El Jardín de los Monos
Un verano en Cornualles VIII: explorando Penwith-II
Málaga/A Javier Ruibal (El Puerto de Santa María, 1955) las hechuras de músico de pura cepa (en su variante más intelectual) se le notan incluso a través del teléfono. Sus reflexiones, marcadas por el poso de la reflexión y la lectura, se dejan notar entre respuesta y repuesta; siempre con un toque de formalidad. Qué hay, al cabo, más selecto que un cantautor. Algo que los malagueños podrán comprobar este sábado, en La Cochera Cabaret, donde Ruibal se subirá al escenario para celebrar el treinta aniversario de su álbum mejor considerado: Pensión Triana.
Que Pensión Triana fue un disco que dio un impulso definitivo a su carrera se ha convertido casi en una frase hecha. ¿Usted también lo recuerda así?
Estoy totalmente de acuerdo. Digamos que con él me rescaté a mí mismo del descatalogamiento y recuperé presencia. Fue como volver a la vida, con la suerte de que la gente lo eligió como disco predilecto. Uno hace su trabajo, lo que no puede hacer es que sea valioso para el público. Ese es su cometido. Forma parte de la magia de las cosas que escapan a la propia voluntad.
Sé que no es muy amigo de este tipo de universalismos, pero ¿podría ser ese su trabajo más redondo, con mejor empaque?
Cuando se publicó no existían tantas opciones creativas alrededor del flamenco. Hice un intento y quedó agradable, resultón (ríe). Tiene aspectos virtuosos, sin embargo, quiero pensar que con el tiempo he ido a más: he aprendido a cantar mejor, a tocar mejor… Sí que posee algo que lo hace singular. Eso es innegable. Aunque, como digo, no quiero ni sobrevalorarlo ni pensar que los demás lo han superado. En cada momento se hace lo que mejor se sabe hacer.
Lleva toda su carrera haciendo casar música y poesía, dos terrenos extraordinarios que, no obstante, requieren de mucho esfuerzo para que se lleven bien juntos. ¿Cómo se consigue que una parte no empañe a la otra?
Siempre intento ser leal y cortés con la música que ha habido antes que la mía y con la que va surgiendo. La composición, más que de atesorar habilidades que otros no tienen, va de permanecer atento. Además, hay que tener habilidad para descartar ciertos versos menores y armonías que están muy manidas. También leo bastante a otros. No para ver si puedo pillarles detalles que me sirvan, sino para conformar un vocabulario y desarrollar ideas.
¿Y esas lecturas siempre se corresponden con la poesía o también con la narrativa?
En realidad, no es tanto poesía como novela, en general. Los poemas para mí son un enigma. Muchas veces no entiendo demasiado bien que están queriendo expresar los autores. Aunque me hipnotiza su manera de decir las cosas. Mis lecturas están orientadas a familiarizarme con el hecho de escribir, de relatar, de contar. Las canciones tienen un componente del que carece la poesía. Es más directa. No hay tiempo para la abstracción. Entonces, tienes la obligación de captar la atención del que te oye en tres minutos. La reflexión viene después, cuando se escucha varias veces. Eso a mí me resulta muy estimulante. Porque implica narrar el más breve de los cuentos a la vez que lo dotas de ciertos sentimientos y, además, incluyendo una moraleja. Somos más contadores de cuentos que poetas.
Podría decirse que su obra es más bien intimista. ¿Cree que quedan pocos músicos encargados de transmitir esa reflexión al público o es que simplemente no están en primera línea?
Los artistas comerciales van buscando la inmediatez, se dirigen a un público que tampoco tiene excesiva pasión por la música y que quiere entretenerse. Tampoco creo que haya unas maneras más puras de hacer las cosas que otras, si acaso más esmeradas o moralmente menos reprochables. Tanto en la música como en la vida. Después es verdad que existimos artistas que buscamos explorar la sentimentalidad. Eso requiere otros tiempos, precisa de cierto recogimiento. Aunque, al final, todos queremos ser muy escuchados y, como decía García Márquez, muy queridos. Componemos y escribimos, primero, para ser vistos; y, luego, para ser preferidos. Lo que pasa es que no se puede gustar a la sociedad al completo. Uno expone la idea de sí mismo hacia el resto y puede o no coincidir con lo que les resulta agradable. Llegar a más personas no hace más valioso a un artista. Lo que importa es lo que decía al principio: la lealtad, las buenas maneras y no caer en la copia oportunista. Salvando eso, la música no tiene culpa de nada. Somos nosotros quienes la desviamos hacia unos lugares o hacia otros.
