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Historia
Málaga/Advirtió una vez Elena Planelles de que contar la vida de su padre “es una tarea casi imposible, propia de una historia casi infinita”. El historiador Rafael Maldonado (Salamanca, 1960), profesor de Historia y jefe del Departamento de Geografía e Historia del Instituto Vicente Espinel (Gaona) sabía bien de esta advertencia y, sin embargo, decidió ponerse manos a la obra hasta completar la biografía de quien hace más de un siglo fuera alumno del mismo centro. La tarea, titánica, se convirtió en un proyecto de largo recorrido (“quizá más largo de la cuenta”, admite el propio autor) que comenzó en el Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad de Málaga para lo que iba a ser una investigación académica y que se ha convertido no pocos años después en Juan Planelles: una historia casi infinita, la monumental biografía que el Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga (CEDMA) publicó recientemente como segunda entrega de su colección Irrepetibles. Con una historia marcada a fuego por la Guerra Civil y el exilio, Planelles es un verdadero emblema del siglo XX desde el más amplio espectro de su contradicción, en la medida en que también constituye un estandarte de quienes se empeñaron en forjar un futuro mejor para la humanidad desde la peor de las catástrofes. Recuperar su trayectoria vital y profesional como testimonio de un valor incalculable es uno de los mejores regalos que la Historia, como disciplina, podía legar al presente. Y Rafael Maldonado lo ha hecho posible.
Juan Planelles es más conocido como el descubridor de la vacuna de la disentería, un hito que alumbró durante los primeros años de su exilio en la Unión Soviética y que resultaría fundamental en el curso de la Segunda Guerra Mundial. Pero su aportación histórica, tal y como revela su biografía, da para mucho más. Nacido en Jerez de la Frontera en 1900 en el seno de una familia de origen alicantino, hijo de un médico militar (cuyo compromiso con su profesión mucho más allá del deber marcaría a fuego la vocación de nuestro protagonista), Juan Planelles Ripoll estudió Bachillerato a partir de 1913 en el Instituto General y Técnico de Málaga (a donde se había trasladado su familia), justo en el histórico edificio en el que hoy tiene su sede el Instituto Vicente Espinel. Posteriormente estudió Medicina en la Universidad Central de Madrid, donde obtuvo el premio extraordinario de licenciatura en 1922 y el doctorado al año siguiente; pero su relación con Málaga, tal y como recoge la biografía de Rafael Maldonado, fue siempre estrecha. Su traducción de la Farmacología experimental de Hans Meyer y R. Gottlieb le valió en 1925 el ingreso en la Real Academia de Medicina de Madrid, si bien a partir de 1926 amplió su formación en distintas universidades europeas (en España contaría entre sus maestros a Ramón y Cajal, Juan Negrín y Gregorio Marañón, de cuyos textos científicos fue en muchas ocasiones coautor). Tras su nombramiento como catedrático de la Universidad de Salamanca y la fundación por su parte del Instituto de Investigaciones Clínicas de Madrid, donde emprendió sus pioneras investigaciones sobre farmacología industrial y control de medicamentos, desarrolló entre 1935 y 1936 los primeros estudios publicados en España sobre reflejos condicionados, por lo que se le considera introductor en su país de las teorías del condicionamiento clásico acuñadas por Iván Pávlov.
Este desarrollo científico vino de la mano en Juan Planelles de un claro compromiso político, especialmente tras la proclamación de la Segunda República: “Desde muy jóvenes vimos que había que ocupar un puesto en las filas de los que estaban dispuestos a luchar por una mejor justicia social para nuestro pueblo”, expresó él mismo en su momento. En 1932 se afilió al Partido Comunista de España, un episodio determinante desde el que mantuvo una amistad cómplice hasta su muerte con Dolores Ibárruri. Estallada la Guerra Civil le fue encomendada la dirección del Hospital Obrero de Maudes, en Madrid, conocido posteriormente como Hospital de Milicias Populares e integrado en la dotación sanitaria del ejército republicano: bajo la gestión de Planelles, el centro se convirtió en un hospital moderno, perfectamente equipado y dotado a pesar de la contienda. Ejerció de inspector general de Sanidad Militar y en 1937 fue nombrado subsecretario de Sanidad Pública en el Gobierno del que había sido su mentor, Juan Negrín. En virtud de esta responsabilidad, y antes de partir al exilio, dirigió desde París, donde residió desde 1938, el Comité Internacional de Coordinación de Ayuda a la España Republicana. Dentro de sus funciones en este organismo se encontraba la evacuación de los conocidos como niños de la guerra a la Unión Soviética, a donde partiría él mismo finalmente como exiliado en mayo de 1939. Lo hizo en compañía de la que había sido su secretaria desde comienzos de los años 30, Nieves Cruz Arnaiz, así como de sus hijas, Elena y Margarita, fruto de su matrimonio anterior con una ciudadana alemana.
