Todos los nombres de Antonio Banderas
Aniversario
El actor malagueño cumple 65 años entre rodajes, proyectos cinematográficos y escénicos, su apuesta por su ciudad natal como lugar preferente de residencia y su invariable reconocimiento general como estrella de Hollywood
Antonio Banderas: "En Málaga ha habido una apuesta clara por una ciudad más humana"
Bajo el nombre de Antonio Banderas se encuentra una figura que podría dar para otros muchos nombres: el del actor, el del productor teatral, televisivo y cinematográfico, el del empresario hostelero, el del cofrade convertido en primer estandarte de la Semana Santa de Málaga, el del promotor aparentemente infatigable de tantas iniciativas. En cualquier caso, todos ellos cumplen este domingo 10 de agosto 65 años, con lo que el intérprete alcanza la que hasta no hace mucho era la edad común para la jubilación en España sin intención alguna de jubilarse: Banderas sopla las velas entre rodajes, proyectos escénicos y responsabilidades familiares, como la que atañe a la próxima boda de su hija, Stella del Carmen Banderas. Eso sí, Banderas se ha mostrado fiel a su decisión firme de bajar el ritmo de trabajo tras el infarto que sufrió en 2017; y lo hace con el difícil reto de seguir equilibrando su condición de estrella de Hollywood con su determinación a hacer de la Málaga en la que vino al mundo hace 65 veranos su lugar de residencia preferente. Con su Teatro del Soho calentando motores para la temporada que empieza en septiembre y la consolidación de Sohrlin como espacio escénico y formativo, nuestro hombre alcanza aquel capítulo de la existencia en que legítimamente corresponde disfrutar lo logrado. El reconocimiento a la universalidad de su dimensión artística parece, en cualquier caso, fuera de toda duda.
La historia de Antonio Banderas se ha contado muchas veces, y de hecho hace ya tiempo que daría para una película más que notable. Pero lo mejor de esta historia es su permanente carácter inacabado: algo nuevo parece haber siempre respecto al intérprete a la vuelta de la esquina. Todo empezó en 1975, cuando, a sus 15 años, Banderas se incorporó al elenco de una producción del musical Jesucristo Superstar impulsada en Málaga con mucha dedicación y escasos medios por un grupo de jóvenes entre los que figuraba Miguel Gallego, fundador de la compañía Elestable Teatro. Banderas, que llegó al montaje para una sustitución, tuvo su primera representación con el papel de Pedro en el ColegioLos Olivos. En 1977 fundó junto a otros miembros de aquella producción la compañía Dintel, hasta que el mismo Miguel Gallego, que ya había fundado en Pedregalejo el pub Zambra (donde se dejaban ver músicos como Joaquín Sabina y Javier Krahe, y donde también Banderas tuvo algunas de sus primeras tentativas con el público), se llevó a Banderas consigo para las filas del Teatro ARA, abierto en Málaga gracias al empeño de Ángeles Rubio-Argüelles y en el que debutaron otros artistas como Fiorella Faltoyano y Raúl Sénder. Comenzó el actor entonces a estudiar Arte Dramático a la vez que participaba en el festival de teatro grecolatino que celebraba el mismo Teatro ARA en el Teatro Romano, donde el joven Banderas interpretó obras de Esquilo, Eurípides y un Julio César de Shakespeare cuyos espectadores aún recuerdan. En 1980, aquel intérprete impaciente y prometedor decidió no esperar y dar el primer salto a todo o nada, uno de los muchos que jalonarían su carrera: se marchó a Madrid con una maleta, quince mil pesetas y todo el coraje.
Tras algunos trabajos más o menos afortunados en los escenarios de Madrid, en 1981 se incorporó al reparto de La hija del aire, producción de la obra de Calderón a cargo del Centro Dramático Nacional con la dirección de Lluís Pasqual y protagonizada por Ana Belén. Pedro Almodóvar, a quien Banderas había conocido previamente en el Café Gijón, acudió a una función y así prendió un tándem fundamental en la historia del cine español: aquella misma noche, Almodóvar preguntó al malagueño por su interés en el cine y al año siguiente Banderas estaba protagonizando para el realizador Laberinto de pasiones, la primera de las ocho películas que hasta la fecha han rodado juntos. Más allá de Almodóvar, Banderas se consagró pronto como rostro habitual del cine español a través de películas como Réquiem por un campesino español de Francesc Betriu, Baton Rouge de Rafael Monleón, Bajarse al moro de Fernando Colomo y ¡Dispara!, de Carlos Saura, que rodó ya en 1993. Un año antes, eso sí, había protagonizado su primera producción de Hollywood, Los reyes del mambo, de Arne Glimcher, en la que trabajó con un todavía escaso dominio del inglés y con todo el carisma que fue capaz de derrochar. Su desembarco en la Meca del cine no resultó caprichoso ni casual: su presencia en los actos de promoción en Estados Unidos de sus películas rodadas con Almodóvar había causado sensación. Todo apuntaba a que Hollywood buscaba una figura como Banderas, capaz de transformar de manera radical el arquetipo del galán clásico con elementos exóticos, y que el malagueño llegó a sus productores como caído del cielo. De todas formas, si había que dar otro salto a todo o nada, allí estaba Antonio Banderas.
