Museo Picasso Málaga | Olga Picasso

Historia de un baúl

  • El Museo Picasso inaugura el lunes la exposición 'Olga Picasso', una reveladora aproximación a la figura en penumbra de Olga Khokhlova

‘Minotauro y yegua muerta delante de una cueva frente a una muchacha con velo’ (1936).

‘Minotauro y yegua muerta delante de una cueva frente a una muchacha con velo’ (1936). / Museo Picasso Málaga

Esta historia empieza, como muchas otras, con un baúl. El que apareció hace unos años en la casa de Boisgeloup, a unos sesenta kilómetros de París, en la que Pablo Picasso mantuvo durante décadas su taller de escultura. El baúl, conservado allí de manera harto discreta desde mediados de los años 50, perteneció a Olga Khokhlova, la primera mujer de Picasso, con el que contrajo matrimonio en 1917 y del que se separó en 1935, si bien ambos continuaron casados hasta la muerte de Khokhlova, en Cannes en 1955. Contra el pronóstico que con más lógica invitaba a encontrar el baúl vacío, resultó que el mueble en cuestión contenía abundantes efectos personales de Khokhlova (incluidas sus zapatillas de bailarina), así como numerosas cartas escritas en ruso y cientos de fotografías. La mayor parte del material, desordenado y mezclado, estaba directamente vinculado con el periodo en que la dueña del baúl vivió junto a Picasso. “Y después de una ingente tarea para la traducción de las cartas del ruso y la documentación de las fotos, teníamos reconstruida ante nosotros la historia personal que mi abuela tanto se había empeñado en ocultar”, explica Bernard Ruiz-Picasso, presidente del Consejo Ejecutivo del Museo Picasso Málaga, nieto de Pablo Picasso y Olga Khokhlova e hijo del único vástago que trajo el matrimonio al mundo, Paulo. Ruiz-Picasso decidió tomar cartas en el asunto para la recuperación íntegra de esta historia y el resultado tomó forma de exposición: Olga Picasso es un proyecto producido por el Museo Picasso París y la Fundación Almine y Bernard Ruiz-Picasso para el Arte y comisariada por Bernard Ruiz-Picasso, Émilia Philippot y Joachim Pisarro que, tras su presentación el año pasado en el mismo Museo Picasso París y el Museo Pushkin de Moscú, se viste de largo el próximo lunes 25 (con apertura al público el martes 26) en el Museo Picasso Málaga, donde las más de 350 piezas reunidas (entre pinturas, obra gráfica, fotografías, cartas, películas y objetos personales) podrán verse hasta el 2 de junio, antes de su partida al Caixafórum de Madrid.

'Olga pensativa' (1923) 'Olga pensativa' (1923)

'Olga pensativa' (1923) / Museo Picasso Málaga

La bailarina rusa Olga Khokhlova y el pintor malagueño Pablo Picasso se conocieron en Roma en la primavera de 1917 a cuenta de la representación del ballet Parade a cargo de los Ballets Rusos, bajo la dirección de Serguéi Diághilev. Justo en este momento empieza el relato que viene a contar Olga Picasso, una exposición que revisa la figura de Olga Khokhlova pero también, y en gran medida, la del propio Pablo Picasso. Por más que justo entonces conociera a su gran amor, la bailarina vivió en 1917 una verdadera tragedia tras el estallido de la Revolución Soviética: “A través de la correspondencia que guardó en su baúl, Olga supo en aquel mismo año que su familia había quedado destruida. Que su padre y sus dos hermanos, que habían militado en el Ejército Blanco, habían muerto en lo que los rusos llamaron la Guerra Civil. Y poco después le contaron que su madre no había podido soportarlo y había perdido la razón”, detalla a Málaga Hoy Bernard Ruiz-Picasso, quien añade: “Sus cartas destilan una enorme tristeza, pero también mucha esperanza. Al cabo, es lo que suele suceder en una guerra: se siente un gran dolor y unas ganas enormes de que acabe todo”. La sacudida emocional a la que se vio sometida Olga Khokhlova explica que en los primeros retratos que le dedicó Picasso “aparezca con ese tono melancólico tan característico. Cuando nació mi padre, en 1921, los retratos se hicieron más tiernos, más marcados por la maternidad. Pero cuando la representación de Olga empieza a significar una cuestión crucial para el Pablo Picasso artista es a partir de 1928, cuando entra en escena su amante, Marie-Thérèse Walter”. Desde entonces, la ira y la desesperación entran de lleno en la representación de Olga Khokhlova, como en el imponente Gran desnudo en sillón rojo (1929) que podrá verse en la exposición.

"Ha sido doloroso saber más sobre cómo acusó mi padre la separación de mis abuelos", afirma Bernard Ruiz-Picasso

La infidelidad de Picasso significó la segunda gran tragedia en la vida de Olga Khokhlova. Pero no menos importante es el modo en que Picasso se retrata a sí mismo: si su esposa comparece a menudo como una víctima, el pintor, en una proverbial proyección de sus sentimientos, no duda en presentarse como el verdugo. Y para ello recurre a una de sus fuentes más queridas: la mitología clásica. En torno a 1935, el año de la separación definitiva, Picasso reincide tanto en pinturas como en grabados en la figura del Minotauro que arrastra una yegua muerta. En un grabado de 1936, el Minotauro arrastra un carro sobre el que yacen los cuerpos sin vida de una yegua, en representación de Olga, y de un potro, en representación de su hijo Paulo, quien, eso sí, lleva un pequeño candil a modo de esperanza. “Es curioso el modo en que Picasso decide desnudarse emocionalmente hasta este punto, justo en una época en la que el psicoanálisis estaba muy de moda. También en esta forma de sincerarse actúa Picasso como un artista moderno, haciendo un teatro de sí mismo para la interacción con el espectador”, apunta Ruiz-Picasso, quien admite que uno de los aspectos más dolorosos para él del proceso que culminó en Olga Picasso “tuvo mucho que ver con la revelación de datos acerca de la situación en la que quedó mi padre, entonces un niño, tras la separación. Seguramente para un niño de hoy es más fácil sobrellevar un divorcio, aunque sea porque es una práctica más frecuente. Pero, entonces, una separación estaba muy mal vista. Y mi padre lo acusó en su infancia”.

Llegaron después la Segunda Guerra Mundial y una lesión que le impidió bailar en la tragedia de una Olga Kohkhlova apátrida, perdida, sola y sin pasaporte en una Francia en llamas. No hay, seguramente, símbolo más acertado para el siglo XX. El baúl habla.

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