Joan Gràcia | Actor, director y productor de Tricicle

“Nunca hemos tenido problemas con la censura ni con la autocensura”

  • La compañía regresa al Teatro Cervantes este fin de semana con cuatro funciones de ‘Hits’, el espectáculo con el que el trío se despide de los escenarios tras cuarenta años de oficio

Carles Sans, Joan Gràcia y Paco Mir, en una imagen promocional de ‘Hits’, el último espectáculo de Tricicle.

Carles Sans, Joan Gràcia y Paco Mir, en una imagen promocional de ‘Hits’, el último espectáculo de Tricicle. / David Ruano

Pocas compañías pueden presumir de formar parte de la memoria sentimental de varias generaciones de espectadores con la contundencia de Tricicle, que tras cuarenta años de producciones escénicas, televisivas y cinematográficas ha anunciado su retirada de los escenarios (aunque conservará sus funciones de producción para otros montajes). Hits, una antología con sus mejores sketches, es la propuesta para su gira de despedida, que este fin de semana llega al Teatro Cervantes de Málaga con cuatro funciones de viernes a domingo. Joan Gràcia (Poble Sec, Barcelona, 1957), nombre propio de Tricicle junto a Carles Sans y Paco Mir, responde a Málaga Hoy.

-En la antología Tricicle 20 el público podía seleccionar los sketches de cada función a través de una votación previa que se hacía en el mismo teatro. En Hits también se ha dado la oportunidad a la gente de elegir, pero a través de internet. ¿Había que adaptarse sí o sí a los nuevos tiempos?

-Sí, pero lo curioso es que tantos años después el público sigue prefiriendo los mismos sketches, aunque los resultados son parecidos. Más aún, cuando los representamos la gente vuelve a reírse exactamente en los mismos momentos en que lo hacía antes. Nada de esto nos preocupa, porque nuestra selección particular sería muy parecida. Y la gira está funcionando muy bien: aproximadamente el 70% del espectáculo es fijo y el 30% puede cambiar, así que hay espacio para las sorpresas.

-Entiendo que el hecho de que los espectadores quieran ver los mismos sketches es más un motivo de orgullo que de desazón.

-Por supuesto. Eso demuestra que la gente conserva los recuerdos de cuando vio nuestros sketches en su momento. No sólo por nosotros, también en lo relativo a con quién fueron aquella vez al teatro, su situación personal de entonces y otras muchas claves. Eso sí, de alguna forma hemos dirigido de antemano la elección del público, ya que en la preselección hemos incluido sketches de nuestros últimos espectáculos que queremos reivindicar. Además, los últimos veinte minutos de Hits están compuestos por una serie de gags extraídos de nuestras propuestas más queridas, así que al final todo el mundo sale contento.

-¿Es el tiempo el que determina que un sketch es bueno, o eso se puede intuir nada más idearlo?

-En Hits incluimos sketches que estrenamos en el 84, alguno incluso en el 83, y los hacemos tal cual, sin cambios. En alguno hemos introducido pequeñas modificaciones, como el de los pasajeros que se quedan atrapados en un aeropuerto por culpa de la niebla, ya que la evidencia nos decía que había incluir ahí teléfonos móviles; pero, salvo alguna excepción de este tipo, los recuperamos exactamente igual. Y lo cierto es que funcionan como lo hacían entonces, el público se ríe en los mismos golpes. Así que podemos decir que han resistido bien el paso del tiempo. Y supongo que esto es así porque desde el principio hemos dirigido nuestro humor al ser humano, no a sus particularidades culturales o territoriales. Cuando alguien se queda tirado en un aeropuerto, reacciona igual en Japón, en Canadá y en Málaga.

-Pero, aunque el público reaccione igual, en estos cuarenta años sí que han cambiado las sensibilidades a través de cuestiones como la corrección política. ¿Ha llegado a preocuparles esto a la hora de recuperar viejos sketches?

