Museo Carmen Thyssen Málaga

El abrazo del color

  • A través de sus muestras temporales, el Museo Carmen Thyssen permite ahondar en la amistad que compartieron Francisco Iturrino y Henri Matisse

Obras de Iturrino y Ortiz de Zárate en 'La furia del color', en el Thyssen.

Obras de Iturrino y Ortiz de Zárate en 'La furia del color', en el Thyssen. / Javier Albiñana (Málaga)

Todo apunta a que fue en torno a 1895 cuando los pintores Francisco Iturrino (1864 –1924) y Henri Matisse (1869 – 1954) se conocieron en París. El primero, nacido en Santander, había acudido a la capital francesa guiado por su vocación artística, muy a pesar de los intentos de su familia de ponerlo al frente del próspero negocio metalúrgico que el clan regentaba en el País Vasco. En la capital francesa, Iturrino se embriagó del fauvismo y de la reivindicación del color que aquella escuela, signo de la incipiente vanguardia, sostenía a modo de compromiso poético. Y fue allí donde conoció a Matisse, quien ya destacaba en el ambiente parisino como uno de los creadores más geniales y visionarios de su generación, lo que le valió la admiración de propios y extraños como un tal Pablo Picasso que andaba por allí (y a quien también conoció Iturrino en una exposición colectiva en 1901). A partir de entonces, Iturrino y Matisse compartieron amistad, aprendizajes, retos y una consideración mutua respecto a su talla artística, un reconocimiento profesado a lo largo del tiempo por más que su relación personal no se prolongara demasiado. El siguiente encuentro tras aquel advenimiento parisino tuvo lugar en 1910 nada menos que en Sevilla, ciudad que ambos amaban y en la que ya habían protagonizado algunas escapadas más o menos sonadas por separado (en realidad, la ciudad hispalense constituía un poderoso foco de atracción para los artistas de la época: ya Iturrino había conocido allí a Zuloaga en 1902). Entonces, Iturrino y Matisse pintaron juntos algunos lienzos en un proverbial mano a mano y, no contentos con la hazaña, decidieron hacer el petate y viajar desde allí hasta Tánger, sedientos de orientalismo y ávidos de calidades exóticas para sus cuadros. Allí volvieron a pintar juntos y rubricaron una amistad que, más allá del fauvismo, tuvo en la adscripción sin reservas al color como sustento espiritual su principal razón artística.

Más allá de sus encuentros puntuales y de su admiración mutua, y a pesar de sus muy distintos recorridos en la historia del arte (el francés gozó en vida de un reconocimiento al que ni de lejos llegó a aspirar el pintor español, aunque, como apunta la directora artística del Museo Carmen Thyssen, Lourdes Moreno, “sin su aportación, la historia de la modernidad en el arte español habría sido muy distinta”), Iturrino y Matisse ofrecen en su confluencia una perspectiva reveladora de los movimientos estéticos que prendieron en las vanguardias del siglo XX. Y por eso resulta altamente oportuna la puesta de largo de esta confluencia en las exposiciones temporales que actualmente acoge el Museo Carmen Thyssen Málaga: La furia del color. Francisco Iturrino, que permanecerá en el centro hasta el 3 de marzo; y Matisse. Jazz, que podrá verse en la Sala Noble de la pinacoteca hasta el 13 de enero.

En La furia del color, Francisco Iturrino dialoga a través de 56 obras con otros artistas contemporáneos como Darío de Regoyos, Zuloaga, Echevarría, Ortiz de Zárate y el propio Henri Matisse: de hecho, algunos de aquellos cuadros pintados a cuatro manos en Sevilla en 1910 pueden admirarse en la exposición, que contiene como gran atractivo en clave local algunos de los cuadros que Iturrino realizó en el Jardín Botánico de la Concepción de Málaga a partir de 1913, después de que su mujer ingresara en un hospital psiquiátrico en Mondragón y el pintor decidiera buscar el sol andaluz tras la llamada de quienes entonces eran los propietarios del enclave, el industrial bilbaíno Rafael Echeverría (amigo de su familia) y su mujer, Amalia Echevarrieta. El color es ciertamente protagonista esencial de la muestra, como lo es en Matisse. Jazz, un proyecto que tiene su origen dos décadas después de la muerte de Iturrino.

Exposición 'Matisse. Jazz' en la Sala Noble del Museo. Exposición 'Matisse. Jazz' en la Sala Noble del Museo.

Exposición 'Matisse. Jazz' en la Sala Noble del Museo. / Javier Albiñana (Málaga)

Fue en 1941, a sus 72 años, cuando Henri Matisse recibió un severo diagnóstico de cáncer ya avanzado. A pesar de la intervención quirúrgica a la que fue sometido, los médicos le dieron seis meses de vida. Él pidió cuatro años para terminar los proyectos en los que estaba embarcado. Finalmente, y contra todo pronóstico, vivió otros trece años, pero resultaron especialmente amargos: por un lado, los nazis invadieron Francia y su propia hija, Marguerite, fue víctima de detenciones y torturas; por otro, la enfermedad lo mantuvo atado a una silla de ruedas, postrado ya y sin fuerzas para coger el pincel. Poco antes de su operación, en agosto de 1940, Matisse había recibido una carta del editor Estratis Elefteriades Tériade, que había editado libros ilustrados de artistas como Picasso, Chagall, Miró y Léger. En aquella carta, Tériade manifestaba a Matisse este deseo: “Sueño con un libro sobre el color Matisse”. En un último y titánico esfuerzo, el pintor decidió concedérselo. Para ello, cambió el pincel por las tijeras y creó las figuras con papel recortado y luego pintado que quedaron recogidas en aquel libro, Jazz, expuesto ahora en el Thyssen. Del nuevo el color se abría camino. Libre y entero.

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