Hoy les hablaré del aburrimiento. Inmersos en muchos días de confinamiento y con la esperanza de una lucecita que parece atisbarse al fondo del túnel, siguiendo con mis historias de estas últimas semanas, les contaré varios asuntos que tiene relación con la sensación de sufrir un estado de ánimo producido por la falta de estímulos, diversiones o distracciones. Y aunque en los tiempos que vivimos, un confinamiento no debería producir aburrimiento (todos tenemos suficientes estímulos, diversiones y distracciones a nuestro alcance), la obligada reclusión, en muchos casos, nos está llevando a estados de cansancio, apatía o monotonía.

En el mundo de la mar y los barcos, siempre se ha dicho que los marinos, entre otros muchos males, han sufrido el mal del aburrimiento; una circunstancia provocada por muchos días de aislamiento en los que se vive con un muy limitado número de personas en un espacio reducido.

Y aunque quizás esté entrando en el campo de los tópicos o les hable de épocas ya superadas, el primer antídoto en la mar frente al aburrimiento siempre ha sido el alcohol. En un segundo puesto, la pornografía, probablemente de la mano de alguna que otra bebida, constituya un segundo elemento de evasión; un agarradero para soportar las interminables travesías marítimas.

Y si bien el aburrimiento de los marinos también se ha paliado en buena medida con la lectura, hoy les contaré una curiosa distracción que relacionaré con el puerto malagueño.

Desde mediados de la década de 1980, las aguas malacitanas recibieron con mucha asiduidad a unos barcos de bandera rumana. Bautizados siempre con nombres que comenzaban por Tirgu, los Tirgu Ocna, Trotus, Frusmos, Bujor y Secuisec, descargaron clínker hasta 1997 usando habitualmente los muelles seis y siete.

Complementando con toda seguridad los antídotos ya mencionados, los marinos rumanos de estos barcos, además, combatían el aburrimiento realizando pequeños modelos de veleros; unas maquetas no demasiado bien fabricadas que intentaban vender y, en algunos casos concretos vendieron, a los portuarios malagueños. Una curiosidad que, formando ya parte de la historia marítima malacitana, ilustra a la perfección el tema del aburrimiento.

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