Visto y Oído
Cien años...
el poliedro
Un amigo suele decir con sorna que los economistas lo explicamos todo con la ley de la oferta y la demanda. Esta ley, en puridad, establece que el precio de un bien o servicio se fija cuando la cantidad de la oferta es igual a la cantidad demandada por los consumidores o clientes. El precio es el producto de la coyunda dialéctica entre quien vende y quien compra. Como del dicho al hecho suele ir algún trecho, los precios muchas veces se fijan en régimen de monopolio o de monopsonio. O sea, que quien tiene toda la oferta puede manejar el precio a su antojo (caso del monopolio, o del de su primo cartelista, el oligopolio). O, alternativamente, quien es un único cliente puede dominar el precio ante muchos oferentes (caso del monopsonio, típicamente el del Estado con la contratación de obras públicas). También Estado puede intervenir en ciertos mercados fijando sus precios, por motivos sociales o de urgencia. Un liberal de fe repudia toda intervención sobre el libre juego de la oferta y la demanda, y así lo hace la Economía Clásica, cuyas teorías y modelos sólo se sustentan teórica y modélicamente. Hablamos de liberales honestos y creyentes, no del sucedáneo de liberal muy hispánico al que todo lo privado le parece ley... salvo que le afecte a su bolsillo: es típico el caso de quienes contratan con el Estado directa o indirectamente, pero despotrican de él y de sus confiscatorios impuestos, y sin apuro llevan a sus hijos a colegios nacionales o concertados y hacen uso de autovías y otras infraestructuras; por ejemplo, de hospitales públicos que, como es bien sabido son los más fiables a unas malas, a pesar de la degradación presupuestaria que azota a la protección de la salud universal.
De hecho, el liberalismo político europeo es de lo más socialdemócrata: la derecha mayoritaria no es rica, ni mucho menos. Y aspira con su voto más bien a valores y al respeto a la iniciativa privada, para nada al desmantelamiento del Estado. Es lamentable que quienes ostentan el poder gubernamental perviertan este convenio social dando prebendas clientelares y perpetrando corruptelas: en España sabemos demasiado de eso, y es cómplice la actitud consistente en sólo mirar los escándalos y prevaricaciones del 'contrario'. No hay mayor ciego que quien no quiere ver las pelusas de su interesado ombligo. "Es difícil que alguien entienda algo cuando su ganancia depende de que no lo entienda" (Upton Sinclair, escritor y político demócrata estadounidense). Aquí en España, más encabronadamente, se contaba el chiste de los revolucionarios que se arengaban a expropiarlo todo, tierras, tractores, casas... hasta que uno dijo: "Repartimos todas las motos", y otro respondió: "No, que moto tengo". ¿Muy facha, esto?: hipocresía y objetividad, enemigos acérrimos.
Corren tiempos extraños. Convulsos e inquietantes, en una sucesión de ciclos acelerados que son la excrecencia de la globalización que reparte sus daños por el planeta, también por este extremo continental que casi toca a África: ladrillazo nacional y castigo europeo desde 2008, pandemia, olas de calor, sequía, el monstruo del cambio climático, la invasión del ruso panza arriba, la amenaza de la guerra fría entre China y un Estados Unidos que exporta de nuevo el armamentismo lejos de su continente, con una aparente irresponsabilidad con sus aliados. A riesgo de resultar reiterativo, resulta alucinante que todos repitan una y otra vez que después de este verano todo se va al carajo. Como quien repite que le duele el costado y acaba enfermando por sugestión, las economías -la grande y la doméstica- se alimentan de expectativas. Es realmente asombroso que todos digamos que estaremos mal mañana. No hoy... mañana.
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