Bicentenario de Flaubert

Un narrador soberbio entre “dos hombrecillos”

  • Páginas de Espuma publica los 'Cuentos completos' del autor, que se movió entre la crónica de su tiempo y su interés por antiguas civilizaciones

Detalle de la portada de los 'Cuentos completos' de Flaubert que ha editado Páginas de Espuma.

Detalle de la portada de los 'Cuentos completos' de Flaubert que ha editado Páginas de Espuma. / D. S.

"Hay en mí, literariamente hablando", le escribe Gustave Flaubert en 1852 a la poeta Louise Colet, una figura central en su correspondencia con la que mantendría no obstante una relación tormentosa, "dos hombrecillos distintos: uno que está enamorado de griterío, de lirismo, de grandes vuelos de águila, de todas las sonoridades de la frase y de las cimas de la idea; otro que escudriña y profundiza en lo verdadero tanto como puede, al que le gusta revelar con toda energía tanto el hecho pequeño como el grande". La producción narrativa del autor de Madame Bovary y Salambó es una historia de duplicidades, desdoblamientos, bifurcaciones. La de un creador que nunca quiere repetir la misma fórmula y alterna –el apunte es ahora del traductor Mauro Armiño– "la visión directa de la realidad [Bovary, La educación sentimental] y la reconstrucción fantástica de personajes míticos o de civilizaciones desaparecidas [Salambó]".

La memorable reunión de los Cuentos completos que ha llevado a cabo la editorial Páginas de Espuma, con Armiño, uno de los nombres fundamentales de la traducción en España, al mando y con motivo del 200 aniversario del nacimiento de Flaubert, apuntan a un literato exigente y en búsqueda constante que rehúye el encasillamiento. Las narraciones más conocidas de este volumen de 600 páginas, los Tres cuentos que su autor publicó en vida, dan fe de esta asombrosa diversidad de inquietudes: nada tienen que ver Un corazón simple, que recoge la discreta existencia de una criada en una localidad de Normandía, con La leyenda de San Julián el hospitalario, la peripecia de un santo amante de la caza y envuelto en una espiral de sangre que le inspiró a Flaubert "un vitral de iglesia, en mi tierra", Rouen; o con Herodías, relectura de un capítulo de la Biblia, la decapitación de Iaokanann, más conocido por San Juan Bautista.

Más allá de estos Tres cuentos, que "tuvieron cierto reconocimiento, Victor Hugo dijo que eran el mejor ejemplo de prosa francesa, pero no fueron ningún éxito", los lectores se encontrarán con un narrador breve que se mantuvo a sí mismo en secreto y no quiso compartir su obra hasta la publicación de su novela Madame Bovary, cuando ya tenía 36 años. Armiño, que en su larga trayectoria ha trasladado al castellano los universos de Proust, Maupassant, Marcel Schwob o Balzac, resume así el rumbo que tomó Flaubert: "Empezó a escribir a los 13 años, y podemos decir que es un autor pendiente de lo que está de moda. Por sus cuentos desfilan la cosa humanitaria de Hugo o la literatura frenética, que adopta de los góticos ingleses el gusto por el horror y lo macabro, y que en cuanto dejó de gustar en Francia dejó de interesar a Flaubert, aunque tal vez aquello le sirviera para las crueldades que describió en Salambó, y para contar la brutalidad de San Julián cuando caza o para regodearse en la cabeza cortada de Juan el Bautista en Herodías", sostiene el también crítico y periodista, que destaca entre los cuentos del conjunto Noviembre, obra mayor de su etapa juvenil y en la que recrea su primera experiencia erótica.

"Es el autor que más se tacha, que más corrige de las letras francesas", apunta su traductor

Un camino en el que Flaubert procuró ir a la esencia. "Las obras más hermosas son aquellas en las que hay menos materia", dijo una vez, y, añade Armiño, "en los manuscritos se comprueba cómo te dejaba cuarenta páginas en diez. Empezaba a tachar, y a tachar, y a tachar... Otros autores te inflan una idea, pero él hace lo contrario, borrar y borrar. Elimina todo aquello que no exprese nada, todo adjetivo que no sea realmente significativo. Es el autor que más se corrige a sí mismo de toda la literatura francesa", concluye el especialista. Y también el que más se documentó: para Salambó llegó a consultar, según afirmó, 1.500 libros.

El traductor Mauro Armiño, en una imagen de archivo. El traductor Mauro Armiño, en una imagen de archivo.

El traductor Mauro Armiño, en una imagen de archivo. / Andrés de Gabriel

Flaubert, erigido hoy en un escritor incontestable, no fue sin embargo una figura cómoda para su época, y su vida estuvo llena de sinsabores, expone Armiño. "Desde Madame Bovary [libro que le supuso un proceso judicial "por ultraje a la moral pública"] se le considera un escritor escandaloso. Tampoco ayuda que no esté afiliado a ninguna parte. No ve con buenos ojos la Comuna , ni a Napolén III, y cuando llega la represión de Thiers le dice a su amigo Maxime Du Camp: Esto nos lo habríamos ahorrado si hubiesen leído ‘La educación sentimental’. ¡Hay que ser iluso para pensar que la literatura puede influir en la vida!", exclama su traductor. "Despreciaba la política: se resiste a presentar su candidatura a la Academia francesa porque cree que los premios y los reconocimientos deshonran, y cuando no tiene dinero, y Zola y Turgueniev consiguen que el Gobierno le dé un puestecito al que no tiene que ir, para que cobre algo, lo sufre horriblemente. No soporta que un régimen que ha criticado le conceda una limosna".

El magnífico prólogo que firma Armiño ilustra con numerosos fragmentos de su correspondencia los desvelos e inseguridades con que Flaubert vivía su oficio, todas las reflexiones y los análisis que sustentaban su obra. "Es el autor que mejor explica la creación", a juicio de Armiño. "Proust tiene muchas más cartas, veinticinco tomos, pero en ellas se dedica a los cotilleos sociales, a los amigos, anota pocas cosas sobre la escritura. Pero Flaubert, en sus misivas a Louise Colet o a George Sand, habla mucho del tema con verdadera pasión".

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