el jardín de los monos
  • El proyecto de lo que hoy es el Museo Nacional Etrusco de Villa Giulia fue del arquitecto Bartolomeo Ammannati, seguidor de Miguel Ángel, y tiene en un patio un bellísimo ninfeo obra de Giogio Vasari

  • Paseando por Roma (I)

La Roma Borghese IV

Infografía del proyecto. Infografía del proyecto.

Infografía del proyecto.

Escrito por

Juan López Cohard

EL proyecto de lo que hoy es el Museo Nacional Etrusco de Villa Giulia fue del arquitecto Bartolomeo Ammannati, seguidor de Miguel Ángel, y contiene en uno de sus patios un bellísimo ninfeo obra de Giogio Vasari.La Monarquía Romana duró dos siglos y medio aproximadamente. Cuando se estableció la República en Roma corría el año 509 a.C., esto es, habían pasado 244 años desde “la fundación de la ciudad” (“ab Urbe condita”, en latin). Para esa fecha Roma ya se había engullido a dos de los pueblos vecinos: sabinos y etruscos. De hecho sus tres últimos monarcas, conocidos como los Tarquinios,  fueron etruscos. La tiranía del último de ellos, Lucio Tarquinio, que pasó a la historia como El Soberbio, provocó la rebelión de los romanos y la instauración de la República.Fue el mismísimo Lucio Tarquinio quien nos esperara en la puerta del Museo para ser nuestro cicerone. Atravesamos una espléndida galería ricamente decorada con frescos, a modo de claustro, hasta llegar a la entrada del Museo.--Aquí están depositados los restos arqueológicos más importantes de mis antepasados, comenzó diciéndonos Lucio Tarquinio, aunque algunas piezas de especial relevancia se exponen en otros museos como el Louvre. Veréis que cuando los zafios, destripaterrones, latinos fundaron Roma, ya los etruscos teníamos una avanzada civilización y habíamos recogido gran parte del conocimiento griego. Fuimos nosotros los etruscos los que civilizamos a los romanos haciéndoles conocer y admirar la cultura griega. Hemos de recordar, antes de iniciar el recorrido por el Museo, que mi antecesor Tarqinio Prisco, primer rey etrusco de Roma, puso a ésta al nivel de las más importantes ciudades etruscas. Construyó la Cloaca Máxima, el Circo Máximo, el Templo de Júpiter Capitolino y puso los cimientos de los Muros Servianos. Su sucesor, Servio Tulio que, aunque nacido latino, fue criado y educado como etrusco por mi abuelo Tarquinio,  estableció el censo de Roma, las clases sociales y sus derechos y obligaciones civiles y militares, además de ampliar la ciudad incorporándole las colinas del Quirinal, del Viminal y del Esquilino, y finalizar la construcción de los Muros Servianos. Y luego le sucedí yo. Me llamaron El Soberbio. ¡Catetos romanos! Cómo no ser soberbio cuando solo coseché victorias para ellos. Le di a Roma decenas de victorias militares ampliando su poder y sus fronteras, y por ello me llamaron tirano y me arrebataron el trono. Pero la huella etrusca perdurará por los tiempos de los tiempos.-Quizá, continuó diciéndonos después de su despechada perorata, lo que más os llame la atención de este Museo sean los sarcófagos de terracota, entre otros muchos objetos increíblemente elaborados para la época, pero eso no es más que una muestra del grado de civilización que nuestro pueblo llegó a tener. Veamos algunas muestras de ello. Es increíble la perfección alcanzada por nuestros orfebres en la  “Urna funeraria de Bisenzio” o en el “Carro votivo de bronce”, ambos del siglo VIII a.C., o el trabajo, de extraordinaria belleza, de la “Urna cineraria de terracota”, obra de nuestros alfareros allá por el siglo VII a.C., siempre con una evidente influencia griega. Claro que nuestra cerámica alcanza su apogeo en el siglo VI a.C. con los sarcófagos de terracota. Como el “Sarcófago de los esposos” similar al mucho más famoso “Sarcófago de Cervereti” que se expone en el Museo de El Louvre. Hay algunos más de la misma época en el museo.-Y no solo podemos apreciar el alto grado de civilización de los etruscos en el arte funerario. Veamos algunas muestras de esculturas, como las de “Heracles y Apolo” o las cabezas que decoraban el Templo de Portonacio que datan del siglo VI a.C. Hay que admirar sin duda alguna la belleza del “Altorrelieve de Pirgi”, que perteneció a un templo del s. V a.C., y representa una escena de los “siete contra Tebas” del drama mitológico de Edipo.