Temporada Lírica | Carlos Álvarez

La voz sanadora

  • La versión en concierto de ‘Simon Boccanegra’ devuelve la ópera al Teatro Cervantes con la actuación inolvidable de Carlos Álvarez y Rocío Ignacio

Carlos Álvarez, junto a la Orquesta Filarmónica de Málaga, este viernes en el Teatro Cervantes.

Carlos Álvarez, junto a la Orquesta Filarmónica de Málaga, este viernes en el Teatro Cervantes. / Daniel Pérez / Teatro Cervantes

Si el mundo es de los valientes, tarde o temprano llega la hora de demostrarlo. O, como cantaba Pedro Navaja: si naciste para martillo, del cielo te caen los clavos. Desde que se decretara su clausura el pasado marzo por la epidemia del coronavirus, el equipo del Teatro Cervantes ha trabajado de manera pormenorizada, esmerada y paciente en la reactivación de la Temporada Lírica para ponerla en marcha en cuanto fuese posible. De todas las artes escénicas, no hay disciplina más delicada que la ópera a la hora de poner cortafuegos a los contagios, dado el abultado número de artistas implicados en cada función y dada la tendencia natural (e inevitable) a apretarse en la confluencia de coros, orquestas y solistas. Lanzadas todas las declaraciones de principios, reconocido ya el Cervantes como un espacio seguro con protocolos ampliamente contrastados desde el pasado verano, correspondía al fin, pasar a la acción. La trigésimo segunda Temporada Lírica quedó inaugurada este viernes con un Simon Boccanegra de Verdi servido en versión de concierto por exigencias de las distancias de seguridad, con la Orquesta Filarmónica y el Coro de Ópera de Málaga en escena y los solistas afilados en el proscenio. En un aforo limitado a cuatrocientas personas por las autoridades sanitarias (que, eso sí, dieron su visto bueno para la ampliación del mínimo de doscientas), el espectáculo, que tal fue, adoptó las incomodidades propias para la consecución del protocolo a base de elementos que en más de una ocasión parecían imaginados, tal vez alucinantes: la estampa de los cantantes del coro con las mascarillas puestas resultaba más propia de un mal sueño, por más que casi viniera de perlas cuando el protagonista alertaba de los malos vaticinios de ciertos ecos remotos. En cada entrada y salida, los solistas vestían y se desprendían sus mascarillas con oficio, solvencia y al cabo la anomalía que entraña la incorporación de semejante elemento a su tarea. Digamos que, con semejantes adversidades en el ambiente, parecía cantada la absolución conforme, el no ha estado mal para haberlo hecho en tales condiciones. Pero nada más lejos de la realidad: este Simon Boccanegra, que se repetirá en el mismo escenario este domingo, dejó momentos inolvidables en los que las mejores esencias de la lírica aportaron soluciones sanadoras. Reconfortantes.

Lucas Macías, Rocío Ignacio y Carlos Álvarez, durante el concierto. Lucas Macías, Rocío Ignacio y Carlos Álvarez, durante el concierto.

Lucas Macías, Rocío Ignacio y Carlos Álvarez, durante el concierto. / Daniel Pérez / Teatro Cervantes

Correspondía, de entrada, disfrutar de manera abierta de los matices de la partitura con Lucas Macías en la tarima, en una lectura ciertamente sentida, hábil en los matices y eficaz en los contrastes. Bajo la dirección de Salvador Vázquez, el coro ejerció de perfecto mar de fondo, en una actuación encomiable y bien calibrada. Pero había que detenerse en los solistas, despojados de su habitual elevación romántica y ofrecidos aquí a ras de tierra, mascarilla va y mascarilla viene, en un acatamiento de las órdenes que hizo de todos ellos aliados de la mayor generosidad y el más admirable compromiso artístico. Carlos Álvarez tiró, sí, de su amplia sabiduría dramática para componer a un Simon Boccanegra soberbio en su fusión de ambición y derrota, de edad cumplida y futuro aún por apurar: este corsario, estático contra su voluntad, carente de mar y de navío (de qué manera respira el libreto inspirado por la obra de Antonio García Gutiérrez los mimbres de La tempestad de Shakespeare, con sus marinos intempestivos y sus hijas recobradas), quedó inmortalizado, de nuevo en la voz del malagueño, como una criatura tan inmortal como cansado de vivir. Iguales luces prendió Rocío Ignacio en su construcción de la heroína, tremenda, crecida en los silencios, soberana en el tono. El mano a mano de Álvarez e Ignacio en Non sono una Grimaldi! arrancó los aplausos incluso de los seiscientos espectadores que faltaban.

Álvarez e Ignacio arracaron los aplausos de los 600 espectadores que faltaban en la cita

No anduvo a la zaga Giacomo Prestia, conmovedor en una creación igualmente repleta de matices. Rodrigo Esteves, Andeka Gorrotxategi, David Lagares, Jesús Gómez y María Lourdes Benítez completaron un elenco brillante que habría merecido un Teatro Cervantes lleno hasta los topes. Corresponde, ahora, un tanto a la imagen de Simon Boccanegra, tanta resistencia como ambición. A falta de manos, sabemos que estamos en las mejores voces.

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