Crítica de teatro | 'La disputa'

Lección de pugilismo ilustrado

Josep Maria Flotats y Pere Ponce, en ‘La disputa’.

Josep Maria Flotats y Pere Ponce, en ‘La disputa’. / MarcosGpunto

En la personal singladura de Josep Maria Flotats por el teatro filosófico (con perdón; si lo prefieren llámenlo teatro político, aunque a ver si hay algún teatro que no lo sea), si La cena y El encuentro de Descartes con Pascal joven, ambas de Jean-Claude Brisville, habían delimitado ya una experiencia escénica única, es la obra de otro autor, Jean-François Prévand, la que con más precisión y altura ha logrado consolidar esta odisea, de rabiosa independencia y con vocación a contracorriente dentro del teatro europeo contemporáneo. De entrada, el texto de Prévand es una verdadera delicia que eleva la disciplina dialéctica a la categoría pugilística en un diálogo surcado de matices que se crece a la hora de señalar las flaquezas de dos hombres cargados de razones para evidenciar, precisamente, las miserias y servidumbres del debate político de nuestro tiempo. En La disputa son tan importantes las convicciones profesadas como las conductas que las sostienen. Voltaire y Rousseau se denuncian mutuamente sus incongruencias pero los dos emprenden un aprendizaje al que queda incorporado el público: el que lleva al reconocimiento del otro como merecedor de la mayor honestidad. Podemos contradecirnos respecto a nosotros mismos, pero no respecto al adversario. El espectador del presente conecta sin duda con un Voltaire radical en su defensa de la ilustración y la cultura como preservativo ante la superstición y la intolerancia, frente a un Rousseau que decide renunciar a la humanidad, incluidos sus mayores logros, con tal de preservar al hombre. Pero, servido en el presente, el menú de Prévand denuncia tanto la espiral que conduce a los profetas del igualitarismo a las tinieblas de la represión y la anulación del pensamiento como la tendencia del liberalismo humanista a censurar, a menudo por los medios más cobardes, a quienes considera sus más peligrosos enemigos. La obra surca estas aguas a base de humor y de una apasionada defensa del teatro como mecanismo para la praxis política, generoso a la hora de percibir al espectador como una criatura inteligente sin imposturas ni artificios vanos.

Y sí, es tal vez en La disputa donde encontramos la mejor versión posible de Flotats, depurado y excelente en la dirección escénica y generoso y creativo a la hora de componer a un Voltaire tan ideal como, en cierto sentido, paradójico. Pere Ponce brinda una sobresaliente interpretación en su recreación de un Rousseau consciente de sus contradicciones desde el principio y por eso especialmente débil por más que se empeñe en demostrar lo contrario. Subidos ambos a un ring armado escenográficamente con lo justo pero muy eficaz, el combate va de menos a más y gana tanta verdad como exigencia a medida que las cartas van quedando boca arriba. A lo mejor sabemos quién pierde. Lo que no está tan claro es quién gana.

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