-Bueno, aquí acabamos, os dejo. Pero no sin antes deciros que os llevéis en vuestro recuerdo dos joyas del museo que merecen la pena, el “joyero de bronce” y la terracota de “Juno”, ambas del s. IV a.C. No olvidar nunca que Roma fue la absoluta, la eterna, la única, pero tampoco olvidaros de que fuimos los etruscos los que civilizamos a esos toscos patanes, orgullosos latinos, que la fundaron partiendo de una violación (la de Rea Silva), un fratricidio (el de Rómulo) y de un rapto (el de las sabinas), por mucho que quieran presumir de una divina ascendencia. Y con este discurso, dejándonos en la puerta del Museo de nuevo, se despidió Lucio Tarquinio El Soberbio. Fuera ya de Villa Giulia, a pocos centenares de metros, siempre en bajada en dirección al Tiber, nos encontramos con la Vía Flaminia que divide al barrio del mismo nombre en dos. Por la Vía Flaminia se camina por el pasado rodeado del presente para encontrar el futuro. Fue construida por el censor Cayo Flaminio Nepote en el año 220 a.C., cruzaba el río por el Puente Milvio y se adentraba en los Apeninos para alcanzar el mar Adriático en Ancona y Ariminum algo más al norte. En esta última ciudad se unía a la Vía Apia. Ahora atraviesa el barrio Flaminio, para llevarnos hacia la Roma del futuro. Este barrio ha acogido importantísimas infraestructuras culturales como el impresionante Auditorium Parco della Música y el Museo Nacional de las Artes del siglo XXI (MAXXI).Del Museo del siglo XXI es inconfundible su aspecto de periscopio. Es obra de la arquitecta anglo-iraquí Zaha Hadid y está dedicado a las artes y la arquitectura moderna. Sin duda es el mejor ejemplo de que la ciudad no solo muestra su pasado sino que ya ha llegado al futuro. Roma se escapa y sobrepasa siempre a su estructura de piedra. Como frecuentemente ocurre en este tipo de edificios, el continente es infinitamente superior al contenido. Pero merece la pena andar el largo camino solo por contemplar, tanto el interior como el exterior, el edificio de la magistral arquitecta.De vuelta por la misma Vía Flaminia nos damos de bruces con la Porta del Popolo, antigua Puerta Flaminia de la muralla Aureliana, que da entrada a la Plaza del mismo nombre. La plaza que hoy contemplamos es el producto de sucesivas intervenciones a lo largo de siglos, tales como la reconstrucción de Santa María del Popolo, los dos ninfeos, uno en cada hemiciclo, los leones de la base del obelisco y las dos iglesias, en las que comienzan las tres vías. El comienzo de estas tres vías constituye un conjunto apodado el Tridente. Todo es neoclásico del siglo XIX. Todos ellos excepto los felinos miran al centro de la plaza donde se encuentra el más alto y antiguo obelisco egipcio de Roma. Mandado erigir por Ramses II en la ciudad de Heliopolis, Augusto lo trasladó a Roma para colocarlo en el centro del Circo Máximo y el papa Sixto V en el siglo XVI lo colocó en su ubicación actual.Las iglesias de Sta. Mª de Montesanto y Sta. Mª de Miracoli, junto a los edificios que las escoltan, conforman la confluencia de las tres vías (el Tridente) que unen la plaza del Popolo con el centro de la ciudad. En las plantas bajas de los citados edificios, se encuentran los famosos cafés Rosati y Canova, meca de personajes del espectáculo y parada obligada de turistas, Cuando se ordenó esta zona, entre los s. XV y XVII, se pensó en unir la entrada principal de Roma con las basílicas mayores de la ciudad: La Vía di Ripetta que conducía a San Pedro, la Vía del Corso iba a San Juan de Letrán y la Vía del Babuino llevaba a Santa María La Mayor.Por Vía di Ripetta llegamos a las ruinas del Mausoleo de Augusto y el Museo del Ara Pacis Augustae, obra de escultores griegos que fue mandada construir por el emperador Augusto en el año 13 a.C. para conmemorar la paz alcanzada, tras su conquista, en las provincias de la Galia e Hispania. Fue encontrado en el s. XVI en el Campo de Marte, justo en el emplazamiento del palacio Fiano. En los años treinta del pasado siglo se le construyó un edificio de cristal, para su protección y pequeño museo, en el lugar donde se encuentra actualmente.Este monumento a la paz refleja perfectamente la personalidad y el pensamiento de Augusto. “Por tres veces, durante mi reinado, el Senado mandó cerrar las puertas del templo de Jano”, nos dice con orgullo en su Res Gestae. Nunca sus contemporáneos vieron el templo cerrado, ya que sus puertas solo se cerraban en tiempo de paz. Los exquisitos frisos del monumento son una auténtica declaración del pensamiento de Augusto, tanto en su aspecto político como religioso. En uno de ellos podemos contemplar los retratos del propio Augusto, de su yerno el general Agripa, de su hija Julia y de su hijo adoptivo y sucesor Tiberio. Es realmente fantástico. Con el Ara Pacis damos por acabado el paseo por la Roma Borghese que comenzamos en Villa Borghese.

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