Y el efecto Banderas resultó determinante en Hollywood, para regocijo de la industria. En el mismo 1993 el actor participó en La casa de los espíritus, de Billie August; y en Philadelphia, de Jonathan Demme, con trabajos alabados por la crítica en ambos filmes y con su inmediata incorporación a la iconografía más popular del cine. En los años siguientes llegaron Entrevista con el vampiro de Neil Jordan (estuvo a punto, por cierto, de hacerse con el papel protagonista de Drácula de Bram Stoker, aunque finalmente Francis Ford Coppola se decantó por Gary Oldman), Desperado de Robert Rodríguez, El guerrero número 13 de John McTiernan, Asesinos de Richard Donner, Evita de Alan Parker (junto a Madonna, quien antes había convocado al malagueño para su documental En la cama con Madonna) y, en 1998, La máscara del Zorro de Martin Campbell, con la que la proyección de Banderas como definitiva encarnación del astro latino quedó consolidada. Antes, en 1995, había rodado también en Estados Unidos a las órdenes de Fernando TruebaTwo Much, una comedia que no llegó a funcionar bien aunque sirvió en bandeja la conexión vital y profesional entre Antonio Banderas y Melanie Griffith. En 1999, además, debutó como director con la muy estimable Locos en Alabama.
En la primera década del siglo, Banderas volvió a trabajar con grandes directores como Brian de Palma (Femme Fatale) y Woody Allen (Conocerás al hombre de tus sueños), se alzó como adalid del cine familiar (especialmente como la voz del Gato con Botas en la saga de Shrek) y dio rienda suelta a otras inquietudes con decisiones que hoy resultan altamente significativas. Así, en 2003 debutó en Broadway con el musical Nine, donde facturó un trabajo muy elogiado que le valió la nominación al Premio Tony y con el que, de paso, Banderas demostraba que el idilio con su primer amor artístico, el teatro musical, seguía intacto. Tres años después dirigió su segunda película, El camino de los ingleses, adaptación de la novela de Antonio Soler rodada íntegramente en Málaga. Banderas quiso que su acercamiento al cine español se reforzara y trascendiera lo anecdótico: para ello fundó la productora Green Moon, con la que financió distintos largometrajes mientras seguía rodando en Hollywood. Pero el acercamiento definitivo al cine español llegó en 2011 con un cierre perfecto para el círculo del hijo pródigo: el mismo Pedro Almodóvar que le brindó su primera oportunidad en el cine reclamó sus servicios para protagonizar La piel que habito. Este otro idilio, contra lo que afirmaban muchos, también se había mantenido intacto. Ocho años después, en 2019, Banderas ganaba el Goya (había recibido ya un Goya honorífico en 2014) y el Premio del Festival de Cannes al mejor actor por su trabajo en Dolor y gloria de Almodóvar, la película que le valió su primera nominación al Oscar y la quinta al Globo de Oro. Y en noviembre de aquel mismo 2019 abría sus puertas en Málaga el Teatro del Sohocon el estreno absoluto de su producción del musical A Chorus Line (y con Lluis Pasqual como primer director: en la historia de Antonio Banderas, todos los personajes son susceptibles de volver en cualquier momento).
Con el Teatro del Soho, al que posteriormente se incorporó Sohrlin como espacio formativo, Banderas encontraba la respuesta definitiva a su intención de levantar su propio templo para el teatro musical en su ciudad natal, una jugada maestra que vendría a cerrar todos los círculos. Se podría decir que al malagueño todo le ha salido bien, pero lo cierto es que esta intención estuvo fraguándose durante décadas con sucesivos proyectos fallidos, desde la escuela-teatro del Puerto hasta el centro escénico proyectado en la manzana del cine Astoria. Hoy, Banderas pasa la mayor parte de su tiempo en Málaga (cuya Universidad le concedió el doctorado honoris causa en 2010) mientras lleva las producciones del Teatro del Soho a otros escenarios de España, trabaja en sus próximos espectáculos musicales (en los que tendrá un protagonismo especial el repertorio de Andrew Lloyd Weber, el creador de Jesucristo Superstar, en virtud del acuerdo suscrito con el mismo compositor) y comparece para Hollywood lo mismo en la última entrega de Indiana Jones que en Above and Below, la nueva cinta de acción de Jesse V. Johnson, en cuyo rodaje acaba de participar. El resto es historia, sí, pero esta historia se escribe hacia adelante. Quién sabe cuál será el próximo círculo cerrado.
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