La sonrisa de Ingrid

Versus estrena en una excelente edición especial 'Elena y los hombres', filme de Renoir protagonizado por Ingrid Bergman

Una vez que se cayó el proyecto en torno a Georges Boulanger, Renoir decidió improvisar, variar los temas previstos para la historia del influyente militar suicida y regalarle una película a Ingrid Bergman, uno de esos cuerpos, como el de su amado Chaplin, en los que se encarnaba el cine hasta el punto de alcanzar la categoría de sinónimo: Ingrid era el cine, el vértigo de los géneros norteamericanos y el opaco desasosiego de la modernidad europea, y, también, la actriz marcada por una falta, la de la sonrisa, el relajo festivo que añadiese una perspectiva cómica a su carrera. En Elena y los hombres Ingrid es reclamada como Venus caída a la tierra, como carnal aparición en la que el cuello vuelto rosselliniano de Viaggio in Italia daba paso a la sucesión de principescos escotes y ceñidos trajes que insinuaban su poderío femenino, reclamo para todos los hombres de un acelerado vodevil que en cierta medida resumía la ejemplar trayectoria de Renoir al tiempo que cerraba una autorreflexiva trilogía sobre la representación (después de La carroza de oro y French Cancan) en la que teatro y cine se aliaban, en la mejor tradición de la impureza baziniana, para enriquecer la expresividad de una puesta en escena depurada y precisa.

Hay así en Elena y los hombres una suave cohabitación de contrarios, pues si por un lado nos enfrentamos, en las idas y venidas de unos personajes que acumulan el peso de convenciones representativas (las del poder, la escala social; las del teatro popular y, finalmente, las propias del flirteo), a la versión más decantada y abstractizante de la comedia de enredos heredera de La regla del juego, por otro todo gira en torno a una presencia, la de Elena-Bergman, a la que se cita en su rotunda singularidad física, en la peculiaridad de su voz de extranjera abierta a las revelaciones hedonistas de la ciudad del amor. De esta manera, en uno de los memorables planos de la película, Elena-Ingrid ríe como nunca se le había visto, medio bebida junto a Mel Ferrer, con los colores subidos dentro de un decorado abiertamente teatral, en una farsa que reconstruye el París de la belle epoque con desenfadada ligereza. Es en esta indeterminación que hace de la Bergman una diosa, una actriz y una mujer de temblorosa carne -pues todo eso es ella en este exquisito alarde de manierismo en el que Renoir la introdujo- donde se juega lo más inolvidable de Elena y los hombres, su especificidad de colorista documental sobre el umbral que separa la representación y la vida, así como del puente que las vincula milagrosamente.

En Elena y los hombres, la intriga amorosa recortada sobre el tejemaneje político no depara un cadáver, como en La regla del juego. Ahora, en una línea temática que se haría explícita tres años después en Comida sobre la hierba, Renoir está más preocupado en hacernos reír con los que se encarcelan en los aprioriorismos de la clase o el poder sin atisbar las bondades del amor sincero y el aire puro. Aquí se trata de amor, a la vida, a las personas (incluso a las que se unen en la masa, fácilmente influenciable pero, siempre en Renoir, portadora de una cierta verdad), y, por supuesto, a la Bergman, lo que curiosamente depara un final melancólico. Pues una vez que han caído las máscaras, se han dispersado los figurantes y el hombre y la mujer se besan apasionadamente, sentimos lo intolerable de que el soso Ferrer nos robe a Ingrid.

Director Jean Renoir. Con Ingrid Bergman, Mel Ferrer, Jean Marais, Jean Richard, Pierre Bertin, Juliette Gréco. Versus.

stats