-No, porque en nuestro humor no abordamos la política ni la religión. Y si nos referimos al sexo, nunca lo hacemos de manera zafia. Tampoco hemos mostrado nunca la menor intención de reírnos de la mujer: si hacemos de azafatas nunca nos reímos de las azafatas, y esto el público lo percibe perfectamente. Nunca hemos tenido problemas con la censura ni con la autocensura. Nos consideramos, ante todo, payasos del siglo XXI: nuestro humor se basa, sobre todo, en el juego infantil, en la imaginación que ponen en marcha los niños cuando se divierten. Trasladamos eso a las situaciones más dispares y el público conecta enseguida. Y todo tipo de público, que conste. Lo mismo mayores que pequeños, lo mismo de izquierdas que de derechas. En un mismo palco puedes encontrarte a una señora con un abrigo de pieles y a un punky con una chupa. Y los dos se lo pasan en grande sin diferencias.

-Esa idea del juego infantil se corresponde con un teatro puro. ¿Ha sido ésta su vocación?

-Así es. El teatro es, más que otra cosa, juego. Y hemos intentado siempre tenerlo presente, jugar y crear a partir de ahí. Ya incluso en la creación de nuestros sketches: cuando nos reunimos para preparar un espectáculo, soltamos un montón de ideas, a cual más tonta, y a partir de ahí vamos escogiendo las que pueden funcionar mejor. Y todo eso lo hacemos jugando. Pero, además, el juego es la premisa que mejor se adapta a nuestra función de cómicos. Un cómico tiene que estar siempre pendiente de la respuesta del público, de cómo respira ante lo que le ofreces, para reaccionar en consecuencia y de la forma más ágil posible.Si sales a escena y lo que encuentras es silencio, eso tienes que cambiarlo de inmediato, porque para nosotros el silencio es letal. Y el juego es la mejor herramienta, desde luego.

"Nuestra peor experiencia con el público fue en una convención de directivos de IBM en Marbella”

-¿Recuerda alguna función en la que el juego no bastara para conquistar al público? ¿El peor trago de Tricicle en escena?

-Pues sí, recuerdo una precisamente muy cerca de Málaga: en Marbella. Nos contrató IBM para actuar en la clausura de una convención de directivos llegados de todo el mundo. Eran como seiscientos o setecientos, casi todos hombres. Habían estado durante tres o cuatro días encerrados en un hotel, aguantando el tirón, y nosotros éramos el colofón. Habilitaron una sala del mismo hotel, los reunieron a todos allí y salimos a escena.Como te puedes imaginar, lo último que les apetecía después de su concentración era algo parecido a Tricicle. Y nosotros lo entendíamos perfectamente: habrían preferido distraerse con un vino, un tablao flamenco, yo qué sé, algo más relajado. En cuanto nos presentamos ante ellos nos dimos cuenta de sus ganas de que aquello acabara cuanto antes, así que pusimos la cámara rápida e hicimos la función a toda mecha. En cuanto acabamos, nos largamos. No fue una huida, pero casi.

-¿Se les ha quedado alguna cuenta pendiente?

-No, yo no hablaría de cuentas pendientes. Pero sí nos habría gustado hacer más cine. A ver, ante todo nos dedicamos al teatro, pero nos consideramos hijos del lenguaje cinematográfico, herederos de Lubitsch, de los Monthy Python y de Jacques Tati. Es verdad que hicimos Palace, en una época en la que hacer una película muda en España era todavía más arriesgado que hoy. Y lo cierto es que funcionó bien, aunque lo hizo mejor en Francia gracias a que salía Jean Rochefort. El problema es que rodar una película entraña un proceso muy largo y, aunque hemos tenido algunas ideas, al final siempre hemos acabado produciendo espectáculos y saliendo de gira. Aunque también hemos hecho televisión, radio, publicidad, series. Muchas cosas, con momentos muy especiales como el de las Olimpiadas de Barcelona.

-¿La despedida es definitiva, o va a ser esto un no terminar de irse como con The Rolling Stones?

-Nos despedimos de la actuación en los escenarios, pero seguiremos produciendo, los tres juntos o por separado. Gestionamos un teatro en Barcelona con otra compañía y eso también lo mantendremos. Pero viajar tanto agota sin remedio. Hemos actuado en veintiséis países. Para un chaval del Poble Sec no está mal, ¿verdad?

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