¿Debe un músico componer sus propias letras y melodías? Al margen de versiones o trabajos ocasionales, quiero decir.
Depende de las ganas de jugársela que tenga. La composición te da independencia, aunque también conlleva un riesgo de no llegar hasta el público, o de carecer del tiempo necesario. Entiendo a quienes usan las composiciones de terceros para expresarse y lo respeto. Lo que sí que me parece interesante es cuando un artista adopta una creación ajena y mediante sus dotes la expande a límites más lejanos. Pero volviendo al tema, en general, creo que lo que buscamos los artistas es personalizar lo que hacemos. Mostrar que lo que tocamos suena a nosotros. Sin significar tal cosa que todo lo que refleja la canción sea una experiencia propia. Si trabajásemos sólo con materiales reales, la música sería sosísima. A los seres humanos nos pasan pocas cosas que realmente sean extraordinarias.
De hecho, usted ha compuesto para cine, programas de televisión, artistas… ¿Hasta qué punto importa el formato para transmitir un mensaje?
Uno es siempre el mismo. Del derecho y del revés, como canta Serrat, y ,claro, cuando te piden una canción, lo hacen porque eres tú. No digo que tengas que hacer algo que pudiera pasar por tuyo, eso no, pero sí que mantenga tu estilo dentro de los parámetros que te indican. A la hora de crear uno mismo, sin cortapisas, te guían los caprichos particulares, el deseo de contar, la intención de relatar lo que te da la gana. En el caso de escribir para otros artistas, hay detalles a tener en cuenta. Es necesario mirar muy bien lo que ha cantado antes, de modo que lo que le proporciones esté dentro del registro en el que se maneja. No puedes poner un tema en su boca que resulte excesivamente sorpresivo, debe implicar una continuación. El artista también influye: no es lo mismo componer para Pasión Vega que para Martirio. Hay que ponerse en sus zapatos y desde ahí hacer la canción.
Tiene en su haber unos cuantos premios por los que, digámoslo así, algunos artistas matarían. Me refiero al Goya o al Premio Nacional de Cultura. ¿Qué consideración le merecen? ¿Les da importancia o le parecen sólo piezas de exposición?
Los premios hay que tomárselos como un regalo que te da la vida, como un galardón al desarrollo de lo que llevas haciendo años, de tu oficio, de la perseverancia. Al recibirlos te animas, te dan impulso y te aportan confianza. Aunque también tienen un componente azaroso. Tú estás trabajando y, de repente, lo que haces despierta interés en un comité. Con esto me refiero sobre todo al Premio Nacional. A esa convocatoria van una terna de artistas y, por el motivo que sea, se lo dan solo a uno. Hay también algo de injusto en eso. A raíz de ahí, comienzas a salir en los medios un periodo, después se olvida y sólo queda reflejado en tu currículum. Está bien que sea así. Porque si no te pondrías a pensar en que te dieron un Goya o en tal o cual cosa y no podrías bajar la guardia nunca, que tampoco se debe hacer… Los premios no deben pesar como una losa.
¿Qué proyectos tiene en marcha?
Tengo listo para ir a fábrica, hoy o mañana, un nuevo disco. Se llama Saturno Cabaret. Es una obra coral que gira alrededor de un cabaret imaginario, pero que a la vez es bastante cercano a los de la Barcelona de los años 50. Refleja el contraste de la posguerra y la dictadura con los aires de ciudad abierta y el sentimiento de las personas que acudía allí a fantasear, a pensar cómo podrían haber sido sus vidas si la infamia de la guerra no los hubiera abofeteado. Aun así, es un disco alegre, con mucha musicalidad y cierta dramaturgia. Cuenta con la participación de una orquesta de nueve músicos y, cuando estemos sobre los escenarios, nos acompañarán un par de bailarines que darán aquello cierto aire cabaretero. En él, simplemente, soy un alter ego. El objetivo es que el que lo oiga pueda mentalizarse de que soy el cantante del cabaret y de que estoy contando lo que allí pasa a través de canciones. Por eso, abarca todos los estilos musicales de la época: desde el tango argentino al paso doble, pasando por la zambra flamenca, el buguibugui o el rocanrol. Ese va a ser el juguete nuevo.
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