Historia | Pedro de Mena

De la casta más divina

  • La revista ‘Andalucía en la Historia’ incluye en su nuevo número una aproximación especial a Pedro de Mena, emblema del Barroco en Málaga

Exposición de Pedro de Mena inaugurada en el Palacio Episcopal en marzo de 2019.

Exposición de Pedro de Mena inaugurada en el Palacio Episcopal en marzo de 2019. / M. H.

Parece que ha pasado mucho más tiempo, y de hecho sucedió en otra vida: el 16 de marzo de 2019 se inauguró una gran exposición con un centenar de obras del escultor Pedro de Mena (Granada, 1628 - Málaga, 1688) repartidas entre el Palacio Episcopal y la Catedral de Málaga. El órdago entrañó para muchos la posibilidad de descubrir en Málaga, la ciudad en la que el imaginero trabajó y residió la mayor parte de su vida, uno de los legados artísticos más impresionantes, influyentes y memorables del Barroco español; y resultaba paradójico que bastara la reunión del centenar de piezas en una disposición concreta y distinta a la habitual para hablar de descubrimiento por parte de no pocos malagueños respecto a un creador fundamental cuya presencia en la ciudad es a la vez notoria, dado el abrumador patrimonio conservado, e invisible en la medida en que Málaga se ha resistido a hacer de Pedro de Mena un emblema de su historia más allá de lo religioso. Sin embargo, que el escultor optara por Málaga para mantener su taller, desde donde atendió encargos llegados desde toda España y buena parte de América Latina (con representante particular, eso sí, en Madrid y Toledo, donde residió entre 1662 y 1663 para el reencuentro con quien había sido el aliado esencial de sus años granadinos de juventud, Alonso Cano; posteriormente, sin embargo, optó por regresar a Málaga, donde había permanecido su familia), constituye un dato revelador en lo relativo a la posición de la ciudad en el siglo XVII, generalmente tachada como secundaria respecto al esplendor sevillano de aquel tiempo y, sin embargo, merecedora de estudio y reivindicación. Justamente, la revista Andalucía en la Historia, que edita el Centro de Estudios Andaluces, dedica en su nuevo número (correspondiente al mes de abril) una aproximación pormenorizada a Pedro de Mena y a su relevancia como figura no sólo artística, sino también social.

La sillería del Coro de la Catedral, obra fundamental del Barroco peninsular. La sillería del Coro de la Catedral, obra fundamental del Barroco peninsular.

La sillería del Coro de la Catedral, obra fundamental del Barroco peninsular. / M. H.

Según avanza la publicación, Pedro de Mena fue “un escultor barroco singular que recibió encargos de los lugares más diversos y tuvo entre sus clientes a nobles, obispos, clérigos, personas adineradas, órdenes monacales, congregaciones religiosas y, en menor escala, hermandades. Su familia formó parte de la endogamia artística barroca”. En realidad, la diversidad de orígenes de los encargos resulta relativa si se considera la hegemonía religiosa ya no sólo del trabajo del escultor, sino de su propia existencia, en virtud de esa “endogamia”. Pedro de Mena llegó a Málaga desde su Granada en 1658 al ser reclamado por el obispo Diego Martínez de Zarzosa para la creación de la sillería del coro de la Catedral de la Encarnación, obra maestra indiscutible del Barroco peninsular, y fue en Málaga donde el escultor encontró los mecanismos idóneos para un ascenso social sustentado en sus buenas relaciones con la Iglesia. Hombre de profundas convicciones, creó vínculos con prácticamente todas las cofradías y hermandades malagueñas de su tiempo y trazó para los pocos hijos que sobrevivieron a la fatalidad de sus primeros años (sólo cinco de los catorce que tuvo junto a Catalina de Victoria conocieron la edad adulta) un horizonte marcado a fuego por la vida religiosa. Es bien conocido el empeño que mantuvo durante años en ser acogido como miembro familiar de la Inquisición, privilegio que obtuvo finalmente en 1678 y que contribuyó de manera notoria a reforzar ese mismo ascenso social. Su buena relación con los jesuitas, por otra parte, explica en parte la temprana llegada de sus obras a México y otros territorios latinoamericanos. Independientemente de las convicciones, es evidente que Pedro de Mena, cuyos restos descansan en la iglesia del Císter, a pocos pasos de donde mantuvo su taller, cultivó las mejores relaciones con quienes estaban llamados a ser sus principales clientes. Pero, precisamente, el artista representó un modelo de proyección social y ejemplificó como pocos la trayectoria ideal a la que correspondía atenerse entonces para tener garantizados el éxito y la prosperidad. Pedro de Mena había adquirido conciencia de estos mecanismos en relación con el arte ya en sus años de formación en Granada junto a su padre, Alonso de Mena, pero fue en Málaga donde logró convertirse en un artista respetado tanto por el asombroso realismo de sus obras como por lo intachable de su conducta y su fe.

Además de un artista único, Pedro de Mena fue todo un modelo de ascenso social

Por éstas y muchas otras razones, Pedro de Mena ofrece una inestimable puerta de entrada al mundo del Barroco en Málaga, convulso, inestable y sin embargo pionero en muchos de los rasgos más reconocibles hoy en día de la ciudad. Reconvertida en el Museo Félix Revello de Toro tras un abandono de largas décadas, su casa taller apenas ofrece un testimonio visible al respecto. Aunque quién sabe si en el fondo valdría la pena.

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