En tránsito
Eduardo Jordá
¿Tú también, Bruto?
EL Tribunal Supremo ha archivado la causa abierta contra el ex ministro de Fomento y número dos del PSOE en la etapa Zapatero, el gallego José Blanco, por un presunto delito de tráfico de influencias. Bueno, en realidad le acusaban también de cohecho y prevaricación, pero esas imputaciones quedaron pronto en nada. Al final el Supremo no ha visto ni siquiera tráfico de influencias en la gestión que hizo ante un alcalde socialista para que recibiera a un empresario amigo suyo que no lograba una licencia municipal.
Pepiño Blanco es, pues, inocente, pero el daño ya está hecho y tiene imposible reparación porque su carrera política se ha visto truncada. Por una conjunción de factores que se han retroalimentado objetivamente para destruir su imagen de gestor público. El primero, la traición de un amigo íntimo que se propuso perjudicarle cuando la intimidad acabó por los avatares de la vida. Nada nuevo bajo el sol.
A esta deslealtad de base se añadió pronto la actuación errónea de un juez instructor que fue poco cuidadoso con el principio de la presunción de inocencia. El resto lo hicieron el sectarismo partidista y el amarillismo periodístico. El sectarismo es lo que llevó a los partidos adversarios del de Blanco a ponerle en la picota, creer a pies juntillas la denuncia y exigirle la dimisión y la muerte civil desde el principio de las diligencias policiales y judiciales. Nada distinto a lo que el propio Pepiño aplicó a los políticos enemigos durante la década en que controló al PSOE. Ha resultado el alguacil alguacilado. Él mismo se disculpó el jueves por este comportamiento del que ahora ha sido víctima.
Con respecto a los medios de comunicación, también han -hemos- ayudado lo suyo. Hace tiempo que en este gremio se ha instalado una combinación perversa de realidades opuestas a la información cabal: la precariedad en el trabajo, la pérdida de la independencia, los intereses no profesionales de las empresas, la influencia agobiante del formato televisivo, la urgencia que se impone a la veracidad... Todo lo que hace que los encausados de proyección mediática sufran por sistema, y desde el minuto uno, la pena de telediario y la pena de portada. Dos castigos anticipados por delitos no probados en los tribunales.
Sin olvidar, claro está, que a este lado de la pantalla se encuentra el pueblo llano, tantas veces ignorante, resentido y ávido de descargar su indignación contra cualquier político que parezca corrupto. Lo sea o no.
También te puede interesar
En tránsito
Eduardo Jordá
¿Tú también, Bruto?
Ángel Valencia
Reivindicación del estilo
La ciudad y los días
Carlos Colón
Lo único importante es usted
Por montera
Mariló Montero
Se acabó, Pedro