Un cine nuevo para el caos

Pablo Bujalance Málaga

31 de julio 2013 - 05:00

Luis Buñuel, recordado estos días por el 30 aniversario de su muerte, la adoptó como su película favorita "por ser la única que aborda el verdadero significado del mundo moderno". De La naranja mecánica, dirigida por Stanley Kubrick en 1971, se ha escrito mucho, bueno y malo. Pero, ante todo, conviene ir saldando cuentas. En 2011, con motivo de sus cuatro décadas de existencia e influencia, la película fue objeto de un sonoro reestreno con restauración en todos sus órdenes. En España se distribuyeron algunas copias (no muchas), pero ninguna de ellas llegó a Málaga. Mañana jueves, semejante injusticia quedará al fin resarcida con la proyección del filme en dos pases y en versión original subtitulada en la Filmoteca del Cine Albéniz. Ante la posibilidad de disfrutar del festín en pantalla grande, conviene regresar a una película tan hábil a la hora de generar literatura como de permanecer anclada en el más ensombrecido de los enigmas. Y es que, seguramente, hay tantas Naranjas mecánicas como espectadores que se siguen atreviendo a verla.

Kubrick venía de asombrar al respetable con 2001: Una odisea del espacio (1968), su monumental oda a la proyección divina del ser humano que dejó a millones de incautos con los hombros encogidos a la salida de los cines. Para su siguiente proyecto, el realizador neoyorquino, reconvertido a sus anchas en un británico tan flemático como excéntrico, que hizo de su miedo a los aviones la excusa perfecta para no regresar a EEUU, decidió mantener los pies en el suelo. Pero eso no iba a significar por su parte una mayor consideración hacia el público. Más allá de la incomodidad que entraña (sostenida todavía a pesar del tiempo, tanto por su estética chillona como por sus escenas más explícitas), La naranja mecánica habla de muchas cosas y lo que quiera o no quiera decir depende, una vez más, de las ganas del espectador de darle a la mollera.

El anuncio de que Kubrick iba a adaptar la novela que Anthony Burgess publicó en 1962, tras desechar otros proyectos (entre ellos una adaptación de El señor de los anillos de Tolkien con los cuatro Beatles como protagonistas), fue recibido con cautela. El libro, ambientado en un cercano 1970, narraba las aventuras de Álex, un delincuente juvenil que daba rienda suelta a la violencia y el abuso junto a su pandilla y que había inventado un dialecto (el nadsat) basado en gran parte en el ruso, después de que hubiese aprendido algunas palabras en un crucero. Burgess también cuenta en su obra la reeducación a la que es sometido el protagonista, hasta bordar una especie de reverso oscuro de Oliver Twist. Hubo quien quiso ver un poso autobiográfico en el libro y quien afirmó que Burgess se inspiró en un delicado episodio personal: la violación que sufrió su mujer en Londres durante un bombardeo nazi en la Segunda Guerra Mundial. El escritor, sin embargo, se limitó a citar como referencias las peleas callejeras que cada noche enfrentaban a los teddy boys, "vestidos con sus trajes eduardianos", y a los mods en las ciudades británicas. De cualquier forma, poco podía sospechar cualquier lector de la novela lo que Kubrick iba a parir con aquel material.

Bajo una puesta en escena de arrebatadora esencia kitsch, La naranja mecánica traducía en imágenes el fenómeno de la violencia como nunca antes se había hecho. Malcolm McDowell encarnaba a sus 27 años a un Álex de 18 (Mick Jagger, a quien se le había ofrecido el papel, terminó rechazándolo) que, a bordo de su automóvil y en compañía de sus drugos, se lo pasaba en grande violando, torturando y asesinando con la música de Beethoven de fondo. Posteriormente, la violencia reformadora de la que el mismo Álex es víctima (Kubrick dejó entrever que el método Ludovico estaba inspirado en unos singulares y poco conocidos métodos de reinserción empleados en las cárceles californianas durante los años 50) se expresa de manera no menos directa. La música de Beethoven, así como la compuesta por Walter Carlos (llamado posteriormente Wendy Carlos, tras una operación de cambio de sexo), y hasta el Singin' in the rain de Gene Kelly que Álex canturrea en una cruda escena de violación, contribuyen a hacer de la película una experiencia aún más sofocante (Kubrick quiso introducir algunos fragmentos de Atom heart mother de Pink Floyd, aunque no llegó a un acuerdo con el grupo). En cuanto al resto del reparto, destacan con mucho Michael Bates como el tragicómico guardián de la prisión y el gran actor irlandés Patrick Magee (colaborador estrecho de Samuel Beckett y protagonista de buena parte de sus montajes teatrales), que volvería a trabajar para Kubrick en Barry Lyndon. Roman Polanski colaboró en un cameo como el hombre apaleado en la que película que ve Álex en la cárcel dentro del tratamiento para su curación.

Las reacciones, claro, no se hicieron esperar. La película fue clasificada X en EEUU, aunque el mismo Kubrick fue reduciendo el metraje progresivamente hasta que obtuvo etiquetas menos restrictivas a partir de 1973. En Inglaterra, aunque la distribución en las salas no tuvo al principio tantos problemas, la polémica terminó derivando hacia terrenos más pantanosos cuando, en pocos días, murió un indigente en Londres en plena calle y una mujer fue violada por unos criminales que cantaban Singin' in the rain. Kubrick fue acusado directamente de inspirar estos delitos y el mismo realizador pidió a Warner Bros. que retirara la película de circulación en el Reino Unidos. En España se proyectó por primera vez en 1974 en la Seminci de Valladolid, dirigida entonces por Carmelo Romero (penúltimo responsable del Festival de Cine Español de Málaga), en una sesión casi clandestina y controlada en la distancia por el propio Kubrick, que fue interrumpida por un aviso de bomba. Tras el sobresalto, los espectadores pudieron ver la película íntegramente.

Al cabo, Buñuel tenía razón. El mundo ya anunciaba en 1971 el caos que iba a ser y necesitaba un cine en consecuencia. Aquí está.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último