Con el corazón en la garganta

El pintor Eugenio Chicano y el cantaor Antonio Fernández Díaz 'Fosforito' conversaron ayer sobre el patrimonio inmaterial del flamenco, sobre recuerdos y devenires del cante jondo

Antonio Fernández Díaz 'Fosforito' y Eugenio Chicano conversan, ayer, en la Sociedad Económica de Amigos del País.
Antonio Fernández Díaz 'Fosforito' y Eugenio Chicano conversan, ayer, en la Sociedad Económica de Amigos del País. / C. F.

Málaga/"Cuando cantas por soleá, por malagueñas o seguiriyas, sientes cómo la sangre empuja el corazón a la garganta", decía ayer el cantaor Antonio Fernández Díaz Fosforito (Puente Genil, 1932) en su conversación con el pintor Eugenio Chicano. "Te estremece, te duele, te inunda las entrañas, te rompe el alma", comentó. Te quiebra ese espíritu generoso que supo asumir las raíces más profundas de un folclore arcaico y visceral, que aprendió de todos y cada uno de los que se encontró en su camino, en esos senderos llenos de "penurias", en los que ganar un concurso podía suponer tener pan para comer. No era cuestión de ego o vanidad, sino de supervivencia. Por eso, relataba que cuando el circo en el que anduvo trabajando como cantaor se lo llevó una riada en un pueblo de Jaén volvió a casa sin voz. Y "cosa más mala que esa no puede haber para un cantaor".

Pero le dieron una guitarra para continuar en el flamenco -el alcalde de su Puente Genil natal le tenía mucho aprecio-. Y después de que el dueño de un bar cerrara de madrugada y secara los vasos con parsimonia, Fosforito se ponía con él a aprender el misterio de las seis cuerdas. Así, tarareando mientras intentaba tocar volvió a recuperar la fuerza de su garganta, aunque aún no era consciente de ello. "En la primavera del 56 apareció el anuncio del concurso de Córdoba. No estaba pleno de facultades, pero no tenía ni un duro, tenía que ganar algún concurso como fuese", explicó. Se presentaron más de cien artistas y Fosforito resultó premio absoluto en todas las categorías. "Tuve suerte", sentenció con humildad. Al día siguiente un periódico tituló "Fosforito, o César o nada" y ese fue su bautismo y el arranque sólido para cimentar una carrera que, realmente, había empezado desde niño.

Fosforito se inició en el flamenco después de la guerra. En el año 45, cuando tenía unos 13 años, ya cantaba solo en la plaza de toros de Ronda, anunciado como El Niño de Genil. "Había hecho muchos pueblos, muchas ferias de ganado, canté en fiestas, en ventas, había aprendido de todo el mundo y en esos caminos conocí a gente extraordinaria", relataba anoche. Hizo el servicio militar en Cádiz, en artillería de costas. "Le caí en gracia al capitán, le cantaba y tras el almuerzo me daba permiso para que me buscara la vida en un tablao que se llamaba El Trocadero o en la sala de fiestas Pay Pay", recordaba bajo la mirada atenta de Eugenio Chicano. Allí, en Cádiz, tierra de arte, siguió haciéndose cada día más Fosforito. En 1946 llegó a Málaga y en ella continua.

"Cuando se te escucha cantar, inmediatamente uno se da cuenta del cantaor tan airoso, tan medido, tan elegante y con ese gusto tan extraordinario que eres", le piropeó Chicano, y le recordó su cante por peteneras. Trabajó en el Corral de la Morería en Madrid, capital en la que había debutado en el Teatro de la Zarzuela poniendo voz a la bailaora Mari Emma y cantando en solitario. Desde su atalaya -ya jubilado hace años- ve la evolución del flamenco y no pierde la esperanza. "Me duelen muchas cosas, sobre todo, la buena gente que ya se nos ha ido, Mairena, El Chocolate...", dijo. "Pero el cante no se acaba nunca, es cíclico y aparece gente maravillosa, muy bien preparada y que no ha tenido que pasar tantas fatigas como pasamos nosotros", agregó.

El cante está "mejor visto y mejor pagado" que en sus tiempos de juventud, consideró Antonio Fernández. Pero el buen nombre del flamenco también se aprovecha para intentar sacar tajada a su costa, señaló. "Están los que pueden aprender después de escuchar un cante mil veces, los que tienen el sonido cogido, la técnica, pero el alma es intransferible y los que saben cantar son aquellos que sienten lo que cantan", apuntó Fosforito. Aquellos que, recordó, tienen momentos de terror ante el público y que cuando dominan el miedo y empiezan a ser ellos mismos son capaces de improvisar "porque ya entienden el cante, pueden encauzar sus emociones".

A su garganta llegaban recuerdos y desamparos para conectar esas pasiones con los fundamentos más rancios del cante y, como contaba ayer, quedaba emocionalmente tan tocado después de una actuación que tenía que pasar un tiempo hasta volver al mundo real. Porque "esa es la grandeza de lo jondo, la que puede hacerte llorar o explotar de éxtasis". A lo largo de más de una hora de charla en la Sociedad Económica de Amigos del País, organizada por la Fundación Aduana Museo de Málaga, se citaron nombres, se analizaron palos e, incluso, se tararearon coplas para difundir y festejar el flamenco como patrimonio inmaterial de la humanidad. Sobre todo de esa humanidad que late con el corazón en la garganta.

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