Málaga C.F.

La Rosaleda pasa facturas

  • Ambiente enrarecido en Martiricos, por momentos fúnebre, pero el final recordó a las grandes tardes; el fondo señaló a jugadores y palco

  • Así fue la protesta en la previa

El fondo sacó varias pancartas durante el partido

El fondo sacó varias pancartas durante el partido / Carlos Guerrero

La Rosaleda vivió una noche de emociones opuestas, dos caras antagónicas, pero consciente de los tiempos agonizantes que corren, pese a una victoria ante el Mirandés que solo sirve como cuidado paliativo, a la espera de cómo acabe la jornada. El partido se jugó desde bien temprano, con una marcha masiva en los aledaños de Martiricos, más objeto de interés que de puertas hacia dentro. Miles de malaguistas mostraron su indignación e impotencia con los José María Muñoz, Manolo Gaspar y el resto de responsables que han conducido al Málaga CF al punto más crítico de su historia. Duradera e intensa, más de media hora de cánticos antes de ver fútbol. 18.035 espectadores, una entrada sorprendente viendo el contexto, que confirma que La Rosaleda es innegociable, da igual si son días de alegría u oscuridad. Pero el estadio pasó facturas desde el calentamiento, no se iba a quedar en la puerta ese ruido, sino que iba a perdurar durante los noventa minutos.

Atmósfera sepulcral, una afición cariacontecida, vencida porque ya no queda un solo incentivo en el que sostenerse. El fondo iba desfilando pancartas señalando a palco y jugadores. "Un corral de gallinas cluecas sin huevos. Jugadores mercenarios", "una plantilla de fracasados solo aspira a descender" o "los culpables siguen dentro del cortijo", entre otras. Independientemente del marcador favorable, el estadio no dio lugar a la tregua, aunque fue sacando muecas en acciones concretas, ni siquiera se celebró con júbilo el buen tanto de Escassi, sí el testarazo de Lago Junior en la segunda parte, que abrió a una reconciliación temporal. La Rosaleda cambió su cara, agradecía esfuerzos, ovacionaba a Cristian o Chavarría cuando Pellicer movía fichas, pero con trasfondo enrarecido. El silencio dominó por encima del ruido, lógico, por el proceso natural de un equipo que coquetea con el drama. N'Diaye, Jozabed y Burgos pagaron los platos rotos. Sin embargo, en el último tercio de partido, La Rosaleda hizo una especie de clic.

Estampas de alegría como si el equipo estuviese luchando por el sueño que se anhelaba el pasado verano, cierta incredulidad, un ligero punto de ironía, pero el ambiente fue limpio en los minutos finales. Se reclamó a Álex Calvo y Pellicer tuvo el gesto de dar entrada al canterano unos minutos, movimiento que hizo retumbar a la grada. Cabalgadas del zurdo, la gente encendida, pero fue algo efímero. Nada más pitar Caparrós Hernández, La Rosaleda retomó su enojo con la plantilla a grito de "jugadores, mercenarios" mientras los señalados aguantaban el chaparrón. Por lo general, un marco extraño.

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