Cultura

Una idea del crepúsculo

Hay dos constantes en la obra de Fitzgerald: el hastío juvenil y los amores trágicos. En Elgran Gatsby, ambos aspectos se dan cita junto a una copa de champán en el crepúsculo dorado de Long Island. Un tercer motivo, y no el menor, quiere que sea la juventud adinerada, las hermosas jóvenes de la Era del Jazz, quienes simbolicen el vertiginoso declive de la sociedad de entreguerras. Esta misma sociedad, deslumbrante y opaca, ya había comenzado a hundirse con el Titanic en 1911. No obstante, es la perfecta inteligencia de aquella hora del mundo, y el germen suicida, trepidante, final, que anidaba en su seno, lo que hace de la obra de Scott Fitzgerald un monumento inigualable a la futilidad humana. Buen ejemplo de ello son estos dos relatos, magníficamente ilustrados, por otra parte: Bancarrota emocional y El joven rico.

En Bancarrota emocional, una bella adolescente se enamora de un oficial de permiso que viene de combatir en Europa. Nótese que Fitzgerald utiliza un término financiero, un símil empresarial, para referirse a la intimidad de la muchacha frívola e insensible. Esto mismo es aplicable al protagonista de El joven rico. Su dinero, las abultadas fortunas de que disponen, no sirven sin embargo para paliar un dolor paradójico y un fuego lacerante. En ambos casos, los personajes de Fitzgerald se muestran incapaces de amar. Pero no por una exigencia del carácter o una falla congénita. Y tampoco por una ridícula anticipación, agria y moralizante, de Los ricos también lloran. La cuestión es muy otra: inadvertidamente, oscuramente, ambos saben que el mundo -el mundo que han conocido y que les fue tan propicio- se acerca al abismo. Y en consecuencia, los hombres y los actos vienen teñidos por una limpia gratuidad. Entonces, aquel vertiginoso minué de risas y descapotables no será sino esa luz que brilla, con inopinada fuerza, antes de hundirse en la tiniebla.

F. Scott Fitzgerald. Ilustraciones José Luis Ágreda. Editorial Metropolisiana. Sevilla, 2012. 118 páginas. 25 euros

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