En estos tiempos tan difíciles que nos ha tocado vivir aún parecen más divinas. Las recordamos como paraísos perdidos… No sabíamos lo felices que éramos al poder acercarnos jubilosamente a las mismas, apoyar el codo sobre la madera o mármol, las "nikes", "adidas" y mocasines en el acero del reposapié y -lo mejor de todo- encontrar un taburete sobre el que encaramarnos. ¡Momento de plena felicidad! Disfrutar de una copa y de una buena tapa, sentados, mientras vamos contemplando toda la frenética actividad que se ejerce al otro lado de la barra desde la altura que te propicia el taburete, e intercambiamos algunas palabras con el camarero. ¡¡Qué extraordinario privilegio¡¡

Ahora bien, ese mismo taburete, pierde todo su encanto una vez que le han arrebato su pertenencia a la barra con la que conforma un feliz matrimonio desde tiempos inmemoriales. Se han empeñado en buscarle parejas de medidas desproporcionadas que no le benefician en absoluto y con las que no se lleva nada bien. Todas esas llamadas "mesas altas" además de destruir un matrimonio feliz, han cambiado por completo la estética de los establecimientos. El pobre taburete tiene que lidiar con ménsulas, veladores repisas -de una pata, cuatro o incluso ninguna - y no puede contemplar el paisaje para el que había sido creado, el dinamismo del otro lado de la barra, la "cimbali", las botellas alineadas de ginebras, rones, brandies y whiskies… Enfrentado a una pared, a una ventana, a la puerta de la cocina, a un armario rinconero, llora desconsolado la pérdida de su pareja. Tanto como lloran las anatomías de los clientes que en ellos intentan sentarse, o más bien, encaramarse… como ave a palo de gallinero.

Al parecer son muchos los que creen en la mesa alta la cuenta es más baja, porque parecen más desenfadas; o los empresarios que piensan que así pueden conseguir más clientela en el mismo espacio -yo creo que ocupan lo mismo- Lo que sí es del todo seguro es que además de provocar un divorcio -el del taburete y la barra- provocan otros. El de la comunicación. No hay quien mantenga una conversación medio interesante encaramado a uno de esos artilugios.

¡¡Qué moda más tonta!!

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