Alexis Delgado e Iñaki Salvador | Crítica

Jugando a ser Dios

Alexis Delgado e Iñaki Salvador, este lunes, en el Teatro Cervantes de Málaga.

Alexis Delgado e Iñaki Salvador, este lunes, en el Teatro Cervantes de Málaga. / Daniel Pérez / Teatro Cervantes

Mostraba Alexis Delgado su satisfacción por haber sido convocado junto a Iñaki Salvador a un ciclo de música sacra “porque, para mí, toda la obra de Bach, no sólo las pasiones ni la más abiertamente religiosa, es justamente de naturaleza sacra: una presencia de la divinidad”. Desde esta premisa, el programa J.S. Bach: un místico en el siglo XXI funciona como un artilugio barroco de esmerada precisión a dos pianos para la fusión de la interpretación de Alexis Delgado, a priori más canónica, y la de Iñaki Salvador, de índole jazzística. Resulta ciertamente estimulante el ejercicio de atender al unísono al Bach más fiel y al más juguetón, el que se divierte entre contratiempos y coloridos acordes de séptima, porque la coherencia de todo el discurso demuestra que ambos, como ya intuíamos, son el mismo. Salvo la referencia inicial a la Pasión según San Mateo y la Cantata final transcrita por Kurtág, el repertorio bucea, ciertamente, en motivos laicos pero no por ello menos tocados por la gracia. Casi, casi, al contrario.

Con pedagógica adscripción iban anotando los maestros, mientras tanto, las claves de cada pieza antes de su ejecución. En algún momento habló Iñaki Salvador, referencia imprescindible del jazz contemporáneo, de humor. Y sí, ahí estaba el quid de la cuestión. La deconstrucción, urdida como un espejo no exento de cierta postmodernidad, que permitía admirar el talento inconmensurable de Bach desde una perspectiva única alentaba más la comicidad cómplice que la mera artificialidad académica, con felices resultados. Así fue, especialmente, en los tres fragmentos visitados de las Variaciones Goldberg, un portentoso mano a mano deslizado a veces por matices insospechados; la Fuga a cinco voces y tres temas conducía esa especie de brindis por la salud a un rincón inadvertido, como si de repente el banquete continuase bajo la mesa. La opción más eficaz era la de dejarse llevar para encontrar a Bach, intacto, tanto en su veneración justa como en las cosquillas desacralizadoras. Lo divino se resolvió, por tanto, en un juego; pero ya sabemos que así ha sido desde siempre.

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