Museo Picasso Málaga

Picasso: historia de un golpe de Estado

  • La nueva exposición de la colección permanente del Museo Picasso Málaga incide en la función revolucionaria y fundacional que ejerció el malagueño, y ejerce, en la Historia del Arte

Dos visitantes observan 'Retrato de Paulo con gorro blanco' (1923), en la colección permanente del Museo Picasso Málaga.

Dos visitantes observan 'Retrato de Paulo con gorro blanco' (1923), en la colección permanente del Museo Picasso Málaga. / Javier Albiñana (Málaga)

Fue un Picasso de 90 años el que pintó el gran lienzo Niño con una pala (1971) que cierra Diálogos con Picasso. Colección 2020-2023, la nueva ordenación de la colección permanente del Museo Picasso Málaga, inaugurada el pasado lunes. En aquellos años, los últimos, como embarcado en una feroz contienda contra el tiempo, Picasso facturó cerca de cuatrocientas pinturas de similares dimensiones y e iguales intenciones, en las que, más allá de la consabida concesión autorreferencial, el artista decidía apelar a sí mismo desde el principio, ponerse en guardia, hacer balance desde el origen para que el final no le pillara con los deberes sin hacer. Nadie, absolutamente nadie, esperaría de un pintor de 90 años que representara a un niño con una pala que juega con la arena de la playa y que, de alguna forma parecida al modo en que un escritor de ficción es los personajes que inventa, es el mismo artista, pero lejos de cualquier aspiración de autorretrato. ¿Qué tenían que ver aquel artista millonario en las últimas con un niño que tiene todo el futuro por delante? En la misma sala del Museo Picasso en la que puede admirarse esta obra, las obras presentes quedan reunidas en un lema harto elocuente: El niño sabio. Picasso siempre había querido pintar como un niño y sólo cuando intuyó el peso definitivo de la muerte estuvo en disposición de hacerlo; o, al menos, de llamar a aquel niño de tú, de volver a aquel comienzo cuando todo terminaba. Semejante compromiso con su obra y con su vida llevó a Picasso muchas veces, quizá demasiadas, a hacer exactamente lo que menos se esperaba de él. O lo contrario de lo que, según cierto orden académico y mercantil, debía haber hecho. No hay muchos episodios en la Historia del Arte en los que el pacto de un artista con su propia obra haya llegado a ser tan radical y tan consagrado por encima de cualquier otra circunstancia política, cultural, económica o histórica. Este mismo compromiso dejó en Picasso una impronta de artista revolucionario a lo largo de una trayectoria que abarcó ochenta años de creación; su cometido, sin embargo, no fue de entrada derrocar ningún orden asentado, sino defender su libertad a cualquier coste, lo que, al cabo, terminó generando efectos parecidos. Y es esa idea de Picasso como artista revolucionario en virtud de una titánica conciencia de sí mismo la que le llevó, tal y como apunta el director del Museo Picasso, José Lebrero, a "hacer lo que desde un sentido académico, formal e histórico no había que hacer bajo ningún concepto". En el discurso del arte, Picasso representa el golpe de Estado que el siglo XX pedía a gritos y que permitió a todos los artistas que vinieron después aspirar a la misma libertad.

'Bodegón con Minotauro y paleta' (1938). 'Bodegón con Minotauro y paleta' (1938).

'Bodegón con Minotauro y paleta' (1938). / Javier Albiñana (Málaga)

