Carta a Chicano

Quizás te de tiempo a echarle un vistazo antes de tu vuelo para que puedas llevarte mi cariño intacto, mi admiración perpetua, mi agradecimiento eterno

Eugenio Chicano, en su estudio, junto a la periodista Cristina Fernández.
Eugenio Chicano, en su estudio, junto a la periodista Cristina Fernández. / Javier Albiñana

Málaga/Querido Chicano, esta carta llega tarde, pero quizás te de tiempo a echarle un vistazo antes de tu vuelo para que puedas llevarte mi cariño intacto, mi admiración perpetua, mi agradecimiento eterno. Te he querido mucho, lo sabías y eso me da un poco de consuelo en esta mañana triste y helada. No soy más que una de muchos. Sé que todo el amor que has ido derrochando, la simpatía, la amabilidad y la cercanía cuajó en cada uno de los que te conocieron y se enorgullecen hoy de llamarte amigo.

Para mí lo has sido. Te he llamado a tu estudio, me has contado tus cosas, tus proyectos, tus achaques. He escuchado embobada tus historias, tan divertidas siempre. Me dictabas el Cuentagotas y me ruborizabas a la vez con tus piropos. No ha faltado un 24 de julio que no me felicitaras el santo. Mi nombre te hacía recordar a tu hermana. Has escuchado mis preocupaciones y te he encontrado siempre que te he buscado. Sabes que habíamos quedado el día 26, cuando el Ateneo tenía prevista la presentación de una revista monográfica dedicada a tu figura. Y no me creo que no estés para esa cita.

También quedó pendiente la visita a tu mural de la iglesia de Santa Rosa de Lima, ver tus nuevos carteles de Semana Santa y pasear, tú cogido de mi brazo, enseñándome tu nueva exposición. Porque estoy segura de que hubiera habido más Chicano para llenar de color este sombrío presente, para poner el dedo en la llaga, para dejarnos mirar a través de tus ojos.

La pena me asfixia porque sé que aún no había llegado tu hora, porque te enfrentabas cada día a la vida con ganas, con tus pinceles cargados de valentía, con tu mente abierta y dispuesta a seguir hacia adelante.

Me lo hiciste siempre tan fácil que pocas veces fui realmente consciente de que tenía enfrente a un artista de tu talla. Incluso cuando empezaba, me atendiste con paciencia y me guiaste con humildad, me enseñaste en cada encuentro, en cada entrevista. Me hablaste de tu amada Verona, de aquella vez que diste, casi por casualidad, con la casa de Alberti en Roma, de tus andanzas con verdialeros y cantaores, de tu empecinamiento por convertirte en el pintor que has sido a pesar de los propósitos familiares.

Recuerdo cuando Ignacio Martínez me encargó un reportaje para El País sobre las torres almenaras al hilo de tu exposición. Así entró en mi vida el nombre de Eugenio Chicano y de ella ya no saldrá nunca.

Hoy, querido Eugenio, somos mucho más decadentes. Volverá la gente a andar por la calle Victoria, volverán a tomar café en el Samoa o a comer en el Nerva, nacerán y morirán otros pero ya no escucharán tu voz grave, tus magníficas charlas, tus risa, tus cabreos. Aunque queda tu huella, tu gran obra, a pesar de que aún no tenga el lugar que le corresponde en tu querida Málaga. Tus lienzos, fundamentales para entender la historia del arte español del último medio siglo, nos sirven para saber que tu estancia aquí es infinita. La brecha que se ha abierto este 19 de noviembre, profunda y dolorosa, se llenará con tu recuerdo. Al menos eso espero. Con amor, tu Gioconda.

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