En los últimos años he visto cómo, en Málaga, el acceso a una vivienda —ya sea en alquiler o en propiedad— se ha convertido en una de las mayores fuentes de angustia y frustración para muchas personas. Lo que antes era un paso natural en la vida adulta, hoy se ha transformado en un desafío que pone a prueba no solo la economía, sino también la salud mental.
Cada semana, en mi consulta, escucho historias de jóvenes y familias que viven con la sensación de que el futuro se les escapa. Personas que trabajan, que se esfuerzan, que intentan hacer las cosas bien, pero que, aun así, no logran acceder a un hogar estable.
Ansiedad, frustración y sensación de estancamiento
No poder acceder a una vivienda digna genera un tipo de estrés que no siempre se reconoce. Es un estrés silencioso, constante, que se alimenta de la incertidumbre. Cada búsqueda fallida, cada subida de alquiler o cada hipoteca inalcanzable deja una huella emocional.
Recuerdo especialmente el caso de una joven que me decía, con rabia contenida, que por mucho que se esforzara en ahorrar nunca podría conseguir el dinero suficiente para la entrada de una vivienda. No lo dijo con tristeza, sino con enfado, con la sensación de estar atrapada en algo que no depende de ella. Y esa frustración, esa sensación de impotencia, se repite en muchos de los discursos que escucho últimamente.
Una generación que hizo todo lo que se le pidió
Pertenezco a una generación a la que se le enseñó que el esfuerzo era la clave. Que si estudiábamos, trabajábamos y éramos constantes, tendríamos una vida estable. Sin embargo, muchos de esos jóvenes, ya adultos, me cuentan que se sienten defraudados. Han seguido las reglas, han invertido años en formarse, y aun así no pueden permitirse alquilar o comprar una vivienda en la ciudad donde han crecido.
Esa ruptura entre las expectativas y la realidad no solo genera preocupación económica, sino una profunda herida emocional. La de quienes sienten que han hecho todo lo correcto y, sin embargo, viven con la sensación de haber fallado.
El hogar como base emocional
En psicología hablamos mucho del hogar como símbolo de seguridad. Tener un espacio propio no es un lujo: es una necesidad emocional. Representa estabilidad, identidad y control sobre la propia vida.
Cuando ese espacio falta, o cuando parece inalcanzable, surgen la ansiedad, la irritabilidad y la sensación de vivir en una constante provisionalidad. Muchas personas en Málaga viven hoy con el miedo a no poder mantenersu vivienda actual o con la idea de que nunca podrán tener una propia. Esa falta de horizonte genera un malestar que afecta a la motivación, a las relaciones y a la esperanza.
Un problema estructural con consecuencias personales
El problema de la vivienda va más allá de los números o los precios del mercado. Afecta a la manera en que las personas se relacionan con su entorno, con su futuro y consigo mismas. He escuchado a jóvenes que me dicen que no se imaginan formando una familia aquí, o que están pensando en irse de Málaga porque no pueden construir un proyecto de vida. Esa sensación de desarraigo emocional deja huella.
La crisis de la vivienda está generando una generación que se siente desubicada, agotada y, en muchos casos, sin esperanza. Y cuando la esperanza se pierde, aparecen los síntomas del malestar psicológico: la ansiedad, el insomnio, la apatía, la sensación de estar estancado.
Cuidar lo que sí está en nuestras manos
Evidentemente, la psicología no puede resolver el problema del acceso a la vivienda. Pero sí puede ofrecer herramientas para gestionar el impacto emocional que provoca esta situación. En muchas ocasiones, acompañar a una persona a poner en palabras su frustración y a entender que su malestar tiene sentido es el primer paso para aliviar parte del peso.
No se trata de resignarse, sino de reconocer lo que ocurre, de cuidarse y de no cargar con culpas que no corresponden. Aunque no podamos cambiar el mercado inmobiliario, sí podemos aprender a sostenernosemocionalmente en medio de la incertidumbre.
Y quizá, en ese proceso, encontrar una forma distinta de sentirnos en casa.
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