Epopeya cantada, coartada para el asombro
El musical 'Los miserables' es justo lo que promete: una maquinaria tan abrumadora como precisa en sus detalles
Bien, ahora que ni la monarquía es lo que era, consolidado el imperio de la frivolidad y aniquilados los grandes escenarios en beneficio de microteatros y demás estrategias fast food, resultaba lógico que el ciudadano medio, ése que conduce su existencia anodina entre la más apurada supervivencia y los pequeños éxitos de usar y tirar, echara de menos un espectáculo de verdad, a lo grande. Una experiencia inolvidable, la oportunidad de decir yo estuve allí. Y Los miserables viene a satisfacer esta necesidad, mientras que de paso devuelve a las tablas la magia que parecía perdida. Ciertamente, no se trata de un musical cualquiera: tal vez se trate, como aseguran sus promotores, del musical por excelencia, o tal vez no tanto, pero su eficacia como instrumento puesto al servicio de la épica, en el sentido más clásico del término, resulta incontestable. La producción que Stage Entertainment hace de la obra de Claude-Michel Schönberg y Herbert Kretzmer, con la coreografía de Michael Ashcroft y la dirección escénica de Laurence Connor y James Powell, pone en contrapeso la magnitud del asombro, con una babilónica maquinaria alzada en el teatro, y el gusto por el detalle, la concreción carnal y humana de los personajes en los que el drama adquiere su verdadero relieve. Lo mejor, de entrada, son los recursos que el musical ofrece para recorrer en imágenes (pues de imágenes hablamos, aunque plagadas de acción) la novela de Victor Hugo, cuyos dibujos originales acontecen proyectados en el escenario en un ejercicio de profundidad. Y sí, el drama se sirve cantado, según la maravillosa partitura de Schönberg (impresionista en sus modulaciones, feroz a la hora de dirigirse al tuétano y convocar las lágrimas); pero sin perder un ápice de la hondura a la que se asoma ese mesías del XIX llamado Jean Valjean.
Los miserables es, claro, una cuestión de talento: el de su reparto, en las magníficas voces de Nicolás Martinelli, Felipe Forastiere, Ignasi Vidal (fabuloso Javert), Armando Pita, Guido Balzaretti, Lydia Fairén, Elena Medina, Eva Diago, Carlos Solano y Talía del Val, entre muchos otros. También el del director musical, el malagueño Arturo Díez Boskovich, que conduce a los catorce instrumentistas en el foso en consonancia con la acción hasta lograr un equilibrio digno del mejor funambulista. El virtuosismo se da manera tan natural que no parece tal, y aquí se encuentra su mejor virtud. No hay una sola voz fuera de su sitio, cada suspiro y cada gesto cuentan como engendradores de matices. Hay que ser de piedra, insisto, para asistir a la composición que hace Elena Medina de Fantine y no entregar todas las cucharas.
Pero, además de todo esto, Los miserables es uno de los objetos escenográficos más admirables que un servidor ha visto. Cuidado, no sólo por lo aparatoso de los elementos y la gracia con la que todos suben y bajan: también por la sobriedad y simpleza con la que la iluminación, sobresaliente, subraya cada transición. Menudo juguete, oigan. Para no perdérselo.
No hay comentarios