A su llegada a Moscú, Planelles se reencontró con el ruido de sables, como si la Guerra Civil dejada atrás le hubiera perseguido hasta el otro extremo del mundo: la Segunda Guerra Mundial movilizó a la población y el médico volvió a tomar partido desde el ejercicio de su profesión. Dirigió esta vez su investigación al ámbito de las enfermedades infecciosas, que en los años 40 constituían uno de los problemas más serios de la medicina de guerra, con un resultado fenomenal: la solución de sulfidina capaz de hacer frente a la disentería salvó miles de vidas, no sólo en el frente, también en las casas de niños y otras muchas instituciones de carácter social. La URSS guardó el medicamento como secreto de Estado (aunque las noticias sobre el hallazgo no tardaron en propagarse por todo el mundo) mientras que el Consejo Científico de Medicina del Ministerio de Sanidad agradeció a Planelles su decisiva contribución. En 1943, vigente aún la Segunda Guerra Mundial en una deriva descarnada, Planelles fue nombrado director del Departamento de Quimioterapia Experimental del Instituto Gamaleya, el centro de investigación médica más importante de la Unión Soviética.
Terminada la guerra, el antiguo alumno del Instituto General de Málaga tenía así a su disposición uno de los equipos médicos con mayor dotación humana y tecnológica del mundo a su disposición para continuar sus investigaciones. Y aprovechó semejante privilegio a conciencia: desarrolló fármacos como el Aurantín (un quimioterápico contra el cáncer), el Pirogenal (empleado en el tratamiento de las enfermedades venéreas) o la Mycerina (utilizada en gastroenteritis infantiles y en enfermedades causadas por bacterias resistentes a otros fármacos). Precisamente, sus aportaciones resultaron especialmente valiosas en el ámbito de los antibióticos, cuyos efectos secundarios, especialmente entre los niños, acertó a definir con trascendencia universal hasta hoy: “No habría manera de saber jamás el número de vidas que ha costado el mal empleo de los antibióticos. Soy un defensor extraordinario de ellos, pero un combatiente acérrimo de su mal empleo”, afirmó al respecto en 1963. Diez años antes, en 1953, Planelles había sido elegido miembro correspondiente de la Academia de Ciencias Médicas de la URSS.
De nuevo en paralelo a su trabajo como médico e investigador, la dimensión política de Juan Planelles creció en el exilio. Tras el quinto Congreso General del PCE celebrado en Praga en noviembre de 1954, el mismo en el que se oficializó la secretaría general del partido en la figura de Dolores Ibárruri (pendiente desde agosto de 1936), el jerezano se incorporó al Comité Central del PCE junto a Manuel Sánchez Arcas, Juan Rejano, Jorge Semprún y otros compañeros de viaje. Pero ya en aquel mismo Congreso de 1954 dejó clara Planelles durante su ponencia cuál iba a ser el objetivo principal de su dedicación política: la oposición frontal a la escalada nuclear asumida a ambos lados del Telón de Acero en la Guerra Fría. De manera incansable, y durante los años siguientes, nuestro hombre pronunció conferencias y promovió campañas en las que alertó de las consecuencias de una guerra nuclear en todo el planeta. Exigió así el desmantelamiento de las bases estadounidenses en España, pero también aprovechó situación del deshielo propiciada tras la muerte de Stalin para alertar de los peligros que entrañaba el creciente armamento nuclear en la URSS. Esta ruptura respecto a la línea oficial del poder soviético, unida a su rechazo constante a afiliarse al PCUS (un trámite exigido a todos los refugiados españoles en la URSS), muy a pesar de su posición en el PCE, así como a sus críticas a la invasión de Checoslovaquia, obstaculizaría la que Planelles consideró gran última misión de su vida: el regreso a España.
Sí volvió a España Juan Planelles puntualmente. En junio de 1964 lo hizo por primera vez desde 1939 y su destino no fue otro que Málaga, donde se reencontró con su madre y sus hermanos en la casa familiar Villa Miraflores, en El Palo. En 1970 pronunció conferencias en Madrid, Valencia y Zaragoza. Tras jubilarse en el Instituto Gamaleya en 1971, el camino parecía despejado para su regreso junto a Nieves Cruz Arnaiz (quien ya le había acompañado en sus ponencias españolas) una vez que las autoridades franquistas habían expresado su conformidad siempre que Planelles renunciara a su actividad política. Sin embargo, la concesión del visado por parte de la URSS entró en una espera agónica para la que parecía no haber final, y el mismo Planelles lo interpretó como una represalia del KGB por sus críticas al régimen soviético. Finalmente, el científico falleció el 25 de agosto de 1972 en la ciudad de Ochamchira, en la costa del Mar Negro. Sus restos descansan en el cementerio de Vvedénskoye, en Moscú. Y la Historia, al fin, se decide ahora a preservar su nombre del olvido.
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