Pepe Kimto: del internado a profesor de flamenco en Marbella
Desde los 12 años estuvo en Nuevo Futuro de Málaga y hoy es conferenciante y productor de eventos culturales
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Todavía recuerdan a Pepa Kimto con su porte de estrella de Hollywood bajar por la calle Peral, con falda negra de tablas, a juego con sus tacones. Siempre guapa. El fulgor de Marbella nunca llegó a la calle Alcantarilla ni a los Corrales Bajos. La Kimto, como la conocían en el pueblo, vivió mucho tiempo en un cuarto de poco más de diez metros cuadrados en la calle que hace esquina con Lobatas, donde crió a cuatro niños. Pepa, una buena mujer.
Su nieto Pepe Kimto procede de esta familia gitana.
–Mi abuela llegó a Marbella a finales de los años cuarenta. Era una mujer andaluza muy correcta, de aspecto duro, llevaba zapatos altos y el pelo recogido, cuando la veían quedaban impactados. Era muy recta, con un carácter muy fuerte, con muchas vivencias y un tipo señorial. Como en la época de postguerra, en las décadas de los cincuenta hasta los setenta, también era duro sacar adelante a tantos niños sin padre. Ella se ha dedicado al cuidado de nueve niños que ha criado sola, ha sido una luchadora, no tenía problemas con nadie, le costaba decir te quiero, pero sabías que te amaba aunque no lo decía.
Murió en 2001, mi madre había fallecido tres años antes por culpa de la heroína, yo tenía 18 años. Mi madre se encargaba del cuidado de muchos niños, vendía mantelerías en un pequeño puesto del bar Salduba, hacía trabajos de buscavidas, de supervivencia.
Me crié con mi abuela. Por desgracia mi tío El Carbonero también murió por la heroína. En los ochenta esta droga hizo verdaderos estragos.
Los gitanos iban por los pueblos a hacer tratos, como coser cuatro retales para conseguir comida. Era una especie de estraperlo por los montes, a veces tenían que pasar días escondidos para conservar dos kilos de habichuelas y unos tomates con que alimentar a seis o siete niños. Mi bisabuela Amelia Fernández, la abuela vieja, cosía, y el abuelo arreglaba sillas de enea. Iba a Istán a cambiar retales por arreglos, manteles de Canarias. Eran tiempos muy duros, a veces no llegaban, se los quitaba la Guardia Civil. Amelia, al final no era una gitana normal, dio más libertad a sus hijos en los años cincuenta y sesenta.
Y mi abuela fue una mujer muy moderna para su tiempo, trabajó de camarera en un barra americana, la Cueva del Sheriff de mis tíos, un bar de señoritas. Tuvo nueve niños, a los que ella sola tuvo que sacar adelante. Hoy sería una mujer empoderada, rompedora, sin miedo al qué dirán, decidida a hacer lo que le diera la gana.

Pepe Kimto esquivó el mundo de las drogas. Desde los 12 años estuvo en el internado Nuevo Futuro de Málaga donde recibió formación. Hoy es profesor de historia del flamenco, conferenciante, músico de percusión y compá́s, además de productor de eventos culturales y lutier de cajón.
–No he terminado mal del problema familiar. Del internado venía los fines de semana a Marbella con mi abuela a los corrales.
Pepe se graduó en Historia en la Universidad de Má́laga, luego hizo un master sobre investigación y análisis del flamenco en la Universidad de Cádiz y cursó estudios en la cátedras de Flamencología en ambas universidades. Es un estudioso en la investigación y difusión del flamenco.
–Fue el libro de historia de Marbella y San Pedro de Fernando Alcalá (cronista de la ciudad) de finales de los setenta el que me despertó el deseo de estudiar historia.
Isabel Morero retrató a las familias gitanas que conoció Pepe Kimto. A Morero, le causó sorpresa en Granada, donde estudiaba fotografía en los años ochenta, observar la discriminación de los gitanos, que no había visto en Marbella.
–En Granada eran dos mundos diferentes, no había relación entre payos y gitanos. En Marbella, en cambio, estábamos todos juntos y nos llevábamos muy bien, desde la escuela, en la que tenía compañeras gitanas, hasta la vida diaria en la calle. No es como ahora que están apartados en un rincón. Nos separaron, los niños eran felices, ignoraban si ese día su madre podría darles de comer.
El Muerte introdujo a Isabel en la comunidad gitana. Ese apodo le cayó por trabajar en el matadero municipal.
–Era amigo de mi padre, y a través de El Muerte me acogieron como parte de ellos, en una época en la que no era fácil para los gitanos hacerse fotos. Pude fotografiar a varias familias. Lo hacía en distintos momentos que bajaba a Marbella. En Navidad, Semana Santa, cuando volvía a casa. Me esperaban para que les retratara. Me sentí respaldada y tratada con mucho cariño. A El Muerte lo fotografié con su mujer y sus hijos en su casa, que estaba frente a la iglesia de la Encarnación, en el corazón de Marbella.

