Metáfora de la banalidad

arte

La retrospectiva de Sylvie Fleury que presenta el CAC Málaga constituye un reflejo múltiple de la sociedad contemporánea, donde conviven lo efímero y lo frívolo

Una de las obras de Sylvie Fleury que pueden verse en la exposición del CAC Málaga.
Una de las obras de Sylvie Fleury que pueden verse en la exposición del CAC Málaga.

El artista pop Claes Oldenburg, autor de esculturas gigantescas de elementos vulgares como cerillas, helados o martillos que se comenzaron a instalar en los años sesenta en la vía pública interfiriendo en la vida de los ciudadanos, señalaba que quería "que la gente se acostumbrase a reconocer el poder de las cosas". El poder y -diríamos- la importancia de los bienes de consumo sobre los que se asienta buena parte de nuestra felicidad y confort. Viendo algunas de las obras expuestas en el CAC Málaga de la suiza Sylvie Fleury, como sus uñas postizas y las horquillas de pelo, igualmente enormes en su escala, o artículos lujo de firmas, podríamos decir que el poder de algunas de esas cosas se ha tornado en dictadura de lo que representan (el culto a la belleza y el glamour) y el disfrute en apego y esclavitud.

Las más de cien obras que componen esta retrospectiva que repasa la trayectoria de Fleury desde los noventa hasta la actualidad, actúan como metáfora y reflejo múltiple de la sociedad contemporánea. Así, muchas de sus piezas, cargadas de banalidad y frivolidad, no son más que una evidente transposición de esa sociedad y de algunas de sus pautas de conducta. Es el caso de las comentadas horquillas y uñas, monumento -si no tótem- de la belleza, la cosmética, la imagen y el culto al cuerpo. A éstas se unen las también enormes portadas de revistas de moda, cuyas modelos bien pudieran ser venus o deidades a las que adorar, así como esas publicaciones una suerte de escrituras sagradas. La frivolidad que destilan estas revistas queda reflejada en uno de los vídeos que conforman la extensísima antología de piezas fílmicas que se proyectan, en la que de un modo sarcástico se escenifica lo presto y superficial de su lectura -a tales contenidos, tales respuestas-, páginas vacías para vidas, si no vacías, ociosas y entregadas al hedonismo. Ejemplos de una sociedad inflacionaria y del consumo rápido y la digestión sencilla.

La que desarrolla Fleury es una reflexión sobre la actual sociedad, poblada de individuos ansiosos por poseer, que fían su felicidad al disfrute de ciertos bienes y que colman sus expectativas de vida con el acceso a éstos. Podríamos decir que la artista suiza opta por una estrategia de mimetismo, de camuflarse en y apropiarse de la banalidad y del brillo del mundo del lujo. De este modo, nos lo describe y muestra operando mínimos pero trascendentales cambios, subversiones en toda regla que permiten que las obras se carguen de intencionalidad crítica y de contenido. Otra vía muy distinta a ésta, directa y sin la pompa y glamour, es la que ejemplificaría Barbara Kruger, la conceptual estadounidense que también sitúa en el centro de su reflexión estas mismas cuestiones (coincide con Fleury en otras como los estereotipos sexistas). Las frases con las que Kruger trufa sus fotomontajes son análogas a algunas de las expresiones que emplea Fleury: el Yes to all (Sí a todo) de la suiza pudiera estar próximo al Your confort is my silence (Tu confort es mi silencio) de la americana, sentencias del conformismo, pasividad y de la reducción de los valores e ideales en pos del materialismo, origen de algunos de los males de nuestra sociedad. Del mismo modo, lo verbal de Kruger converge con el sentido de muchos de los objetos de Fleury: el Buy me i'll change your life (Cómprame, te cambiaré la vida) o I shop therefore I am (Compro luego existo) actúan, al igual que los productos fetiches de la suiza, como manifiestos de la promesa de felicidad que encontramos en la posesión de muchos bienes, especialmente de marcas reconocidas -y fundamentalmente reconocibles-, ya que éstas representan unos clichés con los que el comprador quiere identificarse (exclusividad y distinción) y por tanto tomar, o mejor dicho comprar, una identidad basada meramente en la apariencia y en las posibilidades económicas.

En manos de Fleury, algunos elementos de la sociedad de consumo pasan de ser símbolos a ostentar un estatus cercano al icono religioso. Si la manifestación de la divinidad (teofanía) requirió en ciertos periodos de la Historia que se representara en materiales nobles (oro, plata, piedras preciosas), acordes con la naturaleza de lo sagrado, Fleury nos presenta un carrito de la compra o unos botines de Chanel bañados en oro, sacralizados aún más al exponerse sobre una peana dispuestos a recibir culto. ¿Es de extrañar, por tanto, que algunos de los lugares de peregrinaje en algunas ciudades sean sus calles comerciales en lugar, por ejemplo, de sus museos?¿Extraña que la Quinta Avenida neoyorquina sea visita obligada y no tanto el Museo de Arte Moderno o el Withney Museum? ¿Qué es más reconocible de Nueva York, las siglas MoMA o las de Dona Karan (DKNY)?

Por otro lado, las botas Yeti de Chanel pasan a estar esculpidas en mármol, uno de los materiales tradicionales de la escultura, con lo que la moda deviene arte. Pero ¿no es el arte una cuestión de modas? Baudelaire ya lo intuyó, tanto como que los objetos artísticos no eran más que mercancías. Aquí surge otra vía de reflexión que no suele aflorar en las lecturas que del trabajo de Fleury se realizan. Nos referimos a la de la obra de arte como un objeto de consumo, a los estilos como tendencias y a la de los nombres de los grandes artistas como marcas o firmas -de lujo, obviamente. Los museos también se franquician, acuden donde están los flujos económicos y conciben sus nombres como marcas (el Guggenheim o el Pompidou serían dos ejemplos). Mercaderes que venden, al fin y al cabo, una mercancía más: el arte o su acceso al mismo. En este sentido, el mundo del arte y la cultura parecen ser, como tantos otros, productos de esta sociedad de consumo: si vestir una marca supone aspirar a lo que representa, visitar un museo de marca no le va a la zaga.

Fleury, a través de la apropiación de la obra de grandes artistas, sin complejos ni rubor, realiza una sugerente síntesis entre historia del arte reciente y las marcas de moda y cosmética, la publicidad y los artículos de estos mundos. Las piezas están a veces tan cercanas de la cita como de la parodia y no deja de ser una imagen más del uso interesado que del arte hacen otras industrias. Ella toma sistemáticamente a Mondrian realizando desde réplicas irónicas a botas estampadas, algo que ya realizó en 1966 Yves Saint Laurent con su vestido Mondrian. No deja de ser irónico cómo una boa de plumas adquiere el color azul IKB (Internacional Klein's Blue) que el artista Yves Klein creara, cómo las dianas de la neorrealista Nikki de Saint Phalle se hibridan con bolsos de Chanel o cómo los neones a-referenciales y primarios de los artistas minimal se connotan publicitariamente y se cargan de significados acerca de actitudes vitales (Egoïste o Pleasures).

CAC Málaga. C/ Alemania, s/n. Hasta el 12 de junio

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