Un sudamericano hermético y un alemán que no para de sonreír. Pellegrini y Klopp, tipos singulares en su entorno. Singulares también por el romanticismo que derraman en un fútbol que se impone como urgencia en la mayoría de los banquillos. Son entrenadores que enseñan a sus jugadores a divertirse antes de ganar. No sólo están entre los ocho mejores de Europa, han arrastrado en su avance una legión de seguidores neutrales enamorados de sus maneras, que han creado un cuento de hadas en Málaga y Dortmund. Sus ideales vertebran el libreto de una eliminatoria que no será la más mediática, pero que pinta preciosa. Dará continuidad a la línea lúdica que está siendo la Champions para la ciudad. Para que nadie olvide cómo el sueño puede seguir desoyendo su fecha de caducidad. La ilusión impregna otro partido mágico en La Rosaleda. Se ha ido elevando tanto el listón de los encuentros que ir a Martiricos es ya como subir al cielo.
Sobran las pistas para detectar otro encuentro de élite en Málaga. Isco y Götze, los últimos balones de oro sub 21, los futuros reyes del mambo, son las farolas del duelo. Pero en la sombra son sujetados por Gundogan y Toulalan, los tramoyistas indispensables. Conjuntos que presionan arriba, que sufren sin el balón, valientes, casados con el gol. Luego es cuestión de gustos elegir entre el duende de Joaquín, el afán de Blaszczykowski, las irrupciones de Reus o los zarpazos de Baptista. Hasta comparten lágrimas: las de Eliseu y Hummels; en sus competencias, dos ausencias que se hacen notar.
Uno de los factores que desequilibra la paridad es Robert Lewandowski. En rojo en la agenda de Antonio Fernández, la que se llevó el nuevo modelo de austeridad, Europa le contempla como 9 de resonancia. Dinámico, buen rematador con ambas piernas, con capacidad para asociarse y un agudo olfato anotador. Al Málaga le falta un delantero así para situarse en el escalafón en el que vive su rival. Claro que también presenta menos fisuras atrás. El sistema apenas hace aguas. Y para contenerlas queda Caballero. No puede decir lo mismo el Borussia Dortmund, cuya facilidad para anotar en cualquier campo es proporcional a sus problemas para no encajarlos. Aunque desde la premisa de que son enfrentamientos decididos por detalles, se avecina una eliminatoria con goles y en la que ambos están capacitados para marcar a domicilio. La consigna blanquiazul, no obstante, es llevar el cero a Dortmund.
Salvo extravagancia, decidirá el Signal Iduna Park. El chip se aleja al del Oporto. Desaparece la sed de la remontada, el control de las pulsiones. Aparece una nueva etapa de madurez: tener el balón para alejar las amenazas del gol en contra y cortocircuitar los planes de Klopp, esperar más pulso en Demichelis y Weligton que en los atacantes. Nada cambia en la grada; ahí sólo cabe gozar. La sensación ya es bastante familiar esta temporada.
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