–Las fotos las hice para mí, para expresarme a través de la fotografía. Fueron tomadas entre 1985 y 1987 a familias que vivían en asentamientos que ya no existen como La Florida o Vente Vacío. Realicé una muestra con las imágenes de la vida cotidiana de estas familias. No lo saqué a la luz hasta 2021, en un catálogo de fotografías recogidas en el libro Sacais, editado por José María Sánchez Robles de la editorial Edinexus.
Mi profesor de fotografía, Vicente del Amo, que tiene trabajos expuestos en el MOMA de Nueva York, se asombró de las fotografías que había realizado al entender que por encima de la técnica primaba su valor de documento histórico.Yo los he retratado con mucho respeto, en el que se expresara su dignidad, orgullo y amor propio.
–En la época de Gil, en los noventa, nos echaron de la calle Salinas, en el casco antiguo, de una casa que era nuestra desde los años sesenta, donde vivían seis familias y algunas no eran gitanas. Unas fueron realojadas en El Ángel y otras en Las Chapas. Pensaron: cómo unos gitanos iban a estar viviendo en un palacio, recuerda Pepe Kimto.
En Semana Santa nos encerraban. La policía con boina nos prohibía abrir las puertas o tender ropa porque pasaban las procesiones. Podíamos asomarnos por las ventanas pero todos calladitos. Y que los niños no salieran a la calle sin camisetas.
Siempre hubo integración con la población de Marbella, nunca me he sentido discriminado era gloria bendita y estoy agradecido. De pequeño hacía mucha vida en la calle, en la que podía comer, era muy querido, toda era una familia. Siempre nos llevamos muy bien con los vecinos en la calle Lobatas, el Corralón de Cano, en calle Salinas, en la plaza Altamirano o en La Florida, hasta que llegaron los guetos en Las Albarizas y El Ángel.

–Antes, en las peleas de niños, se les regañaba y ahí quedaba, hoy hay pistolas. En mi familia, parte de ella cayó en el consumo de droga y terminó vendiendo. Los toxicómanos son un problema. En Las Albarizas hay unas 150 familias, en las viviendas del Rey Fahd y otros bloques, se han convertido en un gueto, en el que hay gente trabajadora y otra muy conflictiva.
El problema de la droga fue creciendo y hace estragos, están enganchados con la droga, roban o dan tirones. Llegan familias gitanas de fuera, de Granada o Almería, la comunidad crece y hay más robos, que no siempre son de gitanos. Desde 1400 siempre culpan a los gitanos, una herencia de siglos atrás. Y ahora con el auge de la ultraderecha hay más racismo y homofobia.
–Hubo un tiempo que parecieron integrados en la sociedad local, aún cuando se reconocían como gitanos. Sin embargo, el paso del tiempo también va sepultando ese recuerdo, señala el historiador Francisco Moreno.
Gracias al trabajo de Bernard Leblon en El gran fichero de los Gitanos en España (siglos XV a XVIII) Historia de un genocidio programado se rescata un documento que cumplía una orden de finales de 1784. En ella se encargaba a los corregidores la realización de un registro de todos los gitanos que había en sus respectivas jurisdicciones, aportando una serie de datos estadísticos que pudieran servir para adoptar medidas dirigidas a su control y asimilación. Se contabilizan entonces 15 gitanos en Marbella, un escaso número respecto al resto de pueblos andaluces.
De su presencia en la ciudad solo quedaron leves rastros como el de la marbellense calle Lucero, conocida también como la del Molino. Ese nombre tan gitano, que antes, desde finales del XVIII se llamó Calle de los Gitanos. O la Virgen de los Gitanos, que ocupaba el nicho que se sitúa en el callejón de los Chinchilla y fue sustituida por un Sagrado Corazón en 1995. Tal vez conocemos con otras connotaciones toponímicas, como el puerto de los Gitanos en Sierra Blanca
La primera referencia es de finales del siglo XVI, sobre un supuesto gitano marbellí, Gabriel de Chaves, recuerda Moreno.

–Los tablaos fueron importantes en las décadas de los 70 y 80 en Málaga y en Andalucía. En Málaga estaba La Gran Taberna Gitana; en Torremolinos el tablao de Mariquilla o el Jaleo y aquí destacaba la Pagoda Gitana y el de Jarrito y las actuaciones de La Cañeta o Lola Flores. En esos años pasaron todos los grandes como Camarón, que de no ser cantaor hubiese sido torero. Participó de una novillada en una plaza portátil en San Pedro Alcántara. Entonces estábamos pegados a los artistas y festivales, como el de Ojén que ha conseguido ser importantísimo, con solera, dice Kimto.
He pensado toda la vida que el flamenco debía ser una asignatura de estudio. Muchos flamencos y críticos creían que estaba loco. Después de muchos años de formación e investigación llevé a cabo el proyecto Flamenco en el Aula. Lo presenté a la Junta de Andalucía que lo acogió y se lo apropió, me daban una de cal y otra de arena. En el proyecto básico se planteaba una asignatura optativa en la ESO, en todos los institutos, una asignatura reglada. El flamenco es el arte más universal que Andalucía exporta al mundo, cante, toque y baile. Andalucía exporta cultura y el flamenco es muy complejo.
Flamenco en el Aula para Niños es otro programa que llevo a cabo con cuentos sobre Carmen Amaya y Juan Breva. Lunarilandia es un universo de lunares para niños de cuatro y cinco años, que se ofrece a colegios públicos y privados. Se hace por la pasión de difundir el flamenco. La cultura de Andalucía es el flamenco: el flamenco y el flamenco fusión, no el flamenquito, para eso ya está la rumba catalana.
Los gitanos a Marbella le dieron color. Veías al limpiabotas en la cafetería Marbella o llevando los coches de caballos, en trabajos de buscavidas, mantelerías, venta ambulante callejera. Han hecho mucha aportación a la Marbella turística, le propició un color gitano para pintar la vida.
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