Crítica del concierto de Billy Cobham en el Festival de Jazz

Doble bombo de salón

Billy Cobham, durante su concierto en el Teatro Cervantes.

Billy Cobham, durante su concierto en el Teatro Cervantes. / Daniel Pérez / Teatro Cervantes (Málaga)

Llegó Billy Cobham al Teatro Cervantes como quien ha toreado los mihuras más bravos y ahora se conforma con oficiar de salón: mira lo que hago, ea, ahí lo llevas. No es lo suyo tanto una cuestión de nostalgia bien alimentada como de pragmatismo llevado a los cauces correctos, los que de entrada sabemos que van a funcionar con la eficacia y la pulcritud propias de músicos de tan altísimo nivel. Por contra, ay, su concierto no deparó que digamos excesivas sorpresas y se mantuvo bien arrimado a los cánones de la fusión mejor intencionada; aunque fue en los breves episodios en los que el batería se apartó de ella cuando más magia brilló con luz propia en el escenario.

Evocó Cobham (quien recibió antes de su actuación de manos de Tele Leal el Premio Cifu del Festival de Jazz que en principio se había designado al ausente Michel Legrand) en una de sus alocuciones al público su anterior ocasión en el Teatro Cervantes, “hace ya mucho tiempo, creo que fue con Kenny Barron, disculpen ustedes pero no estoy seguro”. Y, ya puestos, lo cierto es que el menú preparado para la ocasión delató en qué medida marcó el instinto musical del batería aquella breve experiencia (tan bien salió que no podía durar mucho) que fue la Mahavishnu Orchestra. La música de Billy Cobham anda en esos derroteros, con su doble bombo a espuertas y su virtuosismo primario, como quien presume de lo bien afinados que lleva los timbales; pero, eso sí, en una versión para todos los públicos, sin estridencias, sin inversiones armónicas endiabladas y en un tono amable, de buen rollo, tampoco es plan de ponernos bordes con esto. Curiosamente, fue en un tema sotto voce como Panamá, homenaje de Cobham a sus orígenes familiares, donde se pudieron recabar las mejores noticias merced a un cambio de estrategia: donde este hombre pone el virtuosismo al servicio del matiz, de lo más claro dicho con menos recursos, hay un instinto poderoso que merecería un mayor desarrollo. Por lo demás, bueno, los guiños a la Mahavishnu fueron constantes, especialmente a partir del quinto toro, siempre sin salirse del tiesto y con un gusto por la distinción entendida a base de dos teclados un pelín pesados en sus solos sintéticos. Nos quedamos con la oda al parche de un maestro de la batería. Quien tuvo, retuvo, oiga.

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