De hecho, el nuevo recorrido de la colección permanente, comisariado por el profesor de Historia del Arte de la Universidad de Nueva York Pepe Karmel, se articula en tres ejes esenciales que de hecho dan buena cuenta del carácter rompedor que manifestó Picasso en cada década y que presentan al malagueño, respectivamente, como Revolucionario, Guía de las vanguardias y El viejo mago. A partir de aquí, la muestra reúne 120 obras de un legado que comprende las 233 obras que constituyen los fondos del Museo Picasso Málaga más 162 aportadas, con un compromiso renovado por otros tres años, la Fundación Almine y Bernard Ruiz-Picasso para el Arte (FABA). En total, el visitante encontrará 44 pinturas, 49 dibujos, 40 obras gráficas, diez esculturas, 17 cerámicas, un tapiz y una plancha de linóleo, con obras ya vistas y bien conocidas en anteriores versiones de la colección permanente como Las tres Gracias (1923) o la Cabeza de toro (1942), junto al regreso de algunas obras emblemáticas del legado como Susana y los ancianos (1955) y otras piezas nunca vistas hasta ahora en el museo como la Copa de absenta (1914) con la que Picasso anticipó los efectos a largo plazo del cubismo. Precisamente, la huella cubista es bien visible en un recorrido diseñado a tenor de criterios tanto temáticos como cronológicos, si bien ya se sabe que en Picasso tanto los tiempos como los temas terminan siendo clasificaciones sin mucho sentido (cuando en los años 20 Picasso abrazó lo que vino a llamarse el clasicismo moderno, siguió siendo al mismo tiempo un apóstol del cubismo). Especial mención merece el imponente tapiz que reproduce Las señoritas de Aviñón, a cuya realización Picasso accedió en 1958 para comprobar la lógica que pudiera seguir entonces la reelaboración de una de sus obras fundamentales. Los retratos vuelven a ser protagonistas, como en las cinco anteriores exposiciones de la colección permanente, pero aquí la voluntad rompedora es más clara. Tal y como afirmó Picasso a Antonina Vallentin en 1957, "el arte nunca es casto, debiera prohibírsele a los ignorantes inocentes, no poner jamás en contacto con él a aquellos que no están suficientemente preparados. Sí, el arte es peligroso. O, si es casto, no es arte". 

"Queremos que la gente salga de la exposición con la sensación de haber entendido a Picasso", afirma el comisario, Pepe Karmel

El nuevo recorrido se inicia en la planta baja, con la introducción al visitante en la figura del artista mediante fotos y textos biográficos, para a continuación abordar una serie de Damas y caballeros con retratos del año 1894 hasta el 1906, y otra acerca de Cubismo: cuerpos con obras de 1906 a 1914. A continuación, Cubismo: bodegones con trabajos de 1911 a 1922 se muestra en la misma sala que la sección Clasicismo moderno, de 1922 a 1923. Continúa el recorrido por Modelos, bañistas y mujeres desafiantes, con trabajos de 1927 a 1933 y con la sección Metamorfosis y abstracción, del periodo de 1927 a 1932. En la planta superior de la pinacoteca, el paseo continúa a través de El minotauro y otros monstruos, que contiene una selección de obras de 1928 a 1938, así como con Miradas implacables, con retratos realizados entre 1934 y 1939. La anatomía del terror, con obra de 1936 a 1948, y Rostros de guerra y paz, con trabajos de los años 1944 a 1950, contienen obra de un convulso periodo. Se accede a continuación al Bestiario, con representaciones de animales realizadas entre 1941 y 1960, y a los Paisajes carnales de 1944 a 1971. Con un Picasso ya instalado el sur de Francia, Regreso al Mediterráneo aúna obra de 1948 a 1960, para dar paso a la sala de las Miradas familiares, con retratos realizados de 1962 a 1965, antes de finalizar en El niño sabio, con obras de 1970 a 1972, justo un año antes de su fallecimiento. Además de los retratos, las estampas mitológicas, las escenas domésticas, los bodegones, la fauna (gatos, búhos, peces, erizos de mar), la sátira política y, por supuesto, las mujeres, constituyen el objetivo fundamental de la mirada del artista y el visitante.

Al fondo, 'Las tres Gracias' (1923). Al fondo, 'Las tres Gracias' (1923).

