaron en los alrededores de Upsala. Salió victorioso Erico y, de ahí, su apodo.

Los caminos, bosques y prados de Suecia son un libro cuyas páginas están dispersas por ellos en piedras talladas con escritura rúnica. Las runas nos cuentan todas estas historias. Sus jeroglíficos y escrituras pictóricas relatan lo ancestral, los momentos cotidianos y las hazañas heroicas de los guerreros vikingos, en cuyo honor fueron erigidas las piedras rúnicas. También ese libro forma parte del museo al aire libre que es Suecia.

Sobresale por todo el paisaje el legado que dejaron sus primeros habitantes, como son los crómlech o recintos funerarios, donde podemos contemplar fabulosas rocas esculpidas como barcos, animales, personas y túmulos vikingos. Pero, sin duda, la mayor atracción está en las iglesias rurales medievales que pueblan toda Suecia. ‘Son tan fascinantes como numerosas y forman parte integrante de la campiña sueca’.

Tras desayunar en el camping, continuamos nuestra ruta camino de Estocolmo. Pronto nos encontramos con la ciudad de Örebro, donde hace siglos que el tiempo se detuvo. Es una ciudad universitaria, de unos 130.000 habitantes, a orillas del lago Hijälmaren, que forma el río Svartán. Destaca en él su castillo medieval, construido a orillas del rio Negro en el siglo XIV y posteriormente ampliado y reformado en estilo renacentista.

Paramos a visitar la ciudad que nos pareció muy bonita e interesante. Sus calles están empedradas y en ellas hay muchos cafés con terrazas llenas de flores. En agosto, en los países nórdicos, y en un paralelo tan al norte, los días son aún interminables. Los crepúsculos son largos y deliciosos y el sol nos regala una luz que languidece lentamente y con mucha ternura.

Ya muy cerca de la capital sueca, la carretera serpentea entre pintorescas granjas con campos dorados de trigo. Los lagos aparecían y desaparecían como por arte de magia, hasta llegar al inmenso e impresionante lago Mälaren. Estamos a las puertas de nuestro destino: Estocolmo, la ciudad más “islática” del mundo, ya que se extiende por 14 islas conectadas por más de 50 puentes. Anclamos nuestras caravanas en el camping Angby, sito en la misma ciudad.

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