Muere Paco Cumpián, último aliento de la Málaga indómita

El poeta e impresor, continuador fundamental de la tradición tipográfica de su ciudad, falleció este viernes a los 74 años solo unas semanas después de la publicación de su último libro, 'Callejón azul'

Treinta años de 'underground' con Staf Magazine

Paco Cumpián, con su imprenta, en una imagen de 2004.
Paco Cumpián, con su imprenta, en una imagen de 2004. / M. H.

Málaga/No necesitaba afirmar Paco Cumpián que su manera de entender el mundo difería del de la mayoría. "He dicho que no muchas veces", gustaba de recordar de vez en cuando. Nacido en Antequera en 1951, Cumpián encarnó como nadie a la Málaga indómita y rebelde, la que no se pliega a las convenciones ni se encoge de hombros ante los mandatos. Su participación resultó decisiva en la resistencia antifranquista que forjaba lugares propios en aquella Málaga adocenada y gris de los 70, cuando buena parte de su generación exigía garantías democráticas con cada vez menos reparos. Su filiación fue, eso sí, la de los malditos como su querido Fernando Merlo, la de los raros que lo apuestan todo a la travesía a contracorriente, la que hace del no bandera y razón cuando el que está al otro lado esgrime la mínima cuota de poder. Poeta, librero e impresor, Paco Cumpián frecuentó mundos en peligro de extinción y contó sus fracasos por éxitos: supo vivir como nadie lo que otros habían dado ya por imposible. Cumpián falleció este viernes a los 74 años, con lo que podemos reconocer que sus mundos, que son tantos, han pasado también a mejor vida. Con él se extingue, de hecho, el último aliento de aquella Málaga indómita, la que a su modo se resistía a convertirse en mercancía. Tal y como escribía en redes sociales su cómplice Aurora Luque tras conocer la noticia, "con Paco Cumpián se muere parte del alma poética insumisa y libérrima de Málaga". La ciudad ya es, definitivamente, otra.

Como sucede con el mejor talento que Málaga es capaz de generar, Cumpián llegó a la mejor versión de sí mismo cuando el mundo, tan veloz, entendía que ya era demasiado tarde. Llegó a la poesía en 1983, pero la escritura le resultó insuficiente para lo que aquel no rotundo demandaba.Tras unos años en Madrid, donde fundó la tertulia del Café Manuela con Carmen Martín Gaite, Chicho Sánchez Ferlosio, Agustín García Calvo y José Luis López Aranguren, volvió a Málaga y abrió en la calle Frailes su librería Árbol de Poe, templo dedicado a la poesía con la que fraguó el primer peldaño de su utopía con las consecuencias esperadas: “La abrí nada más volver a Málaga pero la tuve que cerrar porque fue una ruina grandísima. Pagaba más impuestos de lo que ganaba. Venían muy buenos clientes pero pocos. En Málaga no hay espacio para una tienda de poesía, quizás hubiese funcionado en Madrid o Barcelona”, explicaba Cumpián en una entrevista concedida a este periódico en 2004. Tras el cierre de la librería, adquirió en Madrid una imprenta Monopol y ubicó en el mismo local su siguiente proyecto, un taller de impresión artesanal. No se trataba de un capricho ni de un arrebato, sino de un paso consciente que obedecía al mismo amor de Cumpián por la poesía: “Leí la vida de Manuel Altolaguirre y vi libros editados por él, de primera mano, que me enseñaron algunos bibliófilos. Entonces me enamoré de esto y ahorré el dinero suficiente para comprarme la minerva que todavía utilizo”, afirmó en aquella misma entrevista. Cumpián se inscribía a sí mismo en la tradición tipográfica malagueña que tuvo su particular cima con Litoral y de la que se sentía parte: “Tengo influencias de la escuela malagueña que empezó con Altolaguirre y Prados y continuó con Bernabé Fernández-Canivell, Rafael León, Salvador López Becerra y Rafael Inglada”. En aquel 2004, sin embargo, vaticinó: “A la impresión tipográfica le quedan de cinco a diez años de vida. Cuando se gasten los tipos y no tengamos dónde comprar para reponerlas, se acabó”. Pero sí tuvo tiempo de retomar el lema de su antigua libreria y fundar la colección editorial Árbol de Poe, en la que publicó versos tanto de amigos cercanos como Jesús Aguado, Aurora Luque, María Eloy García y Jacinto Pariente como de sus amados malditos, Ginsberg, Baudelaire, Ferlinghetti y tantos otros santos patrones. Cumpián lo apostó todo por la poesía y pagó el precio, pero supo ganarse amistad de la derrota: hace cosa de un lustro, vendió su imprenta y su casa de Málaga y se instaló en Chaouen, con lo dio cumplimiento a un viejo sueño.

En la calle Frailes tuvo primero su librería y luego su imprenta, armas decisivas para la poesía

Pero Cumpián fue también, en la poesía, poeta. De hecho, hace solo unas semanas publicó su último libro, Callejón azul, que presentó en el Centro Cultural de la Generación del 27 el pasado 29 de abril junto al editor Uberto Stabile y otra cómplice esencial, Chantal Maillard. En aquella presentación se proyectó el cortometraje Dos poemas, obra dedicada al autor a cargo de Pablo Macías y Soledad Villalba, quienes ya habían acrisolado la memoria de Cumpián en el premiado documental (A)plomo. Si algunos entendieron como un canto del cisne la publicación en 2016 del libro La esquina dorada, que recogía toda su obra poética publicada desde 1983, lo cierto es que Cumpián nunca dejó de escribir. Antes de Callejón azul, el autor escribió en Chaouen Confín, uno de sus mejores poemarios, que publicó la editorial Letraversal en 2022. En su introducción a aquella obra afirmaba la poeta María Eloy García: "Pueden decirse muchas cosas de Cumpián, pero hay una que resume al poeta y al hombre: la honestidad, muy por encima de las leyes establecidas y de los juicios estandarizados, por encima de lo que se espera y por encima de todas las agujas que marcan lo exacto. Él es maestro y hombre sencillo que goza sobre la piedra el sosegado discurrir del sueño real, mientras, visualiza a su derecha a la muerte tranquila tirando piedras al río. La serenidad le ha dado el nombre exacto de las cosas".

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