Al fondo, 'Las tres Gracias' (1923). / Javier Albiñana (Málaga)

Preguntado por el protagonismo del cubismo en la exposición y en la misma trayectoria artística de Picasso, el comisario de la muestra, Pepe Karmel, matizó este martes a este periódico que "no se puede decir que Picasso siempre fuese un artista cubista. En ocasiones crea obras de un clasicismo evidente que constituyen la antítesis del cubismo". Sin embargo, "también puede decirse que Picasso no dejó de ser nunca un artista cubista. Hay días en que parece ser cubista por la mañana y clasicista por la tarde". Esta multiplicidad de vertientes es la que inspira el título de la exposición, Diálogos con Picasso, ya que en la muestra todos los registros dialogan entre sí: "Se puede decir que Picasso nunca dejó de dialogar consigo mismo. O, más bien, de interrogarse. Y ése es el espíritu que quiere recrear la exposición". Esa interrogación tiene como principal motor la libertad del artista, una cuestión que se hace especialmente visible en los últimos años de Picasso. Tal y como explica Karmel, "es difícil adivinar qué pensaba Picasso por entonces, pero está claro que su principal empeño seguí siendo la libertad. Sólo que ahora, cuando era consciente de que vivía sus últimos años, la libertad que buscaba se parecía más a la libertad con la que juegan los niños. En el fondo, eso fue lo que Picasso persiguió siempre, hacer lo que le diera la gana sin tener que atenerse a códigos y normas, crear con la misma libertad del juego infantil". 

El tapiz que reproduce 'Las señoritas de Aviñón', realizado en 1958. El tapiz que reproduce 'Las señoritas de Aviñón', realizado en 1958.

El tapiz que reproduce 'Las señoritas de Aviñón', realizado en 1958. / Javier Albiñana (Málaga)

Respecto a la influencia de Picasso en el arte norteamericano del último siglo, y en la posibilidad de que esa perspectiva haya traslucido de alguna manera en la definición de la exposición, Karmel deja bien claro que su propia condición de estadounidense "no ha influido de ninguna forma en el comisariado de la propuesta", si bien brinda una interesante reflexión respecto a la percepción de la obra de Picasso a lo largo del tiempo y el espacio: "Picasso fue muy tenido en consideración en EEUU entre 1945 y 1961, gracias sobre todo a la reivindicación que hicieron de él artistas como Pollock y De Kooning. Desde entonces, parece que la fascinación por Picasso se mantuvo siempre álgida, pero lo cierto es que en los años 60 y 70 esa atención disminuyó notablemente. Digamos que el individualismo tan rotundo del que hacía gala Picasso chocó en aquellos años con los intereses de los jóvenes artistas estadounidenses. A partir de 1985, ya en un sentido contemporáneo, se empezó a recuperar a Picasso y a restaurar su influencia precisamente porque ese individualismo volvía a resultar atractivo. Pero Picasso fue objeto de admiración y rechazo en EEUU, lo mismo que en Europa, y él nunca se dejó llevar por el grado de aceptación de su obra. Siguió haciendo lo que quiso exactamente igual". Y añade Karmel, de manera significativa: "A menudo se tiende a pensar en Europa que EEUU representa el futuro, la avanzadilla, tanto en lo que se refiere al arte como a otras cuestiones. Pero no es cierto. Algunas veces ha podido ir por delante pero otras, como ahora, va muy por detrás".

En cuanto a los objetivos respecto a lo que los visitantes puedan llevarse y recordar de esta nueva exposición de la colección permanente, Karmel responde: "Por una parte, siempre es agradable pensar que quien vaya a ver la exposición disfrutará con las obras. Pero siento un deseo mayor: muchas veces, la gente se mete a ver una exposición y termina confundida. Ve tantas cosas, recibe tanta información que claudica, se aburre y siente que no entiende nada. Nuestra intención al proponer esta exposición es justo la contraria: que la gente salga con la sensación de haber entendido a Picasso". La solución, claro, en el Museo Picasso Málaga.     

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